ENSAYOS CLÍNICOS
Breves
Los medicamentos no funcionan: un escándalo médico moderno (The Drugs Don’t Work: A Modern Medical Scandal)
Ben Goldacre
Guardian del Reino Unido, 24 de septiembre de 2012
Traducido por Moisés Pascual Barriga, Licenciado en Farmacia
Los médicos que prescriben los medicamentos no saben que no hacen lo pretenden. Tampoco sus pacientes. Los fabricantes lo saben muy bien, pero no lo dicen.
Reboxetina es un fármaco que he prescrito. Otros medicamentos no habían hecho nada por mi paciente, por lo que queríamos probar algo nuevo. Había leído los datos del ensayo antes de escribir la receta, y sólo encontré pruebas bien diseñadas, imparciales y con resultados abrumadoramente positivos. La reboxetina fue mejor que el placebo y tan buena como cualquier otro antidepresivo en comparación uno a uno. Está aprobado para su uso por la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios (MHRA), que regula todos los fármacos en el Reino Unido. Millones de dosis se prescriben cada año en todo el mundo. La reboxetina fue claramente un tratamiento seguro y eficaz.
El paciente y yo discutimos brevemente las evidencias, y convine en que era el tratamiento adecuado para hacer otro intento. Firmé una receta.
Pero ambos habíamos sido engañados. En octubre de 2010, un grupo de investigadores finalmente fue capaz de juntar todos los datos que habían sido recogidos para reboxetina, tanto de los ensayos que fueron publicados como de los que nunca habían aparecido en publicaciones académicas. Cuando todos estos datos se armaron, se produjo una imagen impactante. Siete ensayos habían sido realizados comparando reboxetina frente a un placebo. Sólo uno, llevado a cabo en 254 pacientes, tuvo un resultado claro, positivo, y fue publicado en una revista académica para su lectura por médicos e investigadores. Pero otros seis ensayos se llevaron a cabo, en casi 10 veces más pacientes. Todos ellos mostraron que la reboxetina no era mejor que una píldora de azúcar. Ninguno de estos ensayos fue publicado. No tenía ni idea de que existían.
Fue a peor. Los ensayos que compararon la reboxetina frente a otros fármacos mostraron exactamente la misma situación: tres pequeños estudios, con 507 pacientes en total, mostraron que la reboxetina fue tan buena como cualquier otro fármaco. Se publicaron todos. Pero los datos de 1657 pacientes quedaron sin publicar, y estos datos no publicados mostraron que los pacientes tratados con reboxetina tuvieron peores resultados que aquellos que tomaban otros fármacos. Si todo esto no fuera suficiente, también había datos sobre efectos secundarios. El fármaco parecía bueno en los ensayos que aparecieron en la literatura académica, pero cuando vimos los estudios no publicados, descubrimos que los pacientes tenían más probabilidades de tener efectos secundarios, más probabilidades de abandonar la toma del fármaco y mayor probabilidad de retirarse del ensayo debido a los efectos secundarios, si estaban tomando reboxetina que cuando recibían alg uno de sus competidores.
Hice todo lo que se supone que un médico debe de hacer. Leí todos los documentos, los valoré críticamente, yo los entendía, los comenté con el paciente y tomamos una decisión en conjunto basada en la evidencia. En los datos publicados, la reboxetina era un fármaco seguro y eficaz. En realidad, no era mejor que una píldora de azúcar y, peor aún, aporta más riesgos que beneficios. Como médico, hice algo que, teniendo en cuenta toda la evidencia disponible, dañó a mi paciente, simplemente porque los datos poco halagüeños no fueron publicados.
En esta situación nadie infringió ninguna ley, la reboxetina está todavía en el mercado y el sistema que permitió que todo esto sucediera aún está funcionando, para todos los fármacos, en todos los países del mundo. Los datos negativos se van perdiendo, para todos los tratamientos, en todas las áreas de la ciencia. Los reguladores y los organismos profesionales, de los que razonablemente cabría esperar que acabaran con estas prácticas, nos han fallado. Estos problemas han sido protegidos del escrutinio público porque son demasiado complejos como para pillarlos con un chasquido de dedos. Es por eso que los políticos no han hecho mucho, por lo menos en parte; pero también por eso que conviene explicar los detalles. Las personas en las que deberíais de haber sido capaces de confiar para solucionar estos problemas os han fallado, y debido a que hay que entender un problema correctamente para poder solucionarlo, hay algunas cosas que necesitáis saber.
Los mismos que fabrican los medicamentos los testean en ensayos clínicos no muy bien diseñados, con muestras desesperadamente pequeñas de pacientes, con frecuencia raros y no representativos, y los resultados son analizados utilizando técnicas que por diseño son defectuosas, de tal manera que exageran los beneficios de los tratamientos. Como es de esperar, estos estudios tienden a producir resultados que favorecen al fabricante. Cuando los ensayos lanzan resultados que no gustan a las empresas, tienen todo el derecho a ocultarlos a médicos y pacientes, por lo que sólo se ve una imagen distorsionada de los verdaderos efectos de un fármaco. Los reguladores ven la mayoría de los datos del ensayo, pero sólo desde fases tempranas en la vida de un fármaco, y aún así no comparten esta información con los médicos o pacientes, ni con otras oficinas gubernamentales. Esta evidencia distorsionada se comunica y aplica entonces de una manera distorsionada.
En sus 40 años de práctica tras salir de la facultad de medicina, los médicos escuchan sobre lo que funciona “ad hoc”, de los representantes de ventas, colegas y revistas. Pero los colegas y revistas pueden estar pagados por las compañías farmacéuticas – a menudo de forma oculta. Y también lo están los grupos de pacientes. Y, por último, los ensayos académicos, que todo el mundo piensa que son objetivos, a menudo están planeados y escritos por personas que en secreto trabajan directamente para las empresas, sin revelarlo. A veces revistas académicas enteras son por completo propiedad de una empresa farmacéutica. Aparte de todo esto, para varios de los problemas más importantes y duraderos en la medicina, no tenemos idea de qué tratamiento es mejor, porque no existen intereses financieros por parte de nadie para llevar a cabo ningún estudio.
Ahora, vamos con los detalles.
En 2010, los investigadores de Harvard y Toronto identificaron todos los ensayos realizados con cinco clases principales de fármacos- antidepresivos, fármacos para la úlcera y así sucesivamente – y extrajeron información sobre dos características clave: ¿eran positivos? y ¿estaban financiados por la industria? Se encontraron más de 500 ensayos en total: El 85% de los estudios financiados por la industria fueron positivos, pero sólo el 50 % de los ensayos financiados por el gobierno lo fueron. En 2007, los investigadores analizaron todos los ensayos publicados que exploraban los beneficios de una estatina. Estos medicamentos reductores del colesterol reducen el riesgo de sufrir un ataque al corazón y se prescriben en grandes cantidades. Este estudio encontró 192 ensayos en total, o bien comparando una estatina contra otra, o comparando una estatina con otro tipo de tratamiento. Encontraron que los ensayos financiados por la industria eran 20 veces más propensos a dar resultados a favor del fármaco en prueba.
Estos resultados son aterradores, pero provienen de estudios individuales. Así que vamos a considerar las revisiones sistemáticas en esta área. En 2003, se publicaron dos. Cogieron todos los estudios publicados hasta la fecha y se fijaron en si la financiación por parte de la industria se asociada con la presentación de resultados favorables a la industria, y ambos encontraron que los ensayos financiados por la industria tenían, en conjunto, cerca de cuatro veces más probabilidades de presentar resultados positivos. Una nueva revisión en 2007 examinó los estudios publicados durante esos cuatro años: se encontraron 20 trabajos más, y todos menos dos mostraron que los ensayos patrocinados por la industria fueron más propensos a reportar resultados halagadores.
Resulta que este patrón persiste incluso cuando te alejas de trabajos académicos publicados y se analizan los informes de ensayos de conferencias académicas. James Fries y Eswar Krishnan, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford en California, estudiaron todos los resúmenes de investigación presentados en los congresos del Colegio Americano de Reumatología de 2001, que incluían resultados de algún tipo de ensayo clínico y admitían haber sido patrocinados por la industria, con el fin de averiguar qué proporción presentaban resultados que favorecían al fármaco del patrocinador.
En general, la sección de resultados de un trabajo académico es extensa: se presentan los números en bruto para cada resultado, y para cada posible factor causal, pero no sólo como puros números. Se dan los “rangos”, se exploran los subgrupos, las pruebas estadísticas realizadas, y cada detalle se describe en forma de tabla, y en forma de narrativa corta en el texto. Este largo proceso generalmente se transmite a través de varias páginas. En Fries y Krishnan (2004), este nivel de detalle no era necesario. La sección de resultados es una única y simple – quiero pensar -frase bastante pasivo-agresiva: “Los resultados de cada ensayo controlado aleatorizado (45 de 45) favorecieron al fármaco del patrocinador.”
¿Cómo sucede esto? ¿Cómo se las arreglan los ensayos patrocinados por la industria para conseguir casi siempre un resultado positivo? A veces, los ensayos son defectuosos por diseño. Pueden comparar el nuevo fármaco con algo que sabes que es basura – un medicamento existente en una dosis inadecuada, tal vez, o una píldora de azúcar (placebo) que no hace casi nada. Pueden seleccionar a los pacientes con mucho cuidado, por lo que son más propensos a obtener mejores resultados en su tratamiento. Pueden fijarse en los resultados a medio plazo, y detener el proceso antes de tiempo si parecen buenos. Pero después de todas estas peculiaridades metodológicas viene un truco muy sencillo que compromete la integridad de los datos. A veces, las compañías farmacéuticas llevan a cabo muchos ensayos, y cuando ven que los resultados son poco favorecedores, simplemente no los publican.
Dado que los investigadores son libres de ocultar los resultados que les plazca, los pacientes se exponen a una cadena asombrosa de riesgos en el conjunto de la medicina. Los médicos pueden no tener ni idea de los verdaderos efectos de los tratamientos que prescriben. ¿Esta droga funciona realmente mejor, o simplemente se me ha privado de la mitad de los datos? Nadie lo puede decir. ¿Vale la pena el dinero de este medicamento tan caro, o simplemente los datos han sido manipulados? Nadie lo puede decir. ¿Matará este medicamento a los pacientes? ¿Hay alguna evidencia de que es peligroso? Nadie lo puede decir. Esta es una situación extraña que se plantea en medicina, una disciplina en la que se supone que todo se basa en la evidencia.
Y este dato está retenido por todo el mundo de la medicina, de arriba a abajo. NICE, por ejemplo, es el Instituto Nacional para la Salud y la Excelencia Clínica, creado por el gobierno británico para llevar a cabo resúmenes cuidadosos e imparciales de todas las pruebas sobre los nuevos tratamientos. No es capaz ni de identificar ni de acceder a los datos sobre la efectividad de un medicamento que ha sido retenido por los investigadores o empresas: NICE no tiene más derecho legal a esos datos que tú o que yo, a pesar de que está tomando decisiones acerca de la efectividad y el costo-efectividad, en nombre del Sistema Nacional de Salud, para millones de personas.
En un mundo razonable, cuando los investigadores realizan ensayos con una nueva píldora para una compañía farmacéutica, por ejemplo, esperaríamos ver contratos universales que dejan claro que todos los investigadores están obligados a publicar sus resultados y que las industrias que los patrocinan – que tienen un enorme interés en obtener resultados positivos – no tienen control sobre los datos. Pero, a pesar de todo lo que sabemos acerca de los sesgos en la investigación financiada por la industria, esto no sucede. De hecho, lo opuesto es cierto: es completamente normal para los investigadores y académicos que realizan ensayos financiados por la industria firmar contratos sometiéndolos a las cláusulas de amordazamiento que les prohíben publicar, discutir o analizar los datos de sus ensayos sin el permiso del financiador.
Esta es una situación tan sigilosa y vergonzosa que incluso intentar documentarla para comunicarla al público puede ser una aventura llena de tensión. En 2006, se publicó un artículo en el Journal of the American Medical Association (JAMA), una de las revistas médicas de mayor circulación del mundo, describiendo lo común que era para los investigadores que realizan ensayos financiados por la industria tener que someterse a ese tipo de restricciones impuestas a sus derechos de publicar los resultados de las investigaciones. El estudio fue realizado por el Centro Nórdico Cochrane, quienes analizaron todos los ensayos que habían recibido la aprobación para realizarse en Copenhague y Frederiksberg (Si usted se pregunta por qué fueron elegidas estas dos ciudades, era simplemente una cuestión práctica: los investigadores solicitaron otros lugares, sin éxito, y se les negó el acceso específicamente a los datos en el Reino Unido). Estos ensayos fueron abrumadoramente patrocinados por la industria farmacéutica (98%) y las normas que rigen la gestión de los resultados cuentan una historia que anda en el borde de lo ya familiar entre lo terrible y lo absurdo.
Para 16 de los 44 ensayos, la empresa patrocinadora tenía que ver los datos a medida que se acumulaban, y en otros 16 tenía el derecho de interrumpir o suspender el estudio en cualquier momento y por cualquier razón. Esto significa que una empresa puede ver si un ensayo está yendo contra ella, y puede interferir a medida que avanza, distorsionando los resultados. Incluso si la industria permite que se concluya el estudio, los datos todavía podrían ser suprimidos: hubo restricciones en los derechos de publicación en 40 de los 44 ensayos, y en la mitad de ellos, los contratos decían específicamente que el patrocinador era propietario de todos datos (¿qué pasa con la pacientes, podríamos decir?) o tendría que aprobar las publicaciones finales, o ambas cosas. Ninguna de estas restricciones se menciona en ninguno de los documentos publicados.
Cuando el artículo que describe esta situación fue publicado en Jama, LIF, la asociación danesa de la industria farmacéutica respondió anunciando, en el Diario de la Asociación Danesa de Medicina, que estaba “agitada y enfurecida por las críticas, que no podían reconocer”. Exigió una investigación de los científicos, aunque no dijo quién la haría ni que debían investigar. LIF se dirigió posteriormente al Comité Danés sobre Deshonestidad Científica, acusando a los investigadores de Cochrane de mala conducta científica. Nosotros no podemos ver la carta, pero los investigadores dicen que las acusaciones eran muy graves – fueron acusados de distorsionar deliberadamente los datos – pero vagas, y sin documentos ni pruebas que los respaldasen.
No obstante, la investigación se prolongó durante un año. Peter Gøtzsche, director del Centro Cochrane, le dijo a la revista British Medical Journal que sólo la tercera carta Lif, a 10 meses de iniciado este proceso, hizo acusaciones concretas que podrían ser investigadas por la comisión. Dos meses después, los cargos fueron desestimados. Los investigadores de Cochrane no habían hecho nada mal. Pero antes de que fueran declarados inocentes, LIF envió las cartas que alegaban la falta de honradez científica al hospital donde cuatro de los autores trabajaban, y a la organización que gestionabla el hospital, y envió cartas similares a la Asociación Médica Danesa, al Ministerio de Salud, al Ministerio de Ciencia y así sucesivamente. Gøtzsche y sus colegas se sentían “intimidados y hostigados” por el comportamiento de LIF. LIF siguió insistiendo en que los investigadores fueron culpables de mala conducta, incluso después de finalizada la investigación.
La paroxetina es un antidepresivo comúnmente utilizado, de la clase de fármacos conocidos como inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina o ISRS. También es un buen ejemplo de cómo las empresas se han aprovechado de nuestra larga permisividad sobre los ensayos que no se hacen o no se divulgan, y encontró lagunas en nuestras regulaciones inadecuadas en materia de divulgación de información sobre los ensayos.
Para entender las razones hay que empezar por analizar el proceso por el que se otorgan permisos de comercialización. La aprobación de la comercialización de un medicamento no es para que se utilice en cualquier problema médico: para cada uso específico, para cada enfermedad específica se necesita una autorización de comercialización aparte. Así, un fármaco podría ser autorizado para el tratamiento del cáncer de ovario, por ejemplo, pero no para el de cáncer de mama. Eso no significa que el medicamento no sirva para tratar el cáncer de mama. Bien podría haber alguna evidencia de que es muy bueno para el tratamiento de esta enfermedad también, pero tal vez la empresa no se ha tomado la molestia ni ha invertido en obtener una autorización de comercialización formal para ese uso específico. Los médicos pueden recetarlo para el cáncer de mama, si quieren, ya que el medicamento se encuentra disponible para ser prescrito, es probable que funcione, y hay envases del mismo en las farmacias a la espera de ser dispensados. En esta situación, el médico puede prescribir el fármaco legalmente, pero “off-label” (fuera de indicación).
Ahora, resulta que el uso de un fármaco en niños requiere una autorización de comercialización diferente a la de su uso en adultos. Esto tiene sentido en muchos casos, ya que los niños pueden responder a los medicamentos en formas muy diferentes y, por lo tanto, debe realizarse una investigación en los niños por separado. Sin embargo, conseguir una licencia para un uso específico es un trabajo costoso, que requiere mucho papeleo y algunos estudios específicos. A menudo, esto va a ser tan caro que las empresas no se molestan en conseguir una licencia específica para comercializar un medicamento para uso pediátrico, debido a que el mercado es por lo general mucho más pequeño.
Así que no es raro que un fármaco sea autorizado para su uso en adultos, pero luego recetado a niños. Los reguladores se han dado cuenta de que esto es un problema, por lo que recientemente han empezado a ofrecer incentivos a las empresas para llevar a cabo más investigaciones y solicitar formalmente estas licencias.
Cuando GlaxoSmithKline solicitó una autorización de comercialización de paroxetina en niños, una situación extraordinaria salió a la luz, lo que provocó la mayor investigación en la historia del Reino Unido en la regulación fármacos. Entre 1994 y 2002, GSK realizó nueve ensayos con paroxetina en niños. Los dos primeros no pudieron demostrar ningún beneficio, pero la compañía no hizo ningún intento de informar a nadie de esto cambiando las etiquetas del medicamento que se envían a todos los médicos y los pacientes. De hecho, después de que se hubieran completado estos ensayos, un documento interno de los administradores de la empresa afirmó: “Sería comercialmente inaceptable incluir una declaración de que la eficacia del fármaco no ha sido demostrada, ya que con ello perjudica el perfil de paroxetina.” Durante el año posterior a este memo secreto interno, solamente en el Reino Unido se expidieron 32.000 recetas de paroxetina a niños: así, mientras que la compañía sabía que el medicamento no funcionaba en los niños, no tenía prisa para decírselo a los médicos, a pesar de saber que gran número de niños la estaban tomando. Más ensayos clínicos se llevaron a cabo en los años siguientes – nueve en total – y ninguno mostró que el fármaco fuese eficaz en el tratamiento de la depresión en niños.
Pero lo que aún es peor. Estos niños no simplemente recibieron un medicamento que la empresa sabía que no era eficaz para ellos, sino que también estaban siendo expuestos a los efectos secundarios. Esto debería ser evidente por sí mismo, ya que cualquier tratamiento efectivo tendrá algunos efectos secundarios, y los médicos cuentan con este factor, junto con los beneficios (que en este caso no existían). Pero nadie sabía lo malo que eran estos efectos secundarios, porque la empresa no comunicó ni a los médicos, ni a los pacientes, y ni siquiera al regulador, la información acerca de los preocupantes datos de seguridad de sus ensayos. Esto se debió a un vacío legal: se debe comunicar al regulador sólo los efectos secundarios reportados en estudios que analizan los usos específicos para los que el fármaco tiene un permiso de comercialización. Debido a que el uso de paroxetina en niños fue “off-label”, GSK no tenía obligación legal de informar a nadie sobre lo que había encontrado.
Desde hacía tiempo había preocupación por si la paroxetina podía aumentar el riesgo de suicidio, sin embargo este es un efecto secundario difícil de detectar cuando se trata de un antidepresivo. En febrero de 2003, GSK envió espontáneamente a la MHRA un paquete de información sobre el riesgo de suicidio de la paroxetina, que contenía algunos análisis realizados en 2002 acerca de los eventos adversos ocurridos durante en los ensayos que la compañía había patrocinado, remontándose a una década atrás. Este análisis mostró que no había ningún aumento del riesgo de suicidio. Pero esto era engañoso: aunque no estaba claro en ese momento, los datos de los ensayos en niños habían sido mezclados con los datos de los ensayos en adultos, que tenían un número mucho mayor de participantes. Como resultado, cualquier signo de riesgo de suicidio entre los niños tratados paroxetina había sido completamente diluido.
Más tarde, en 2003, GSK tuvo una reunión con la MHRA para discutir otro tema relacionado con la paroxetina. Al final de esta reunión, los representantes de GSK hicieron entrega de un documento informativo, explicando que la empresa tenía la intención de solicitar en ese mismo año el permiso para comercializar la paroxetina para uso específico en la población pediátrica. Mencionaron, mientras entregaban el documento, que la MHRA tal vez deseaba tener en cuenta el problema de seguridad que la compañía había señalado: un aumento del riesgo de suicidio entre los niños con depresión que recibieron paroxetina, en comparación con los que recibieron placebo.
Eran datos sobre efectos secundarios de vital importancia, que se habían presentado, después de un retraso sorprendente, por casualidad, de una manera totalmente inadecuada y no oficial. Aunque los datos se entregaron a un grupo que no tenía nada que ver con este tema, el personal MHRA presente en esta reunión tuvo el ingenio para descubrir que se trataba de un problema importante. Esto desencadenó una ráfaga de actividades: se realizaron los análisis y, al mes, se envió una carta a todos los médicos aconsejándoles no prescribir paroxetina a pacientes menores de 18 años.
¿Cómo es posible que nuestros sistemas para obtener datos de las empresas sean tan malos, simplemente se puede retener información de vital importancia para demostrar que un medicamento no sólo es ineficaz, sino también activamente peligroso? Debido a que las regulaciones contienen lagunas legales ridículas, y es triste ver cómo GSK alegremente las aprovecha: cuando la investigación fue publicada en 2008, se llegó a la conclusión de que lo que la compañía había hecho – la retención de datos importantes sobre la seguridad y eficacia que los médicos y los pacientes claramente necesitaban – era claramente poco ético, y ponía a los niños de todo el mundo en riesgo, pero nuestras leyes son tan débiles que GSK no puede ser acusada de ningún delito.
Después de este episodio, la MHRA y la UE cambiaron algunas de sus regulaciones, aunque no lo suficiente. Obligaron a las empresas a entregar los datos de seguridad cuando se utiliza un medicamento para usos no autorizados, pero ridículamente, por ejemplo, los ensayos realizados fuera de la UE seguían estando exentos de hacerlo. Algunos de los ensayos realizados por GSK fueron publicados en parte, pero obviamente eso no es suficiente: ya sabemos que si vemos sólo una muestra sesgada de los datos, estamos siendo engañados. Pero también necesitamos todos los datos por la simple razón de que necesitamos muchos datos: las señales de seguridad son a menudo débiles, sutiles y difíciles de detectar. En el caso de la paroxetina, los peligros se hicieron evidentes sólo cuando los eventos adversos de todos los ensayos se agruparon y analizaron juntos.
Eso nos lleva al segundo fallo evidente en el sistema actual: los resultados de estos ensayos se entregan en secreto al regulador, quien luego se sienta en silencio y toma una decisión. Esto es lo opuesto a la ciencia, que es fiable sólo porque todo el mundo muestra su trabajo, explica cómo saben que algo es eficaz o seguro, comparte sus métodos y resultados, y permite que otros decidan si están de acuerdo con la forma en que los datos han sido procesados y analizados. Sin embargo, para la seguridad y la eficacia de los medicamentos, permitimos que todo ocurra a puertas cerradas, porque las compañías farmacéuticas han decidido que quieren compartir sus resultados de los ensayos discretamente con los reguladores. Así que el trabajo más importante en la medicina basada en la evidencia se lleva a cabo a solas y en secreto. Y los reguladores no son infalibles, como veremos más adelante.
La rosiglitazona se comercializó por primera vez en 1999. En ese primer año, el Dr. John Buse de la Universidad de Carolina del Norte comentó que había detectado un mayor riesgo de problemas cardíacos en un par de reuniones académicas. El fabricante del medicamento, GSK, se puso en contacto directo con la intención de hacerlo callar, y luego se puso en contacto con su jefe de departamento. Buse se sintió presionado a firmar varios documentos legales. Para no alargar la historia, después de rellenar documentos durante varios meses, en 2007, el Comité Senatorial de Finanzas de EE UU dio a conocer un informe que describe el tratamiento de Buse como “intimidatorio”.
Pero estamos más preocupados por los datos de seguridad y eficacia. En 2003, el grupo de farmacovigilancia de Uppsala de la Organización Mundial de la Salud se puso en contacto con GSK porque habían detectado un número inusualmente grande de notificaciones espontáneas que asociaban a la rosiglitazona con problemas de corazón. GSK realizó dos meta-análisis internos de sus propios datos en 2005 y 2006, respectivamente. Estos mostraron que el riesgo era real, pero a pesar de que tanto GSK como la FDA tenían estos resultados, ninguno de los dos hizo ninguna declaración pública sobre ellos, y no fueron publicados hasta 2008.
Durante este periodo de tiempo un gran número de pacientes fueron expuestos al fármaco, pero los médicos y los pacientes no se enteraron de este grave problema hasta el 2007, cuando el profesor en cardiología Steve Nissen y sus colegas publicaron un meta-análisis que se ha convertido en punto de referencia. Este mostraba un aumento del 43% en el riesgo de problemas cardíacos en los pacientes tratados con rosiglitazona. Dado que las personas con diabetes ya padecen un mayor riesgo de sufrir problemas de corazón, y el punto central de tratamiento de la diabetes es reducir este riesgo, este hallazgo era importante. Los resultados de Nissen fueron confirmados en trabajos posteriores, y en 2010 el fármaco fue retirado, o su uso restringido, en el mercado global.
Mi argumento no es que este fármaco debería haber sido prohibido antes, porque, aunque suene perverso, los médicos a menudo necesitan medicamentos inferiores para utilizarlos como un último recurso. Por ejemplo, un paciente puede desarrollar efectos secundarios idiosincrásicos con las píldoras más eficaces y ser incapaz de tomarlos por más tiempo. Una vez que esto ha sucedido, puede merecer la pena probar un medicamento de menor eficacia si en ese paciente es mejor que nada.
Mi preocupación es que estos debates ocurrieron a puerta cerrada, y sólo los reguladores tuvieron acceso a los datos. De hecho, el análisis de Nissen solo pudo realizarse gracias a una sentencia judicial muy inusual. En 2004, cuando GSK fue sorprendido habiendo omitido datos que mostraban indicios de graves efectos secundarios de la paroxetina en niños, su mal comportamiento dio lugar a un proceso judicial en EE UU por fraude. Como resultado, GSK tuvo que pagar una multa significativa y publicar los resultados de los ensayos clínicos en una página web pública.
Nissen utilizó los datos de rosiglitazona, cuando estuvieron disponibles, y encontró signos preocupantes de daño, que luego fueron publicados para los médicos – algo que los reguladores nunca habían hecho, a pesar de tener información de los años anteriores. Si esta información hubiera estado libremente disponible desde el principio, los reguladores podrían haberse sentido un poco más preocupados por sus decisiones, pero, sobre todo, los médicos y los pacientes podrían haber estado en desacuerdo con ellos y haber tomado decisiones con esa información. Es por eso que necesitamos un mayor acceso a todos los informes de los ensayos, para todos los medicamentos.
La omisión de información estropea las bases de información para todo el mundo. Si los ensayos adecuados nunca se hacen, si los ensayos con resultados negativos son retenidos, entonces simplemente no podemos conocer los verdaderos efectos de los tratamientos que utilizamos. La evidencia en medicina no es una preocupación académica abstracta. Cuando se introducen datos incorrectos y tomamos las decisiones equivocadas, infligimos dolor innecesario y el sufrimiento y la muerte en gente como nosotros.
Este es un resumen del libro Bad Pharma, de Ben Goldacre, que acaba de publicar Fourth Estate