Hace muchas décadas, la gente podía vender medicamentos peligrosos y prometer beneficios, incluso cuando los medicamentos tuvieran consecuencias catastróficas.
Consecuentemente hubo varias tragedias, niños y adultos murieron o sufrieron mutilaciones en nombre de la salud. En respuesta, EE UU creó la FDA, la agencia federal que hoy supervisa y regula los medicamentos de venta con receta, los dispositivos médicos y otros productos.
Mikkael A. Sekeres, oncólogo y ex presidente del Comité Asesor de Medicamentos Oncológicos de la FDA, escribe en su nuevo libro “Medicamentos y la FDA: Seguridad, eficacia y confianza del público” (Drugs and the FDA: Safety, Efficacy and the Public’s Trust) que fue un “nacimiento indecoroso”. [1]
Según Sekeres, después de un comienzo difícil, la evolución de la agencia hasta convertirse en una institución confiable, fue accidentada. El libro de Sekeres relata los tumultuosos primeros años de la FDA, así como los retos más recientes, y muestra cómo sus salvaguardias de salud pública fueron puestas a prueba por un medicamento moderno contra el cáncer de mama.
Los primeros “tratamientos”, conocidos como píldoras de vegetales de Benjamin Brandreth (Benjamin Brandreth’s Vegetable Pills) y Peruna, podían ser desde ineficaces hasta mortales [2, 3]. Se requirió la intervención de pacientes y padres preocupados, el trabajo de periodistas y una trágica adulteración de medicamentos, incluyendo muertes infantiles a principios del siglo XX por la administración de vacunas contra la viruela y la difteria contaminadas con tétanos, para que se estableciera la FDA.
Sekeres relata desde la minuciosa búsqueda que hizo la FDA en 1937 de los frascos que seguían circulando de un elixir mortal que contenía anticongelante hasta que en 1962 la agencia empezó a exigir que los medicamentos fueran seguros y eficaces antes de ser comercializados en EE UU.
El autor entreteje sus experiencias al evaluar si la FDA debía haber permitido la venta de Avastin, un medicamento aprobado para tratar el cáncer de mama en base a datos que demostraban que no prolongaba ni mejoraba la calidad de vida de las pacientes [4]. En 2011, la FDA retiró la aprobación de este medicamento para ese uso, y Sekeres describe la experiencia de un proceso que, según él, puso a prueba el temple de la agencia.
El libro ofrece la perspectiva que tiene un médico de los productos que llenan nuestros botiquines, pero Sekeres también incluye a los pacientes. Un público que, en sus palabras, “se rebela, protesta lo bastante alto como para que se le oiga, para provocar el cambio” es el verdadero motor de este atractivo libro, y un recordatorio de a quién, en última instancia, debe servir esta agencia compleja, a veces “enloquecedoramente deliberada y lenta”.
Referencias