En 1950, en Francia, un equipo encabezado por Paul Charpentier, un químico que trabajaba para la compañía Rhône-Poulenc, desarrolló un antihistamínico destinado a la anestesia, la clorpromazina. Durante su investigación sobre la anestesia, el cirujano Henri Laborit observó que clorpromazina hacía que los pacientes se comportaran de manera indiferente a su entorno. En 1952, los psiquiatras Jean Delay y Pierre Deniker probaron la clorpromazina en pacientes con agitación o psicosis y describieron sus efectos psicológicos y motores. En 1955, propusieron el nombre de “neurolépticos” (del griego, que significa que debilita el nervio) para los fármacos con los mismos efectos sintomáticos que clorpromazina [1, 2].
En Estados Unidos, a partir de la década de 1960, el término utilizado con más frecuencia para estos fármacos fue “antipsicótico”. Desde entonces, muchos psiquiatras estadounidenses han creído que estos fármacos no solo alivian los síntomas de la esquizofrenia, sino que corrigen una alteración bioquímica subyacente [2]. Por ejemplo, a principios de la década de 1970, la observación de que clorpromazina y haloperidol bloquean los receptores dopaminérgicos en el cerebro, fue uno de los argumentos que contribuyeron a generar la hipótesis de que había un vínculo causal entre el exceso de dopamina y la esquizofrenia [1-3]. Esta hipótesis fue utilizada posteriormente por la industria farmacéutica para promover estos fármacos [2].
El desarrollo de la clozapina a principios de la década de 1960, seguido en la década de 1990 por el desarrollo de otros “antipsicóticos” con menor afinidad por los receptores dopaminérgicos, condujo a nuevas hipótesis y teorías sobre la fisiopatología de la esquizofrenia [3, 4].
En unos pocos años, la clorpromazina y otros neurolépticos transformaron radicalmente el tratamiento de pacientes con psicosis. Pero la idea de que corrigen las alteraciones bioquímicas responsables de la enfermedad sigue siendo solo una hipótesis. Por este motivo, Prescrire considera que el término “antipsicótico”, que implica una acción directa sobre las causas de la enfermedad, no es el nombre más apropiado para estos fármacos. Por lo tanto, seguimos refiriéndonos a ellos como “neurolépticos”.
Referencias