Aún bajo los dictados del coronavirus, Raquel Carnero (Burgos, 1978) se empeña en avisar de otra amenaza, la provocada por un tipo particular de bacterias, patógenas y que han resuelto soluciones para resistir la acción de los antibióticos. Junto a su marido Luis Marcos y con la colaboración del ilustrador Íñigo Ansola, esta experta en salud pública, farmacia clínica e industria farmacéutica acaba de publicar Antibióticos vs. bacterias. De la resistencia al contraataque (Larousse), un volumen en el que queda explicado con una perspectiva histórica y con toques de humor los motivos por los que las superbacterias están protagonizando una “pandemia silenciosa”.
De los virus, como el nuevo coronavirus, se ha dicho que son unas “malas noticias envueltas en proteínas”. ¿Qué definición le cabe a una bacteria?
Los virus son estructuras muy sencillas; esencialmente, un ácido nucleico y proteínas. Pero no todos portan malas noticias. Algunos virus modificados sirven para atacar bacterias patógenas, los fagos. La diferencia, a grandes rasgos, es que una bacteria no necesita células para reproducirse y el virus carece de esa autonomía. Recuerda más a un robot que a un ser vivo.
La variante delta del coronavirus nos recuerda una vez más la capacidad de adaptación de los seres que habitan el planeta.
Los microorganismos conocen bien la Tierra, llevan aquí más tiempo que nosotros y tienen una capacidad espectacular de evolucionar y reproducirse. Viven junto a nosotros y en nosotros, en una especie de simbiosis. De hecho, la mayoría de las bacterias son inofensivas e incluso beneficiosas. El problema son las patógenas.
Y más si se hacen resistentes a los antibióticos…
Las bacterias evolucionan y se adaptan muy rápidamente. Las pocas que sobreviven a un tratamiento antibiótico se reproducen dando lugar a otras iguales a ellas que también son resistentes. Las bacterias intentan sobrevivir y desarrollan mecanismos para hacerlo. El mal uso de los antibióticos favorece que aprendan y transmitan los genes a las generaciones futuras.
¿Por qué hay un mal uso de los antibióticos?
Todos somos responsables, por eso es tan importante que todos afrontemos el problema, por ejemplo, haciendo algo tan sencillo como cumplir el tratamiento y no dejarlo a medias o no automedicarse. No digamos en el ámbito de la agricultura y ganadería, sectores en los que se emplean muchos antibióticos.
¿Por eso, aún bajo los efectos de un virus que se ha propagado por el mundo, llaman la atención sobre las superbacterias?
Es un problema poco conocido, pero con en el que llevamos muchos años. La situación se está complicando. Para salir de esta situación es necesaria concienciación. Ha llegado el momento de trabajar todos juntos. Ahora, con lo vivido en la pandemia, el mensaje va a calar mejor. Ya hemos visto qué ocurre cuando no hay tratamientos para una enfermedad infecciosa.
Hay cálculos de 10 millones de muertes en 2050 por infecciones de bacterias que se han hecho resistentes a los antibióticos. Ahora son unas 700.000 al año. ¿No es una barbaridad?
Lo es y el escenario no irá a mejor si no pasamos al contraataque.
¿Cómo?
Racionalizando el uso de los antibióticos e invirtiendo más recursos en desarrollar otros nuevos. Nos jugamos mucho, las intervenciones quirúrgicas, en general, y los trasplantes, en particular, están en riesgo. Se nos acaba el tiempo y debemos contraatacar.
¿Se nos acaba el tiempo?
El Covid ha acentuado el problema, pero llevamos años con esta pandemia silenciosa de la que se ha hablado poco. Las bacterias resistentes son muy hábiles expandiéndose por el mundo.
El descubrimiento de la penicilina generó euforia. Se pensaba que era el fin de muchas enfermedades. Todo se ha ido al traste, ¿no?
El mismo Fleming avisó y acertó sobre las consecuencias del mal uso de los antibióticos. El desarrollo de la resistencia a antibióticos se dio a conocer al poco de empezar a usarlos, pero había pocas bacterias resistentes y surgían continuamente nuevos antibióticos. No era preocupante. Ahora es al revés. Hay muchas bacterias resistentes y cada vez menos arsenal terapéutico de utilidad frente a ellas.
Antes de los antibióticos, una mera infección te podía matar. La gonorrea, por ejemplo, fue un quebradero de cabeza para los mandos de los ejércitos durante la Segunda Guerra Mundial.
Causaba muchas bajas médicas entre la tropa, demasiadas. Con la penicilina esto cambió y su fabricación industrial para proveer a los aliados antes del Día D fue crucial para ganar la guerra, además de resultar una odisea. En el libro la hemos bautizado como el Proyecto Manhattan farmacéutico. Me atrevo a decir que disponer de penicilina fue uno de los pilares de la victoria aliada. Evidentemente, no sólo curaba la gonorrea.
Al andar cargamos con un 90% de peso de bacterias y otros microorganismos que viven con nosotros.
Y el 10% restante del peso son nuestras células. En nuestro cuerpo viven montones de bacterias. Muchas las necesitamos para estar sanos y es un error pensar que todas son malas. No es así, muchas son aliadas.
Sólo en la microbiota intestinal hay más de 5.000 especies de bacterias. ¿Uno tiene la microbiota que se merece?
Una microbiota sana es salud. Así de simple, pero hay que cuidarla para lograr el equilibrio. Se dice que somos lo que comemos y yo añadiría que también nuestra microbiota es lo que comemos. La alimentación juega un papel clave. Aún estamos aprendiendo sobre la microbiota, pero tiene mucho potencial incluso a la hora de luchar contra las enfermedades.
¿Qué altera el equilibrio de la microbiota?
Los tratamientos con antibióticos pueden afectar, también lo hace el alcohol y el estrés.