Personas que creen tener el monopolio de la credibilidad nos recuerdan que las vacunas son uno de los mayores logros de la medicina. Obvio. No obstante, estas mismas personas no parecen ser capaces de distinguir enfermedades devastadoras, como la viruela o la poliomielitis, de la gripe de este año. Tampoco distinguen el impacto sanitario de la vacunación contra la polio del de la vacunación contra la gripe.
El argumento es pueril: debemos vacunarnos contra la gripe porque la vacunación contra la viruela salvó muchas vidas. Pero la puerilidad no equivale a candor: a continuación arremeten, sin nombrarlas, contra algunas de las personas que no comparten sus creencias mal fundamentadas y escasamente reflexionadas.
Ante la avalancha de informaciones, tienen razón los que opinan que a la sociedad hay que darle herramientas para juzgar la credibilidad. Cuatro ideas pueden ayudar a formar un juicio.
La primera, más de siete meses después de su inicio, de momento se puede afirmar que la actual epidemia de gripe es mucho más benigna que en años anteriores: si en temporadas gripales de los años pasados morían en España entre 18 y 99 personas al día, este año han muerto en total unas 170 tras unos meses de “pandemia”. A pesar de que afecta a un mayor numero de personas jóvenes, la gripe de este año causa menos muertes entre jóvenes que las de años anteriores. Se exagera su gravedad.
En segundo lugar, según el Consell Cientific Assessor del Pla Pandemic de Grip a Catalunya, una mujer embarazada tiene cuatro veces más riesgo de gripe complicada (3,2 por millón) que una no embarazada (0,8 por millón). A pesar de que el riesgo sea cuatro veces más alto, sigue siendo muy bajo en términos absolutos, y no justifica que deba vacunarse a todas las embarazadas.
En tercer lugar, las vacunas aprobadas por la Agencia Europea de Medicamentos (EMEA) lo fueron por un procedimiento denominado de “circunstancias excepcionales”. Los documentos públicos de la EMEA afirman de manera explicita que cuando fueron aprobadas, la información sobre su efecto sobre la inmunidad, seguridad y eficacia era “solo limitada”, y debe ser comprobada durante su uso. Dicho en otras palabras: no se conoce con precisión la efectividad y la seguridad de las vacunas.
En cuarto lugar, las vacunas están constituidas básicamente por tres tipos de componentes: las partículas virales con las que se pretende inducir inmunidad, los excipientes y conservantes, y los adyuvantes. Hay experiencia de años anteriores con casi todos los mismos excipientes, conservantes y adyuvantes, pero no con la totalidad de la composición actual de la vacuna, ni con la dosis de cada componente. Es como si un nuevo automóvil estuviera montado con un motor, un chasis o una carrocería que han circulado antes en automóviles distintos, pero no formando un automóvil entero.
Por eso hay incertidumbre sobre su efectividad y su seguridad. Cuando fueron aprobadas por la EMEA solo una de las tres vacunas había sido evaluada en seres humanos con su composición actual. Y solamente en 62 personas sanas, que ni estaban embarazadas ni formaban parte de los grupos de riesgo para los que se está recomendando la vacunación.
Por todo ello, hubiera parecido lógico aplicar mayor prudencia a las recomendaciones de vacunar, darnos tiempo para estudiar la vacuna con mayor detalle en grupos de riesgo, y así poder tomar decisiones mejor informadas en el próximo invierno. El procedimiento excepcional de aprobación de vacunas por la EMEA se aplica en caso de emergencia. La Comisión Europea justifica la emergencia porque la OMS declaró una pandemia el pasado mes de junio, cuando no se conocía la relativa benignidad de la epidemia.
¿Por qué se declara y se mantiene una situación de emergencia en una temporada de gripe que es más benévola que la de años anteriores? Las emergencias suelen conllevar la restricción de la transparencia y de la rendición de cuentas, así como comportamientos autoritarios. Las emergencias instalan la excepción como regla: se aplican procedimientos inusuales de aprobación de fármacos, se relativizan las reglas de evaluación, se prescinde de las garantías habituales, tanto las sanitarias como las sociales. Surgen personas arrogantes que no soportan que se den opiniones contrarias a las suyas “en foros no científicos y en debates públicos”, pues creen que este derecho les está reservado solo a ellos. Efectivamente, nos encontramos ante una pandemia.
Pandemia de alarmismo, de recomendaciones injustificadas y de medidas no basadas en pruebas. En nuestra sociedad secularizada, en la que adoramos la salud total y el riesgo cero, poblada por los nuevos dioses laicos (“Bruselas”, Agencia Europea del Medicamento, Consejo Interterritorial de Salud), ya no se atemoriza a la población con la amenaza del infierno, sino con amenazas para la salud. Emergencia injustificada de salud publica, compra y aprovisionamiento de “reservas estratégicas” de antivíricos y luego de vacunas, devolución de los antivíricos a las farmacias justo cuando los CDC Boletín Fármacos 2010, 13(1) 2 norteamericanos y la OMS proponen reservarlos solo para hospitales, marginación y en ocasiones ridiculización y medias bromas sobre quienes discrepan y criticas personales en medios de comunicación, por no citar otras teatralizaciones.
Efectivamente, como alguien dijo recientemente, hay que evitar a los charlatanes y a los que solo buscan su promoción personal. El problema no es solo de salud pública frente a una enfermedad contagiosa, sino de salud mental y social, de preservación de los valores de la sociedad abierta, en la que los organismos de la administración pública y los expertos deben estar al servicio de los ciudadanos. Para ello, deberían hacer un esfuerzo para atreverse a pensar por si mismos. Como hubiera dicho Manuel Vázquez Montalbán citando a Confucio, el analfabeto del pasado es el lector acrítico del presente.
Escrito, que no fue aceptado para publicación, en respuesta al artículo de P. Alonso y A. Trilla, ‘Credibilidad y salud pública’, publicado en La Vanguardia (Barcelona), el 28 de noviembre de 2009.