Conclusiones: el entusiasmo originado por el descubrimiento de la penicilina y el origen de la era de los antibióticos hizo creer a la comunidad científica que la guerra contra las enfermedades bacterianas podía ser ganada fácilmente.
Durante los primeros años de esta era fueron significativos los avances en este campo, al punto de que en pocos años se descubrieron los grupos de antibióticos que hoy conocemos.
Sin embargo, el uso indebido de los antibióticos facilitó la aparición de las cepas resistentes, pero la búsqueda de nuevas moléculas más eficaces empañó la preocupación por la aparición de las resistencias bacterianas. Cabe considerar que cuando para la industria farmacéutica le es menester invertir muchos años y mucho dinero para la investigación y el desarrollo de una nueva molécula con actividad antibacteriana, en lapsos a veces menores a un año ya se había reportado la aparición de cepas resistentes al mismo.
El porcentaje de cepas bacterianas resistentes se ha incrementado de manera alarmante en los últimos veinte años, razón por la cual desde la década del 70, la comunidad científica está abocada a la revisión de los viejos hallazgos de laboratorio como el efecto post-antibiótico (PAE), el efecto sub-concentración inhibitoria mínima (sub-MIC) y la participación de la respuesta inmune del hospedador, los que paradójicamente fueron dejados de lado en el momento de haber sido reportados o propuestos, hoy en día son el fundamento de la terapéutica antibiótica de vanguardia.
La moraleja es preocupante; “llegamos siempre demasiado tarde a un mundo demasiado viejo”. Si hay algo que caracteriza a los tiempos que vivimos es que el futuro llega demasiado rápido.
Como profesionales de las ciencias médicas debemos tomar conciencia que tras el promisorio avance de la ciencia en materia de terapia antibiótica hace 70 años, al presente -siendo muy optimista- nos encontramos solamente frenando el avance de las cepas bacterianas resistentes, y digo optimista porque es posible que la humanidad esté perdiendo posiciones en esta guerra sin cuartel, en la que tarde o temprano las bacterias saldrán vencedoras.
El clínico no está en condiciones de desarrollar esquemas terapéuticos ni de manipular índices PK-PD para optimizar los tratamientos antibióticos. Esto debe quedar reservado para centros de investigación y desarrollo especializados, los que basándose en experiencias rigurosamente controladas dispondrán de evidencia suficiente para proponer esquemas posológicos adecuados con base científica y racional, a fin de optimizar el uso de los agentes antibacterianos disponibles.
Queda en manos del clínico entonces realizar su labor a conciencia, empleando antibióticos cuando sea estrictamente necesario, conociendo o teniendo evidencia del microorganismo actuante y su sensibilidad antibiótica, evitando los tratamientos de “amplio espectro” sin motivo, respetando las dosis, los intervalos entre ellas y las duraciones de los tratamientos.