Ética
Reflexiones sobre la pandemia: las vacunas, la salud pública, los derechos humanos, la ciencia, los científicos, el poder, los decisores y la transparencia.
Premisa
No hay dudas de que, entre los múltiples protagonistas de los escenarios, concretos e imaginarios, que desde hace un año ocupan todos los horizontes, el rol del conocimiento científico ha sido y es, determinante. Transversalmente, de la biología a la economía, a la salud pública, a la seguridad, a la política. Detrás de todas las decisiones nos aseguramos de que haya una o más comisiones y muchos expertos diferentes. El tiempo de las Vacunas que estamos viviendo, resume y representa a la perfección el entrecruzamiento estrecho y profundamente ambiguo de los conocimientos científicos más específicos para la gestión de una pandemia – biólogos, médicos, epidemiológicos y de salud pública- con los procesos de toma de decisiones con criterios de referencia y de legitimidad.
Una última nota importante: más allá de cualquier discusión, más o menos falsa, el único mantra que no se discute es que la base fundante de toda la confianza en un futuro diferente dice: el Covid 19 ha demostrado más allá de cualquier duda que la ciencia ha marcado la diferencia entre ésta y las anteriores pandemias de la historia con su capacidad de producir remedios que nos saquen del túnel, en tiempos que ni siquiera hubiéramos podido soñar.
Lo que sigue nace del interior de la “comunidad científica”, no como crítica, sino como un ejercicio de transparencia normal. La calificación científica de quien escribe, según los indicadores más acreditados como el HI, siempre ha sido respetable, así como su contribución internacional en el campo de las pruebas de experimentación de drogas innovadoras, de las políticas para su evaluación, de la epidemiología, (de ciudadanía, más allá de las enfermedades).
Una grilla de análisis-evaluación
Como todos los procesos que producen un conocimiento complejo y estratégico para la vida de la sociedad, el recorrido de los ‘caminos’ de investigación de las ciencias que interesan más directamente son inseparables de sus contenidos precisos. Una observación obvia, pero que es bueno explicitar para motivar conexiones entre afirmaciones que pueden parecer pesimistas, si no irreverentes.
Vacunas. Es bueno partir de aquí, dado que estamos en el centro de una guerra mundial real, y no sólo nacional y europea. El mantra citado antes como indiscutible se ha aplicado específicamente y de un modo mesiánico a las vacunas. ¿Noticia falsas? De hecho las vacunas se han desarrollado en tiempos rápidos. ¿Pero cuáles son sus recorridos? El conocimiento y las tecnologías que las permitieron eran una parte bien consolidada del Know how y de las posibilidades operativas de la ‘comunidad científica’ (pública y privada). La novedad fue la aparición de un mercado sin precedentes, que ha puesto a disposición de los investigadores una capacidad de desarrollo aplicativo, a través de políticas de financiamiento, como los de tiempos de guerra (no se exagera: los datos están totalmente disponibles).
Nada es científicamente nuevo. Es una confirmación perfecta de que la lógica del desarrollo no es la de la cooperación entre varios autores, sino la de la competencia más secreta y sin límites: reclutando poblaciones experimentables con criterios que serían inaceptables en términos de información y de gestión, anunciando resultados principalmente con un ojo en las cotizaciones en la Bolsa, promoviendo campañas masivas sin ni siquiera haber puesto a punto una política colaborativa al menos en el monitoreo de la efectividad, además de la seguridad de las diversas vacunas.
La “novedad”, el verdadero resultado científico que podría sacarnos del túnel sería el saber la modalidad, la intensidad, la duración de las defensas inmunitarias. ¡Cierto, se requiere tiempo!, pero sobre todo una colaboración muy transparente entre diversos actores, para poner juntos datos, garantizar un análisis independiente, razonado, con una fuerte interacción entre la investigación de base y la epidemiológica… ¿Diseños, aunque sea sólo informativos, de este proceso? ¿Señales críticas (¿éticas? ¿de normal civilidad democrática?) de la intolerabilidad profesional, metodológica, cultural, de un silencio comunicativo que parece unirse en connivencia con intereses y políticas estrictamente de mercado, privado y público, de investigadores “independientes” y productores industriales?
Salud pública y derechos humanos. Los términos de referencia de SALUD en este segundo punto de reflexión parecen estar más alejados del tema que aquí nos interesa. De hecho, estamos en su centro: la prioridad dada a las vacunas se debió a su carácter más ejemplar, y el mensaje es claro: el mercado ha vuelto a disfrazar a la ciencia de bondad y futuro para tener las manos más libres. No es una denuncia específica por el Covid 19: la pandemia, antes de que la guerra por las vacunas fuese evidente, ha desgraciadamente documentado que el primer fracaso de la “comunidad científica” global ha sido y continúa siendo, el de la ausencia de una cultura-civilidad: compartir los datos sobre la vida de las personas con miras a una comprensión de los riesgos y la búsqueda de soluciones orientadas a las necesidades específicas.
La no respuesta de la comunidad científica global ha implicado a todas las máximas autoridades, no por haber hecho alguna cosa mal sino por su ausencia e incapacidad, o imposibilidad planificada, de hacerse cargo de manera programada y colaborativa de un problema pre-anunciado desde hace tiempo, pero cuya causalidad múltiple sólo podría bloquearse tocando las tradiciones y los equilibrios de poder que desde hacía tiempo la ciencia convencional ha dejado de cuestionar. Es de estos centros, públicos y privados, (¿conniventes?) de donde derivan las cuotas más importantes de financiamiento. Este “fracaso por ausencia” fue diagnosticado de modo muy preciso por el editor de Lancet, una de las revistas científicas más prestigiosas y globales, como “catástrofe”, con la consecuencia explícita de que un diagnóstico cultural y político sólo podría responder con un cambio de paradigma respecto a las causas de la catástrofe. La respuesta inmersa en el escenario “vacunas” no va por cierto en esa dirección.
La oposición, sin clamor pero muy fáctica, de todos los que adoptan la hipótesis de una suspensión (excepcional, como la pandemia) del régimen de patentes, propuesta por todas las redes de derechos humanos y de los pueblos, afirma que la única “cientificidad” actual consiste en garantizar la arbitrariedad-secreto de los algoritmos económicos.
¿Contar los muertos, o ser responsables de investigar/comprender la evitabilidad? Los boletines que puntualmente existen desde hace un año en Italia y a nivel global, pretenden contar el avance de la Pandemia con descripciones que oscilan desde las meteorológicas (el rebrote, ¡la nuevas olas!) a las restrictivas acusatorias (aglomeraciones, encuentros sociales, centros culturales, escuelas) son otras de las señales dramáticas de inexistencia de una cientificidad responsable de la ‘ciencia de los grandes números (‘big data’), sin comentarios que permitan interpretarlos y comprenderlos como herramientas de autonomía y no sencillamente de alarma y de miedo.
En un tiempo que asegura (y hace percibir como concreta, es en los campos más diversos) la posibilidad de ‘rastrear’, de explicar, de utilizar los flujos de todas las transacciones, los movimientos , la interacción entre los humanos y las mercancías, no existe en la actualidad un solo ejemplo de cooperación epidemiológica que nos permita comparar y comprender (en el tiempo y en los diversos territorios) la increíble diversidad de los caminos de los contagios y de las poblaciones más golpeadas.
En la pequeña Italia, los colores de las regiones con mayor riesgo se modifican siguiendo criterios que se parecen más al sorteo de la lotería que a explicaciones razonables y reconocibles. Regiones ‘virtuosas’ se convierten en ‘malas, para retornar ejemplares contra todas las expectativas. Suecia, que se confió a la responsabilidad de la población, resulta ser un desastre en comparación con la sustancial ‘ausencia’ de problemas de países vecinos y similares, como Noruega y Finlandia. Las escuelas se abren, se cierran, hay confusión en todos los países sin que se tenga un sólo dato para confrontar sobre la contagiosidad directa o indirecta atribuible a las poblaciones jóvenes y/o sus familias. Alemania y Holanda hacen encierros durísimos, después de haber sido ejemplares.
Sin hablar, en un mundo global que produce estadísticas económicas puntuales y puntillosas sobre la pobreza y la desigualdad en todos los países, de estimaciones creíbles en continentes enteros como Africa, América Latina, o India, China… El monitoreo global y local que invoca, sin poder nunca aplicarlo, el rastreo de los grupos de riesgo, parece reproducir la historia de la “gripe española” en tiempos que no podían ni siquiera imaginar nuestra sociedad digitalizada.
La cientificidad de la Epidemiología Comunitaria y de ciudadanía, desde hace años era aplicada a volver visibles y punibles los derechos violados de las minorías con mayor riesgo, a través de un trabajo de “aproximación y de participación” con las poblaciones interesadas. La Epidemiología convencional, especializada en descripciones – desde arriba y desde lejos- de la distribución de las enfermedades, impone la anulación de las historias y de las vidas de las comunidades reales. Su cientificidad es las de los boletines mencionados: las cifras y los porcentajes disfrazan lo que no saben con un pretendido conocimiento objetivo garantizado por las “comisiones” que no confrontan públicamente (no sólo en Italia) sus incertidumbres. Olvidan que la información compartida de las incertidumbres y de las parcialidades es la condición sine qua non de una ciencia que quiera ser una fuente independiente y responsable de información al servicio de una civilidad democrática.
Mirar hacia adelante. Los puntos que se han mencionado no pretenden evidentemente ser completos ni mucho menos ‘verdaderos’. Explicitan simplemente el riesgo y el engaño de fiarse de un poder que se pretende independiente de una verificación transparente, porque es expresión de un conocimiento “científico”.
Soluciones lineales de situaciones que han puesto en discusión todos los modelos de sociedad y de ciencia que han llevado a una catástrofe no pueden pretender ser creíbles. Deberá ser rol primario de la “comunidad científica”, por coherencia con su identidad y responsabilidad cultural, metodológica, democrática, poner en evidencia – y hacerse cargo -con la misma fuerza sus conocimientos y sus no conocimientos. La “pos pandemia”, fiel a la actual política de las vacunas arriba mencionada, expresa toda la ceguera de una ciencia que sabe muy bien (pero programáticamente no recuerda) que pandemias futuras aún más mortales que ésta que vivimos dependen del mantenimiento de la lógica propietaria y competitiva de las patentes, de los precios, de las desigualdades.
Es obvio que esto es responsabilidad primaria de los gobiernos, pero es parte de la credibilidad de la ciencia contribuir a estar del lado de quienes dicen toda la verdad sobre cómo son las cosas y tomar partido. Un editorial autorizado en una revista respetable como el New England Journal of Medicine lo decía, aún antes del diagnóstico arriba mencionado del Lancet: el desafío cultural y ético, y por eso científico e identitario de la ciencia para un después ‘diferente’ pasa por una alianza entre quienes, sin ilusiones ni demagogias, a la larga asumen y respetan, como criterio de legitimidad, la producción de un conocimiento que no sea instrumento de inequidad.