Nordling señala que la preocupación por la influencia indebida en el reclutamiento de personas vulnerables para participar en investigaciones no se limita a los países de bajos ingresos [1]. De hecho, para que no lo olvidemos, en Londres, en 2006, seis sujetos de investigación previamente sanos estuvieron a punto de morir en un ensayo de fase 1 [2]. A cada participante se le prometieron £2.000 libras al finalizar el ensayo [3].
Pero el dinero no es el único incentivo que suscita preocupación en el reclutamiento de participantes para la investigación. También está la cuestión de la desigualdad en el acceso cuando los sistemas de salud están privatizados y basados en el mercado. Estados Unidos, por ejemplo, gasta bastante más en sanidad que cualquier otro país occidental rico [4]. Sin embargo, 30 millones de sus habitantes carecen de seguro médico y otros 100 millones tienen una deuda sanitaria estresante, que es una de las causas principales de bancarrota [5]. Como afirma Fisher, la participación en ensayos clínicos se vende con frecuencia al público estadounidense “como una forma de obtener visitas al médico, pruebas diagnósticas y medicamentos ‘gratis'” [6].
La desigualdad en el acceso a servicios de salud, alimentada por unos servicios de salud impulsados por un mercado que quiere aportar beneficios a los inversores también se debe incluir en el marco de las preocupaciones sobre la influencia indebida en el reclutamiento para los ensayos clínicos. Sin duda, se trata de un campo ético y político.
Referencias