La farmacéutica ha sido de las más beligerantes contra la liberación de patentes. Su negocio no está en el fin de la pandemia en todo el mundo, sino en la venta de pinchazos de refuerzo a los países ricos.
La compañía estadounidense disfruta ahora de los frutos de una apuesta arriesgada: las vacunas de ARN mensajero. Salió mejor de lo que podían prever.
Tienen planes de ceder, apenas, 40 millones de dosis al fondo Covax. Moderna dejará 500 millones.
Pfizer ha sido la ganadora de la carrera por una buena vacuna anticovid, desde que se diera el pistoletazo de salida en marzo de 2020. Es la compañía farmacéutica que más ha ganado por su fórmula: aspira a ingresar más de 21.000 millones de euros durante 2021 con Comirnaty, su vacuna para el covix. A la empresa, fundada en 1849 por dos inmigrantes alemanes en Brooklyn, le ha ido todo de cara desde que en abril de 2020 decidieran aliarse con BioNTech para apostar por una tecnología, hasta el momento, experimental. Los resultados son espectaculares: toda vacuna aprobada por los reguladores es buena vacuna, pero los productos basados en ARN mensajero funcionan tan bien que han sorprendido hasta a los optimistas. Su distribución y logística, salvo retrasos muy puntuales, ha funcionado y permitió a España, privilegiada en el mercado global, acelerar el ritmo de su campaña.
Un ingenuo desconocedor del historial de las big pharma podría pensar que Pfizer, ahora que ha obtenido un “beneficio razonable”, como dijo Fernando Simón, podría compartir su fórmula, facilitar las herramientas para que la tecnología del ARN mensajero se generalice y acelerar así el fin de la pandemia en todos los países, no solo en Occidente. La inmunización en países de ingresos bajos y medianos está siendo lenta para los optimistas y un desastre para los más críticos. Pero Pfizer quiere más.
La compañía farmacéutica ya ha pedido la autorización de emergencia al regulador estadounidense para poner una tercera dosis de la vacuna. El motivo: creen que la inmunidad –como era de esperar– cae a los meses de completar la pauta, sobre todo en personas de más edad. Además, las variantes planean en forma de amenaza. Sin embargo, ni Pfizer ni BioNTech –cuyo fundador ya dijo en abril que sería necesario otro pinchazo– han demostrado que dicha inmunidad esté descendiendo o vaya a descender lo suficiente como para generar otra crisis sanitaria en los países altamente inmunizados. Solo han presentado un estudio parcial en Israel, que efectivamente apunta a una pérdida parcial de la respuesta inmune. El país ya está poniendo la tercera dosis, al igual que Hungría. Por ahora, la Unión Europea no se lo plantea. Tampoco la Organización Mundial de la Salud, que ha entrado en cólera.
¿Es justo, sensato, razonable y ético que los países ricos quieran poner una tercera dosis en base a un peligro que aún no ha sido lo suficientemente demostrado y que la farmacéutica siga haciéndose de oro con ello, mientras la tasa de vacunación completa en África no llega al 1,5%? La Organización Mundial de la Salud (OMS), poco sospechosa de ser un grupúsculo médico radical, está cada vez más enfadada con los países que hacen gala de este privilegio y las big pharma que se lo llevan crudo. El doctor Michael Ryan, jefe de emergencias de la institución, aseguró que, si los países ricos deciden administrar inyecciones de refuerzo en lugar de donarlas al mundo en desarrollo, “miraremos hacia atrás con enfado y con vergüenza”. La científica titular, Soumya Swaminathan, utilizó términos igualmente duros: la OMS hará una recomendación sobre la tercera dosis “basada en la ciencia y en los datos, no en [lo que digan] empresas individuales”.
La responsable de Vacunas de Médicos sin Fronteras España, Miriam Alía, asegura que “nunca había visto a la gente de la OMS tan cabreada con las farmacéuticas”. Se basa no solo en las declaraciones públicas, sino en las que, off the record, hacen sus responsables en las reuniones de trabajo a las que asiste. “Me parece bien que exista ese debate científico” sobre la dosis de refuerzo, afirma, igual que lo ha habido sobre los efectos secundarios, el retraso de la segunda dosis o la mezcla de diferentes productos. Pero, a su juicio, “lo que no se puede hacer es que tu principal preocupación sea que haya una tercera dosis con recomendación oficial de la OMS para vender otra vez a los mismos países”. Aunque reconoce que, como compañía privada en un mercado libre, “tienen todo el derecho del mundo a hacer estrategias comerciales”, aun cuando sean contrarias a la salud pública global.
La inversión pública detrás de cada vacuna, de hecho, ha marcado la diferencia entre las farmacéuticas más generosas y las que no lo han sido tanto. AstraZeneca es una de las principales aportadoras al fondo Covax, gracias al cual los países de ingresos bajos y medios pueden acceder a algunos sueros. Moderna, también estadounidense, ha firmado contratos con el mecanismo para 500 millones de dosis. “Han tenido muchísima financiación pública de Estados Unidos y ha sido el Gobierno el que ha dicho que esos 500 millones iban para Covax”, matiza. Pfizer fue la última en firmar con Covax. Solo les destinará 40 millones de dosis. “Es una gota en el océano. Al día siguiente firmaron un acuerdo con Sanofi para ampliar su capacidad de producción y a los tres días un contrato de ampliación con la UE de 200 millones de dosis más”, relata la activista.
“Para Pfizer, Covax no es un negocio. Han hecho un pequeño contrato porque era vergonzoso ser la única empresa que no estaba”, critica Alía. La responsable de Médicos sin Fronteras apunta, además, que –por el momento– muy pocos países pobres se están beneficiando de la participación de la farmacéutica estadounidense. Ruanda, El Salvador, Bután o Palestina son algunos de los escasos ejemplos. A Cabo Verde han enviado 6.000 dosis, las que pone España en un rato. Países de ingresos medios o altos, como Sudáfrica o Corea del Sur, también han adquirido viales de Comirnaty por esta vía.
Se da la circunstancia de que Pfizer y su CEO, Albert Boula, han sido de los más beligerantes contra la iniciativa de India y Sudáfrica en la Organización Mundial del Comercio (OMC) de suspensión temporal de las patentes de medicamentos y vacunas anticovid. Como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer: ni permiten un acceso global, ni ofrecen suficientes alternativas vista su participación en Covax y su intento de generalizar la tercera dosis enfureciendo a la OMS. Tampoco ceden sus instrucciones a fábricas y laboratorios del Sur Global mediante los mecanismos habilitados, como C-TAP, un espacio de intercambio de información contra la pandemia que ha inaugurado España y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
El producto de Pfizer requiere 280 ingredientes y materiales que proceden de 19 países diferentes, según explicó Boula en una carta abierta de la que se hizo eco El País. No faltan infraestructuras, sino materias primas para cocinar la vacuna. “Entidades con poca o ninguna experiencia en fabricar vacunas demandarán estas materias primas que necesitamos, poniendo en riesgo la seguridad y la salud de todos”, asegura. Las organizaciones recuerdan que, para aterrizar la iniciativa de India y Sudáfrica, hace falta detallar cómo se produciría esa hipotética transferencia de tecnología que necesita acompañar a la liberación de patentes. Y que ambos países no albergan, precisamente, “entidades con poca o ninguna experiencia”, sino el Serum Institute, por ejemplo; número uno en producción de genéricos.
Una apuesta arriesgada que salió mejor de lo previsto
En todo caso, hasta los más críticos con Pfizer reconocen la valentía de apostar por la tecnología del ARN mensajero, logrando ser la primera compañía de la historia que comercializa un fármaco mediante este método. Aunque el mérito del descubrimiento que lo cambió todo pertenece, en realidad, a BioNTech y sus fundadores, los turcos Ugur Sahin y Öezlem Türeci. El primero vio en enero de 2020 las primeras noticias preocupantes de un extraño coronavirus en China y pensó que la brecha entre los medicamentos anticancerígenos en los que trabajaba, basados en el mismo sistema, y una vacuna contra un patógeno respiratorio no era tan amplia. Puso a su equipo a trabajar y el resto es historia.
Todo ha salido bien. Las vacunas basadas en ARN mensajero contienen la información genética suficiente para que las células humanas hagan el trabajo, generando la proteína que el coronavirus utiliza para atacar. El sistema inmunitario detecta esa misma proteína y genera una respuesta. La altísima eficacia que comunicaron Pfizer y Moderna, y de la que muchos desconfiaron, se refrendó posteriormente en el mundo real: la inmensa mayoría de los vacunados con la pauta completa de alguno de estos dos productos evita una enfermedad grave y la muerte. Como posteriormente se ha demostrado con el fracaso de Curevac, hacer una vacuna basada en el ARNm no es tan fácil como han hecho parecer las big pharma norteamericanas.
Tras el primer éxito, los acontecimientos se sucedieron rodados para Pfizer, superando a su principal competidora, Moderna. Ninguna de las dos sufrió las polémicas sobre los eventos trombóticos que han acompañado a AstraZeneca y en menor medida a Janssen. La eficacia no se resiente con ninguna variante, por el momento: Sudáfrica prescindió de Vaxzevria porque datos provisionales y parciales mostraban una respuesta limitada ante la variante beta. Tampoco hubo problemas con la distribución. Mientras que la UE guerreaba con AstraZeneca por el incumplimiento del contrato, Pfizer anunciaba que estaba en disposición de doblar los envíos. España pasó de recibir 1,5 millones de dosis semanales a 2,7 millones, en un momento en el que se comenzó a vacunar a los más jóvenes –con, en teoría, más peligro de sufrir eventos trombóticos–.
Las vacunas de ARN mensajero, además, tienen la capacidad de ser reformuladas en apenas unas semanas ante la aparición de nuevas mutaciones que escapen a las vacunas. La solución de Pfizer y BioNTech es rápida, tremendamente eficaz, resistente y más fácil de transportar de lo que parecía al principio. Las primeras noticias apuntaron a que los viales solo aguantaban bien ultracongelados, pero posteriores estudios apuntaron a que la solución aguanta un mes en frigoríficos convencionales. Incluso ensayos clínicos han demostrado los buenos resultados de mezclarlas con una primera dosis de Vaxzevria.
Ni un solo revés. Todo han sido buenas noticias en los últimos seis meses para la compañía estadounidense que se ha convertido en protagonista de nuestras vidas ante la alegría de la inmunización. No son suficientes para que, por el momento, la farmacéutica vaya a dar un paso definitivo a la hora de terminar con la pandemia en todo el mundo. A pesar de las peticiones de organizaciones y Gobiernos, no prevé compartir su receta. Tampoco BioNTech, cuyo fundador habló de “deber humanitario” cuando comenzó a investigar.