La psiquiatría no es precisamente una especialidad sencilla. Para practicarla hace falta mucha paciencia y comprensión, y su ejercicio suele provocar muchas frustraciones. Estoy convencido de que a menudo los psiquiatras se llevan grandes decepciones al ver que sus pacientes continúan destruyendo sus vidas o negándose a seguir los buenos consejos que ellos les dan sobre cómo mejorar su actitud respecto a los muchos problemas que asedian sus vidas.
Sin embargo, este libro “Psicofármacos que Matan y Denegación Organizada” no trata de los problemas de los psiquiatras. Este libro habla de los motivos por los cuales la psiquiatría no ha logrado ofrecer a sus pacientes lo que estos quieren, y de las consecuencias que ha tenido el hecho de que estos especialistas hayan centrado su actividad en recetar fármacos perjudiciales a cambio de unos beneficios dudosos. La mayoría de los enfermos no responden de la manera esperada a los fármacos que se les recetan. Por desgracia, la frustración que sienten los psiquiatras viendo los escasos progresos de sus pacientes a menudo les lleva a recetar aún más fármacos o los mismos pero en dosis más altas, lo que perjudica aún más a los enfermos.
Los psicofármacos son tan dañinos que, cada año, acaban con la vida de más de medio millón de personas mayores de 65 años en los Estados Unidos y Europa (véase el Capítulo 14). Esto convierte a los psicofármacos en la tercera causa de muerte, tras las enfermedades cardiacas y el cáncer.
No creo que haya nada que asuste más a los enfermos psiquiátricos que un tratamiento forzoso, y este es uno de los motivos más importantes por los cuales el hecho de estar en contacto con el sistema de tratamiento psiquiátrico hace que aumente de forma tan notable los suicidios (véase el Capítulo 15). En este libro explicaré por qué el tratamiento forzoso es inmoral y debería estar prohibido, además de demostrar que es posible ejercer la psiquiatría sin recurrir a él.
Muchos psicofármacos no sólo aumentan la mortalidad total, sino también el riesgo de suicidio y de homicidio, y ninguna agencia del medicamento en todo el mundo ha aprobado ningún fármaco que resulte efectivo para la prevención de los suicidios. La única excepción es el litio, que sí parece reducir su número (véase el Capítulo 7).
Esta tendencia generalizada al sobrediagnóstico y la sobremedicación es otro de los temas que quiero tratar aquí. Existe un enorme problema de sobrediagnóstico en el campo de los trastornos mentales; además, una vez que recibes un diagnóstico psiquiátrico, cualquier cosa que hagas o digas resulta sospechosa; y es que, de golpe, estás constantemente en observación, lo que implica que el diagnóstico inicial, que quizá sólo era provisional, acabe convirtiéndose en una profecía (véase el Capítulo 2).
Creo que es perfectamente posible reducir el uso actual de fármacos psicotrópicos en un 98% y, a la vez, mejorar la salud mental y la supervivencia (véase el Capítulo 14). El principal motivo del actual desastre farmacéutico en psiquiatría es que los psiquiatras más eminentes han permitido que la industria farmacéutica corrompa no sólo esa disciplina académica sino también a quienes la practican.
Si he escrito este libro es, principalmente, gracias a los pacientes psiquiátricos; en especial a aquellos que tratan desesperadamente de abandonar los tratamientos farmacológicos que les han recetado y chocan con las reacciones hostiles y arrogantes de sus médicos. Explicaré cómo pueden reducirse progresivamente, y de manera segura, las dosis que los pacientes toman (véase el Capítulo 12).
También he escrito este libro pensando en los psiquiatras jóvenes, los que hoy están estudiando, con la esperanza de que sus páginas les inspiren y les ayuden a hacer la revolución en esta especialidad, cosa muy necesaria. Una prueba de que la psiquiatría está sumida en una profunda crisis es que más de la mitad de los enfermos cree que la causa de sus trastornos radica en alguna clase de desequilibrio químico que tiene su cerebro. Y esta idea se la han inculcado sus médicos, lo que significa que más de la mitad de los psiquiatras engañan a sus pacientes. No conozco ninguna otra rama de la medicina en la que los profesionales que la ejercen mientan a los enfermos. Pero los psiquiatras también se engañan a sí mismos, y a la sociedad en general. En el libro ofrezco muchos ejemplos de declaraciones oficiales en las cuales se exageran entre cinco y diez veces los beneficios de las intervenciones psiquiátricas, a la vez que se minimizan en similar medida los daños que esas mismas intervenciones causan.
A los psiquiatras que se encuentran en la cumbre del orden jerárquico profesional los he apodado «espaldas plateadas», pues casi siempre son hombres y se comportan como los gorilas machos de espalda plateada en la selva, siempre dedicados a alejar a los otros machos para proteger su poder hegemónico. Este comportamiento, en la naturaleza, tiene como recompensa un fácil acceso a las hembras; en psiquiatría, un fácil acceso al dinero y la fama. Los espaldas plateadas sufren un grave estado de denegación colectiva y organizada. Se niegan a ver el daño que causan, incluso cuando las pruebas en su contra son apabullantes. Además, viven imbuidos de una serie de mitos e ideas equivocadas que ellos defienden con tozudez, pero que son perjudiciales para sus pacientes. Algunas de estas ideas erróneas, que desarrollaré con mayor detalle a lo largo del libro, son:
También describiré cómo llegué a la conclusión de que la investigación psiquiátrica es, en su mayor parte, una pseudociencia, y por qué la investigación fiable de los psicofármacos nos cuenta una historia totalmente opuesta al cuento de hadas que los principales psiquiatras quieren hacernos creer.