Las muertes por COVID-19 ya superaron los 3,9 millones de personas. Los hombres tienen un mayor riesgo de mortalidad por COVID-19 en comparación con las mujeres según los registros epidemiológicos en todo el mundo. Los hombres desarrollan más neumonías que las mujeres. En cambio, las mujeres suelen tener vómitos, mareos y pérdidas del olfato y el gusto más frecuentemente. El por qué de esa diferencia podría estar relacionado en la reacción inmunitaria del organismo de hombres y mujeres o con características específicas del proceso infeccioso del coronavirus. Pero aún falta mucho por conocer, y uno de los obstáculos es que los ensayos clínicos que se llevan a cabo en el mundo casi no consideran la variable del sexo biológico a la hora de llevar a cabo las investigaciones.
Investigadores de Holanda, Alemania y Dinamarca se pusieron a buscar cuánta atención se le prestaba realmente al sexo biológico y al género en los ensayos clínicos relacionados con COVID-19. Encontraron que la atención sobre el sexo y el género en las fases de registro y publicación de los estudios COVID-19 es “generalmente escasa”. Publicaron los resultados en la revista especializada Nature Communications.
Sólo 178 (4%) de los 4.420 estudios de una muestra tomada de ClinicalTrials.gov mencionan un plan para incluir el sexo/género como una variable analítica, informaron los autores. En tanto, 237 estudios (el 5,4%) planean muestras representativas o emparejadas por sexo o enfatizan la información sobre sexo/género y 935 (21,2%) sólo mencionan el sexo/género en el contexto de una declaración de reclutamiento.
La mayoría de la muestra (2946 estudios, 66,7%) no menciona el sexo/género en el registro del estudio. De las 45 publicaciones de ensayos controlados aleatorios de intervenciones farmacológicas para la COVID-19 que identificaron, ocho (17,8%) informan de resultados desagregados por sexo o de análisis de subgrupos.
La escasez en la consideración del sexo y del género en los ensayos clínicos sobre COVID-19 podría ser una barrera para una mejor comprensión de la enfermedad. “La investigación de las diferencias de sexo podría proporcionar conocimientos esenciales sobre la fisiopatología del COVID-19 y posiblemente ayudar a la identificación de intervenciones eficaces. Además del estudio de las diferencias de sexo, se justifica un análisis que tenga en cuenta el género”, escribió el equipo científico liderado por Sabine Oertelt-Prigione, quien es especialista en medicina de género y trabaja en el Departamento de Atención Primaria y Comunitaria, del Centro Médico de la Universidad de Radboud, Nijmegen, en Holanda, y en la Facultad de Medicina OWL de la Universidad de Bielefeld en Alemania.
Aclararon por qué no es lo mismo “sexo” biológico y “género”. Señalaron: “El género, una variable multidimensional que describe la identidad, las normas y las relaciones entre los individuos, puede influir en el acceso a las pruebas, el diagnóstico, la atención médica y los tratamientos farmacológicos, y afectar significativamente a la disponibilidad de apoyo social, económico y logístico”.
El género también puede influir en el comportamiento preventivo y de riesgo, y posiblemente en el curso de la infección. Tanto el sexo como el género pueden influir en la farmacocinética, la farmacodinámica y el perfil de seguridad de los medicamentos”.
Antes, se habían publicado varios reclamos que instaban a incluir el sexo y el género en los ensayos COVID-19. “Excluir un sexo de los ensayos clínicos y no desglosar los resultados por sexo puede conducir a un aumento de la incidencia de efectos secundarios no deseados en la población no sometida a ensayo debido a la sobremedicación y otros factores”, alertaron.
También se había advertido que “no abordar la dimensión de género obstaculiza la oportunidad de reducir la desigualdad en la atención sanitaria, promover la acción preventiva y modular el curso de la infección y el acceso farmacológico”. Sin embargo, la inmensa mayoría de las investigaciones científicas que se han realizado sobre el COVID-19 no tienen en cuenta el sexo como una de las variables principales.
Los autores del trabajo en Nature Communications pidieron igualmente tomar sus resultados con ciertas cautelas, principalmente por tres razones. La primera es que el tamaño de los ensayos condiciona la inclusión del sexo como una variable, ya que segregar los datos puede hacer que las estadísticas pierdan fuerza. “Sin embargo”, dice el informe, “la falta de consideración de estas variables puede socavar la reproducibilidad y generalización de los resultados”.
Además, señalaron que hay que considerar la trayectoria de los investigadores. Aquellos que se dedican a estudios observacionales generalmente están acostumbrados a incluir variables sociales como la pobreza, mientras que los investigadores experimentales no suelen priorizar esos factores. Por último, el factor nacional también desempeña un papel importante. La base de datos de la que se nutren tiene unos requerimientos específicos a la hora de registrar los estudios que pueden no ser más (o menos) restrictivos que en otros países. Como se centraron solo en ClinicialTrials.gov, reconocen que pueden haber pasado por alto una larga proporción de estudios realizados que no están registrados en esa base de ensayos clínicos. Esta decisión puede haber limitado “el valor global de nuestras conclusiones”, reconocieron los investigadores.
“Necesitamos que las agencias regulatorias den un paso al frente y pidan más transparencia, y necesitamos que los medios científicos apliquen reglas más estrictas a la hora de informar”, dijo la doctora Sabine Oertelt-Prigione. Para la investigadora, la falta de datos segregados por sexo y género puede haber enturbiado la conversación sobre las vacunas.
“Posiblemente podríamos haber tenido debates más informados sobre cómo asignar las vacunas, basadas en el riesgo de determinados efectos secundarios y podríamos haber sabido mejor qué esperar. Esto nos habría permitido informar mejor a los usuarios y generar mayor confianza”, considera esta experta.