El artículo que Robert Fortner ha publicado en el BMJ [1] analiza el esfuerzo que hicieron Oxford-AstraZeneca por promover la equidad en el acceso a las vacunas, y relata las lecciones que se pueden extraer de esta experiencia. A continuación, hacemos un resumen de lo más importante.
Adrian Hill y otros científicos de la Universidad de Oxford (Reino Unido) produjeron una vacuna contra el covid-19 y planeaban ofrecer licencias libres de regalías a otros fabricantes. “Personalmente, no creo que en tiempos de pandemia deba haber licencias exclusivas”, declaró el investigador Adrian Hill al New York Times en la primavera de 2021. Sin embargo, Oxford concedió una licencia exclusiva de su tecnología a AstraZeneca, para que la vendiera sin ánimo de lucro. Este arreglo no fue bien recibido por los analistas financieros de EE UU y, de hecho, la vacuna recibió el permiso de comercialización en todo el mundo menos en EE UU.
Un año después, en 2022, AstraZeneca experimentó un declive importante en las ventas de su vacuna, mientras las de las vacunas de ARNm de Pfizer y Moderna aumentaron. Es más, el Serum Institute of India, socio de AstraZeneca, destruyó 100 millones de dosis caducadas que no se utilizaron, y dejó de fabricar la vacuna en diciembre de 2021 por la baja demanda.
Los científicos de Oxford establecieron la empresa Vaccitech, y su director ejecutivo dijo: AstraZeneca “debería haber sido capaz de cosechar una enorme cantidad de buena voluntad… por lo que estaban haciendo…Creo que eso repercutirá en futuras iniciativas”.
Fortner se pregunta si la decisión de Oxford de asociarse con AstraZeneca, en lugar de seguir con su plan original de licencias no exclusivas, fue una decisión equivocada. En este caso, parecería que, con la pandemia, las empresas con ánimo de lucro han salido fortalecidas.
La tecnología de la vacuna de AstraZeneca
La vacuna de Oxford utilizó la tecnología vectorial ChAd (adenovirus de chimpancé), que surgió tras años de investigación en vacunas contra la malaria, y el primer ensayo clínico en el que se utilizó se hizo en 2007. La propiedad intelectual es de Vaccitech, una empresa cofundada por Hill y una colega investigadora de Oxford, Sarah Gilbert, y ahora la dirige Enright.
Enright afirma que “Vaccitech iba definitivamente por libre” en el caso de la vacuna covid. “De hecho, obtuvimos la financiación y la aprobación de los Institutos Nacionales de Salud para poner en marcha un ensayo en EE UU”. El banco europeo respaldó los esfuerzos de Vaccitech en el continente, y se habían asignado recursos al Reino Unido.
La Fundación Bill y Melinda Gates, que ha financiado el desarrollo de muchas vacunas apreció el trabajo de Oxford, pero no su plan de concesión de licencias de código abierto. “Les dimos una lista de personas con las que tenían que hablar”, dijo Bill Gates. Gavi y la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI) (ambas fundadas y financiadas por Gates) también les recomendaron que buscaran una empresa con experiencia en la realización de ensayos clínicos a gran escala y en los procesos de aprobación reglamentaria.
Más tarde, Melinda Gates declaró que la fundación apoyaba la fijación de precios escalonados en lugar de estrategias de código abierto. (En economía, la fijación de precios diferenciados es una forma de monopolio que permite imponer precios distintos en función de lo que los compradores puedan y estén dispuestos a pagar). Ameet Sarpatwari, epidemiólogo y abogado del Centro de Bioética de la Facultad de Medicina de Harvard, cree que esta estrategia “suele tener sentido desde el punto de vista de la justicia distributiva”, pero los precios suelen ser altos, sobre todo cuando se tienen en cuenta los enormes beneficios de las empresas.
Amanda Glassman, vicepresidenta ejecutiva del Centro para el Desarrollo Global, afirma que aunque Hill y sus colegas se hubieran mantenido firmes en su postura sobre la no exclusividad, las cosas podrían haber sido diferentes, pero no es seguro: “Los mismos fabricantes que obtuvieron una licencia de AstraZeneca habrían estado interesados o habrían podido producir la vacuna a través de un acuerdo de no exclusividad”, pero “probablemente habrían tardado más, porque es posible que no hubieran recibido el mismo nivel de apoyo de AstraZeneca”. Por otra parte, “El Instituto del Suero [con el que AstraZeneca firmó un acuerdo exclusivo para producir la vacuna para la India y otros países] podría no haber visto con buenos ojos que otro fabricante indio hiciera vacunas”, afirma Glassman, y se hubiera acabado con un acuerdo exclusivo en la India.
Glassman añade que a principios de 2021 AstraZeneca ya tenía problemas de fabricación para abastecer a sus primeros clientes europeos, y se hubiera priorizado resolver ese problema antes de resolver los problemas en otros países.
La Red de Fabricantes de Vacunas de Países en Desarrollo (DCVMN) consiste en una alianza que podría haber aceptado licencias no exclusivas y haber empezado a producir vacunas, pero según Glassman “El problema [en ese momento de 2021] era que la vacuna Oxford-AstraZeneca no era la más eficaz ni la más solicitada”, afirma, y los problemas de suministro “también podrían haber limitado la cantidad que DCVMN podría haber fabricado”.
Sarpatwari cree que AstraZeneca hizo lo correcto, pero se pregunta si la empresa con ánimo de lucro se desincentivó a sí misma y ofreció un rendimiento inferior al óptimo. Se pregunta: “¿Hicieron la misma planificación y la misma preparación logística que hubieran aplicado a un producto superventas? No lo sé”.
Según Glassman, se eligió a un fabricante anglo-sueco en lugar de una empresa con experiencia en vacunas como Merck, a pesar de que se mantuvieron conversaciones con Merck. Glassman supone que la elección de AstraZeneca obedeció, en parte, a consideraciones de seguridad nacional: “otra forma de nacionalismo que podría haber contribuido a aportar resultados subóptimos”.
Otras estrategias para promover la equidad
La Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI), es una coalición de socios filantrópicos financiada por Gates, Wellcome Trust y varios gobiernos. Casi 20 años antes se formó otro grupo similar financiado por la Fundación Rockefeller para trabajar en una enfermedad: Medicines for Malaria Venture (MMV).
Tanto la CEPI como la MMV dirigen fondos públicos a la investigación farmacéutica que realiza el sector privado. La MMV surgió en un momento en que los financiadores empezaron a ignorar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), y establecieron asociaciones público-privadas con la idea de obtener mejores resultados por el dinero invertido. Con el tiempo el componente privado de estas asociaciones ha ido en aumento.
MMV, al igual que los inversores de capital riesgo, obtiene regalías por el desarrollo de los productos que financia. Las empresas pueden fabricar y vender cualquier medicamento contra la malaria que hayan desarrollado con el apoyo de MMV, pero tienen que conceder licencias de propiedad intelectual a MMV (patentes y conocimiento sobre el proceso). MMV tiene entonces libertad para seguir un esquema de fabricación y distribución que promueva el acceso por encima del lucro.
Al igual que MMV contó con financiamiento de la Fundación Rockefeller, CEPI está financiada por Gates, que tiene más interés en promover a la industria. Sarpatwari explica: “Creo que ha habido mucho desencanto porque la estrategia de Gates para abordar los problemas de salud pública está muy centrada en el mercado”. Si se hubieran podido superar las dificultades tecnológicas, “creo que algunos países habrían avanzado” -fabricando vacunas contra el covid a pesar de las prohibiciones legales- “pero creo que en este caso el riesgo era demasiado alto”.
Gates adoptó una postura muy fuerte en defensa de la propiedad intelectual, y rechazó las solicitudes de renunciar a las patentes durante la pandemia, aunque acabo concediendo una pequeña exención.
CEPI distribuyó US$2.000 millones para realizar ensayos clínicos con vacunas covid, y sigue siendo uno de los financiadores más influyentes en este ámbito; si CEPI hubiera utilizado la misma estrategia que MMV, se habrían obviado estas disputas.
Ahora ha surgido otra asociación privada: Pandemic Antiviral Discovery (PAD), financiada por la Fundación Novo Nordisk (con un patrimonio de US$230.000), Open Philanthropy (fundada por Dustin Moskovitz, de Facebook) y Gates.
PAD piensa centrarse estrictamente en medicamentos que se puedan utilizar en países de ingresos bajos y medios. A diferencia de CEPI o MMV, PAD no está financiada ni por los gobiernos ni por organismos multilaterales o agencias de la ONU. Al igual que el MMV, PAD se dedica a los fármacos y no a las vacunas. El enfoque del PAD reduce el nacionalismo, al tiempo que mantiene los vínculos con la industria.
¿Cuál es el futuro de la equidad de las vacunas?
Sarpatwari cree que la estrategia inicial de código abierto de Hill y Oxford podía haber promovido la equidad en las vacunas, “un modelo en el que una institución académica pública se responsabilizaba de llevar una vacuna desde el laboratorio hasta su distribución final. . . de no haberse aliado con una empresa farmacéutica, podría haber controlado toda la logística y podría haber trabajado con fabricantes de todo el mundo”.
Tras haber perdido esta oportunidad, lo que hay que hacer, dice Sarpatwari, es construir infraestructura en países de todo el mundo para que puedan satisfacer sus propias necesidades. Esto es lo que intentó la OMS al establecer su centro de transferencia de tecnología de vacunas de ARNm en Sudáfrica en junio de 2021. Pero ni Moderna ni BioNTech han compartido su propiedad intelectual; aunque Moderna ha dicho que no utilizarán las patentes para interferir con el trabajo del centro de la OMS.
Por otra parte, Moderna ha anunciado la apertura de una fábrica en Kenia. Las instalaciones permitirán la fabricación de productos farmacéuticos, pero no podrán embotellar y preparar vacunas para su distribución. BioNTech, por su parte, a pesar de las primeras conversaciones con la OMS, tiene su propia agenda y ha anunciado planes para construir fábricas en Senegal, Ruanda y, potencialmente, Sudáfrica.
Moderna y BioNTech, dice Sarpatwari, “pueden retrasar el proceso [de transferencia de tecnología], y sin duda lo han hecho”. Para poder competir, lo que necesita el centro de la OMS es dinero. Sin embargo, ni la Fundación Gates ni CEPI lo apoyan financieramente.
En abril de 2021, CEPI firmó un memorando de entendimiento con la Unión Africana para fomentar las vacunas de ARNm en el continente africano (esto no tiene ninguna relación directa con el centro de la OMS). En marzo de 2021, la CEPI también anunció un plan de US$3.500 millones para suministrar vacunas para acabar con la pandemia. A modo de contraste el centro de la OMS solo contaba con US$68 millones.
Senegal está en conversaciones con todas estas iniciativas. Es uno de los líderes de la incipiente fabricación y desarrollo de vacunas en África: ya fabrica una vacuna precalificada por la OMS contra la fiebre amarilla, lo que le sitúa muy por delante de otros países implicados en estas iniciativas, como Nigeria, que empieza desde cero.
Hay muchas razones para esperar que, en una futura pandemia, la CEPI cumpla sus promesas de promover la equidad en materia de vacunas, tal vez incluyendo su fabricación en países de renta baja o media. Sin embargo, mientras la mayoría de los donantes financien a CEPI en lugar de a la OMS, la OMS se verá superada por los esfuerzos de otros actores. El PAD es un paso más en avanzar la tendencia hacía una disminución del papel de las entidades públicas: no involucra a ninguna.
En Oxford, Hill y sus colegas están desarrollando una vacuna contra la malaria que podría superar a la de GSK, y para fabricarla se están asociando directamente con el Serum Institute de la India y esperan suministrar la vacuna, denominada R21, por a tan sólo tres o cuatro dólares la dosis.
Actualmente, Asia fabrica la mayoría de las vacunas del mundo, explica Hill, lo que permite que los grupos académicos puedan obviar el asociarse con una intermediaria farmacéutica y puedan establecer contratos directamente con el fabricante, como se ha hecho con la vacuna contra el covid-19 Corbevax, de la Universidad Baylor de Texas: Baylor llegó a un acuerdo con Biological E, con sede en Hyderabad (India). “Nosotros y otros tenemos ahora buenos vínculos con fabricantes indios”, dice, “y creo que vamos a ver muchas más asociaciones parecidas. Se está produciendo un gran cambio, y covid lo ha facilitado”.
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