Políticas
Nitsan Chorev es profesora de sociología en la Universidad de Brown, fue miembro del Instituto de Estudios Avanzados en Princeton y miembro del Centro Internacional Woodrow Wilson del Instituto Internacional de la Universidad de California.
¿Qué tipo de preguntas están formulando los sociólogos ante todos los cambios que desató esta pandemia en la sociedad?
Este parece ser uno de los experimentos naturales más fascinantes y al mismo tiempo agobiantes que ha enfrentado esta generación. Otras generaciones han atravesado crisis como las guerras mundiales. Esta pandemia es similar a esas crisis en la medida en que todo colapsa. Pero también es diferente porque es una guerra en casa, es una guerra en el trabajo, una guerra al ir al supermercado. Es también difícil pensar en un precedente a esta necesidad de encontrar una solución urgente. Lo más cercano en que podríamos pensar es la epidemia de VIH y la urgencia de encontrar tratamientos. O la epidemia de ébola, pero en otro contexto. En ambos casos la emergencia fue global, pero solo afectó algunos sectores de la sociedad global. Esta pandemia afectó a todos los segmentos de la sociedad, aunque de forma desigual en términos económicos, de riesgo e incluso de acceso a vacunas y material de protección. ¿Qué tipo de preguntas están surgiendo? Muchos quieren saber los impactos de esto en el futuro, pero los sociólogos no hacemos eso, no tratamos de predecir sino entender los fenómenos existentes. Creo que lo importante ahora no es tanto entender el largo impacto del Covid-19, que sin duda es relevante, sino este período de un año, qué nos hizo, qué provocó en la sociedad, qué significó estar aislados del trabajo, de los amigos, trabajar en casa. Ese tipo de preguntas.
¿Qué le interesa investigar de la pandemia particularmente?
Cuando apareció el Covid-19 comencé a leer obsesivamente, como los demás. Me interesaron las estrategias de prevención a nivel epidemiológico, como las tecnologías de rastreo de contactos. De alguna manera, mis intereses en la salud global y en la tecnología se mezclaron en esa tecnología de rastreo digital de contactos. El Covid-19 trajo nuevos problemas, nuevas preguntas relacionadas con la sociedad que deben ser resueltas.
Usted lleva varios años estudiando las instituciones globales de salud. ¿Cuál es el balance que hace de la actuación de la OMS durante esta pandemia?
El papel de la OMS es coordinar la respuesta de los gobiernos, proveer información para que puedan actuar de acuerdo con el conocimiento científico. Creo que si la OMS no fue capaz de responder al Covid-19 de manera más efectiva eso es resultado de su legado histórico. A lo largo de los años ha tenido debilidades asociadas a problemas financieros, pero también debido a su autonomía frente a los Estados miembros. Algo deseable es tener una burocracia internacional suficientemente autónoma de los Estados miembros que no entre en dinámicas políticas, pero al mismo tiempo que rinda cuentas a esos Estados miembros. Ese equilibrio es difícil de lograr. Pero lo que debería preocuparnos es que existe hoy una desigualdad en la influencia que ejercen los Estados miembros. La OMS es menos autónoma frente a unos países que frente a otros.
¿Si tuviera el poder para cambiar algo en la OMS qué sería?
Una de las razones por las que OMS ha sido menos influyente a lo largo de los años es que hay una fragmentación en las instituciones de salud pública globales. Lo que cambiaría no es tanto la posición de la OMS sino el rol de estas entidades alternativas con gobernanzas alternativas. La razón por la que los países ricos no pueden controlar las entidades de Naciones Unidas es porque cada país tiene un voto, y los países pobres son mayoría. Al menos en términos de votos los pobres tienen la mayoría. Lo que hacen con las nuevas entidades globales de salud es que cambian ese balance. Cambiaría eso.
Hemos visto una competencia feroz por las vacunas, un nacionalismo de vacunas, comportamientos poco transparentes en la industria. ¿Era posible pensar en otro mecanismo para fabricarlas y distribuirlas?
Cuando hablamos de pandemia es obvio que no se trata de proteger a un solo país. Si quieres controlar la enfermedad la respuesta debe ser global. Hay mucho por decir sobre el desarrollo de vacunas, pero hay un aspecto más relevante en este momento y es la manufactura y la distribución: ¿Quién las puede fabricar, a qué precio y cómo llevarlas no solo a los que pueden pagar? Las casas farmacéuticas firmaron contratos y adelante quedaron los países ricos dispuestos a pagar el precio. Por razones nacionalistas aunque no irracionales ordenaron más de lo necesario. Al otro lado tenemos países que no lograron acuerdos. ¿Cómo cambiamos esto? Hay dos dimensiones: cambiar la capacidad de manufactura actual y lograr que lleguen a países pobres. De hecho, la OMS ha comenzado a ayudar a que se produzcan vacunas en algunos países de África. También usar dinero de donantes para distribuir a países pobres. Es una forma de avanzar en esa equidad. Es difícil. Lo que debe ser considerado hasta cierto punto, y negociado, no es solo lograr remanentes de la producción actual, sino pensar en cómo incrementar esa producción ajustada a las necesidades de países pobres. Tenemos que tener entonces una conversación acerca de manufactura de vacunas. Espero que ocurra sin entrar en las batallas que vimos durante la pandemia del VIH sobre propiedad intelectual. La OMS puede jugar un rol aquí. Así como tuvimos drogas genéricas podríamos tener vacunas genéricas. Ya tenemos mecanismos internacionales para facilitar vacunas genéricas en países pobres. No hay nada que me haga pensar que las empresas farmacéuticas vayan a ceder sus patentes. Pero será interesante ver qué clase de movilización surge cuando las vacunas se vuelven una mercancía escasa. En el VIH nada surgió hasta que algunos activistas en varios países demandaron acceso a medicinas. ¿Quién va a alzar la voz? Es posible que el fenómeno ocurra dentro de cada país, entre grupos que no tienen acceso mientras otros sí.
¿Esta competencia por las vacunas fue usada por algunos países para reposicionarse como líderes tecnológicos?
Claro. Es fascinante y nos lleva a la competencia hegemónica entre China y EE. UU. Además de los incentivos económicos para las compañías, estaba el incentivo nacionalista. ¿Qué más necesitas para despertar la imaginación nacional sobre quién está al frente del desarrollo científico que una competencia como esta? En cuanto al desarrollo, hay un asunto simbólico aquí: quién controla la capacidad de inventar. En el caso de China, esto significa pasar de ser un poder de manufactura a uno de innovación; y para los americanos, de mantener su estatus de innovadores. Al mismo tiempo debemos recordar que hubo colaboración internacional.
Hay algunas voces argumentando que países como Colombia necesitan una independencia farmacéutica. ¿Esto tiene sentido en un mundo globalizado o es un nacionalismo barato?
La cuestión de ser autosuficiente y no depender en algo tan básico como las medicinas es un debate con dos posturas. Por un lado, se cree que la medicinas son tan esenciales que no se puede depender de otros. Es nacionalismo, pero es un nacionalismo que viene de la responsabilidad de garantizar el bienestar y la salud de su población; pero es complicado porque, en términos generales, el sector farmacéutico es muy globalizado. Y es global en parte porque su manufactura, asociada a procesos químicos, tiene impactos ambientales. Muchos países no quieren la producción en su propio territorio. Una parte de estos procesos químicos tienen lugar en lugares como China o India. Así que la autosuficiencia tendría también un precio ambiental y eso debe tenerse en consideración. Como ocurre con otras mercancías, es más barato producirlas en unos lugares. Es una de las razones por las que India es considerada la farmacia del mundo. Todo el mundo depende de India porque produce más barato. Cuando se trata de asuntos médicos, el precio es importante porque es lo que permite el mayor o menor acceso de la población. Pensar que los medicamentos sean producidos solo en entornos nacionales no tiene sentido en un mundo tan globalizado. La solución no es volverse nacionalista. La solución es pensar qué significa tener un mercado global y pensar en formas de regularlo.
Todos vimos una tensión entre libertad y medidas de salud pública durante la pandemia. ¿Qué lecciones deberíamos extraer de este choque para el futuro?
El problema de las libertades personales frente a decisiones de salud pública es una vieja pregunta. Siempre ha existido un dilema entre la privacidad y los bienes públicos, y las consideraciones de salud pública entran en la categoría de un bien público. Volviendo a la epidemia de VIH, hubo en aquel tiempo dilemas sobre exámenes obligatorios, sobre si debían decirle o no a la pareja. Ahí había dilemas muy fuertes sobre lo que llamaríamos libertad frente a la protección de otros. En el contexto de Covid-19, tenemos que ser muy cuidadosos sobre lo que llamamos libertad. Porque algunas cosas que alguien consideraría asuntos de libertad personal otros no. Hablo, por ejemplo, de las quejas de algunos frente al uso de máscaras por considerar que era una violación de su libertad. Otros, como yo, no creemos que eso caiga en la categoría de libertad. El primer ejercicio sería pensar qué cae en la categoría de libertad y qué no. Es un balance delicado. Obviamente, no hay una solución fácil.
¿En algún momento de la pandemia experimentó esta tensión?
Además del caso del tapabocas otro ejemplo sobre el que he estado leyendo mucho es el rastreo digital de contactos, especialmente en el contexto de Israel. Lo que vimos en Israel es que la agencia de seguridad nacional que tenía acceso a todos los datos de celulares de las compañías los usó para hacer el rastreo digital. Así podían saber quién estuvo cerca alguien en los últimos días y enviaban mensajes a sus contactos. Desde una perspectiva de salud pública uno podría pensar que esto es fantástico. Es un método más confiable que depender de la memoria de alguien. Desde una perspectiva de libertad individual, es inaceptable y lo es porque consideramos inaceptable estar bajo vigilancia de tu gobierno a través de tu teléfono. Cosas que podrían ser justificables para luchar contra el Covid-19 podrían ser ilegítimas para otras situaciones.
¿De qué manera cree que el mundo no volverá a ser el mismo?
Creo que es importante pensar en el impacto del uso de ciertas tecnologías. Nada de esto no fue inventado por el Covid-19. Esto ya estaba pasando. Zoom ya existía. Los gimnasios en casa existían. Las compañías ya hablaban de trabajo remoto. Lo que el Covid-19 hizo fue amplificar trayectorias que ya se estaban gestando y hacerlas posibles. Desde un punto de vista sociológico, la pregunta es si su uso se afianzó, si no hay vuelta atrás. Debemos tener cuidado de las implicaciones económicas, políticas y sociales de esto. En vez de predecir, creo que tenemos que ser conscientes del precio de estas posibilidades. Por ejemplo, qué significa estar solo en casa, no socializar, no ser capaz de salir de tu burbuja de redes sociales. Debemos ser conscientes de todo esto.