Economía y Acceso
Tratados de Libre Comercio, Propiedad Intelectual y Patentes
Ha llegado el momento de arreglar las patentes. Las ideas dinamizan la economía. El sistema actual de patentes no es la forma de premiarlas (Time to fix patents ideas fuel the economy. Today’s patent systems are a rotten way of rewarding them)
The Economist, 8 de agosto de 2015
http://www.economist.com/news/leaders/21660522-ideas-fuel-economy-todays-patent-systems-are-rotten-way-rewarding-them-time-fix
Traducido por Salud y Fármacos
En 1970, EE UU reconoció el potencial de la ciencia para mejorar los cultivos y amplió del alcance de las patentes en agricultura.
Se supone que las patentes recompensan la innovación, de modo que deberían haber dinamizado el progreso. Sin embargo, a pesar de proporcionar protección extra, ese cambio y una ampliación adicional al régimen de patentes en la década de 1980 no hicieron que aumentase la investigación privada sobre el trigo ni el rendimiento de los cultivos. En general, la productividad de la agricultura estadounidense continuó su ascenso suave, al mismo ritmo que lo había hecho con anterioridad.
En otras industrias ha pasado lo mismo, el fortalecimiento de los sistemas de patentes no ha ocasionado mayor innovación [1]. Eso por sí solo sería decepcionante, pero la evidencia sugiere algo mucho peor.
Las patentes se supone que deben difundir el conocimiento al obligar a sus titulares a explicar su innovación para que todos la conozcan; pero a menudo fracasan, porque los abogados de patentes son expertos en ofuscar la información. En cambio, el sistema ha creado una ecología parasitaria de trols y de titulares de patentes a la defensiva, que tienen como objetivo bloquear la innovación, o por lo menos interferir si no pueden beneficiarse del botín. Un primer estudio encontró que los recién llegados al negocio de semiconductores tenían que comprar licencias de los operadores tradicionales por hasta US$200 millones. Las patentes deben estimular la innovación; pero se utilizan para garantizar las ventajas de los operadores tradicionales.
El sistema de patentes es caro. Un estudio de hace una década calculó que en 2005, sin el monopolio temporal que otorgan las patentes, EE UU podría haber ahorrado tres cuartas partes de sus US$210.000 millones de gasto en medicamentos de venta con receta. Este gasto valdría la pena si las patentes aportaran innovación y prosperidad. Pero no lo hacen.
La innovación alimenta la abundancia de la vida moderna. Desde los algoritmos de Google hasta un nuevo tratamiento para la fibrosis quística, se sustentan en el conocimiento en la “economía del conocimiento”. El costo de la innovación que nunca se lleva a cabo debido a un deficiente sistema de patentes es incalculable. La protección de patentes se está extendiendo, a través de acuerdos como los planificados para la Alianza TransPacífico, que afectará a un tercio del comercio mundial. El objetivo debe ser arreglar el sistema, no que se generalice.
La patente inglesa
Una respuesta radical sería la abolición completa de las patentes; de hecho, esta era la preferencia de esta revista para la Gran Bretaña del siglo XIX. Pero abolirlas es contra intuitivo, si crea un medicamento o inventa una máquina, usted tiene unos derechos por su trabajo, como si hubiera construido una casa. Si alguien entra en su sala de estar sin ser invitado, se sentiría ofendido justificadamente. Lo mismo ocurre con los que le roban sus ideas.
Sin embargo, no hay derechos de propiedad que sean absolutos. Cuando los beneficios son lo suficientemente grandes, los gobiernos los anulan rutinariamente al apoderarse del dinero a través de impuestos, demoliendo casas para que se construyan carreteras y controlando lo que puede hacer con su tierra. Lograr el equilibrio entre lo que reclama el individuo y los intereses de la sociedad es difícil. Pero con las ideas, el argumento de que el gobierno debería obligar a los dueños de la propiedad intelectual a compartir es especialmente fuerte.
Una de las razones es que el intercambio de ideas no causará tanto daño al dueño de la propiedad como ocurre cuando se comparte la propiedad física. Dos agricultores no pueden recoger la misma cosecha, pero un imitador puede reproducir una idea sin privar a su propietario de la original. La otra razón es que el intercambio trae enormes beneficios para la sociedad. Estos surgen en parte por el mayor uso de la misma idea. Si sólo unos pocos pueden permitirse el tratamiento, los enfermos sufrirán, a pesar de que el costo real de producir la pastilla que podría curarlos sea trivial. Compartir también promueve la innovación. Las ideas se superponen. Los inventos se basan en avances creativos anteriores. No habría jazz sin blues; no habría iPhone, sin pantallas táctiles. Lo que sucede hoy, tiene menos que ver con grandes avances, y tiene más que ver con la combinación inteligente y la ampliación de ideas existentes.
Los gobiernos han reconocido desde hace tiempo que estos argumentos justifican poner límites a las patentes. Aun así, a pesar de repetidos intentos de reforma, el sistema falla. ¿Se puede conseguir que funcione mejor?
Gran idea
Los reformadores deben guiarse por la toma de conciencia de sus propias limitaciones. Debido a que las ideas son intangibles y la innovación es compleja, el mismo Salomón tendría problemas para adjudicar un caso entre demandas en competencia. Los mal pagados funcionarios de patentes oficiales siempre tendrán dificultades para enfrentarse a adinerados abogados de patentes. Con los años, el régimen es probable que se desmorone víctima de cabildeo y solicitudes especiales. De ahí que un sistema de patentes claro, áspero y sencillo es mejor que un sistema elegante pero complejo. En el gobierno como en la invención, la simplicidad es una fortaleza.
Uno de los objetivos debe ser eliminar los trols y a los bloqueadores. Estudios han encontrado que entre el 40 y 90% de las patentes no son explotadas o licenciadas por sus propietarios. Las patentes deben acompañarse de una contundente regla “o la usas o la pierdes”, por lo que expiran si la invención no se comercializa. Las patentes también deberían ser más fáciles de desafiar sin tener que recurrir a la presentación del caso ante un tribunal. La necesidad de presentar pruebas para anular una patente frente a un tribunal debería reducirse.
Las patentes deben recompensar a aquellos que trabajan duro en las grandes ideas innovadoras, en lugar de a aquellos que presentan cambios menores. El requisito de que las ideas “no sean evidentes” debe ser fortalecido. No se deben conceder patentes a Apple por las tabletas rectangulares con esquinas redondeadas.
Las patentes también duran demasiado tiempo. La protección durante 20 años podría tener sentido en la industria farmacéutica, ya que hasta que se comercializa el producto puede pasar más de una década. Pero en industrias como la tecnología de la información, el periodo de tiempo desde que se concibe la idea hasta la producción es mucho más corto. Cuando las patentes van a la zaga del ritmo de la innovación, las empresas terminan con monopolios de los ladrillos que construyen una industria. Google, por ejemplo, tiene una patente de 1998, que tiene que ver con el ranking de los sitios web en los resultados de una búsqueda según el número de otros sitios que enlazan con ellos. Aquí cierta complejidad adicional es inevitable: en industrias de movimiento rápido, los gobiernos deben reducir gradualmente la duración de las patentes. Incluso las empresas farmacéuticas podrían vivir con patentes más cortas si el regulador les permitiera sacar antes sus productos al mercado y a un menor costo.
El régimen de patentes de hoy opera en nombre del progreso, pero en realidad atrasa la innovación. Es tiempo de solucionarlo.
Referencias