PRESCRIPCIÓN, FARMACIA Y UTILIZACIÓN
Breves
Razones por las que los padres temen la aguja (Why parents fear the needle)
Michael Willrich
The New York Times, 20 de enero 2011
http://www.nytimes.com/2011/01/21/opinion/21willrich.html
Traducido y resumido por Salud y Fármacos
A pesar de que hay mucha evidencia en contra, uno de cada cinco estadounidenses cree que las vacunas ocasionan autismo – y es posible que esta percepción persista aun después de la publicación en el British Medical Journal de un informe que, en forma detallada y rigurosa, desenmascara el artículo que en 1998 inició la preocupación entorno al autismo y las vacunas.
Esto se debe a que el miedo a las vacunas es mucho más profundo de lo que se pueda decir en un artículo, y hasta que los expertos en salud se den cuenta de eso y descubran las creencias que generan este tipo de preocupación, seguirá la paranoia y la amenaza que esto representa para la salud pública.
La evidencia contra el artículo original y su autor, el investigador británico Andrew Wakefield, es condenatoria. Entre otras cosas dijo que su investigación había sido financiada, al menos en parte, por un abogado involucrado en un juicio contra el fabricante; en respuesta, el Consejo Médico Británico le sacó del registro de médicos en mayo 2010. Tal como dijo el editor de la revista, la afirmación de que la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola causaba autismo “no se basó en mala ciencia sino en un fraude deliberado”.
Pero el miedo del público a las vacunas no se originó en el trabajo del Dr. Wakefiled, sino que más bien sus conclusiones resonaron con las dudas y el resentimiento de la gente hacia una tecnología que puede salvar vidas pero no está exenta de riesgos.
Las vacunas han tenido que luchar contra el escepticismo del público desde el principio. En 1802, después de que Edward Jenner publicara los primeros resultados de que al frotar el pus de la viruela de las vacas en los brazos de los niños se podría prevenir la viruela, se publicó una viñeta de humor político en la que aparecía gente recién vacunada con pezuñas y cuernos.
Sin embargo, durante todo el sigo XIX las vacunas formaron parte central de los esfuerzos de salud pública en Inglaterra, Europa y América, y varios países empezaron a exigir vacunas. Esto incomodó a mucha gente que sintieron que las vacunas estaban invadiendo su libertad. Empezó a crecer un movimiento contra las vacunas, que aunque fue vilipendiado por la profesión médica, logró convencer a las bases populares y a algunas personas de prestigio como Frederick Douglas, Leo Tolstoy y George Bernard Shaw, quienes dijeron que las vacunas “no eran más que brujería inmunda”.
La oposición popular en Estados Unidos alcanzó su máximo durante la epidemia de viruela a principios del siglo XX. Los oficiales de salud pública obligaron a vacunar en las escuelas públicas, fábricas y trenes; policías armados con garrotes obligaron a los residentes de las viviendas donde se aglomeraban los inmigrantes a vacunarse, mientras que los Texas Rangers y la caballería de Estados Unidos vacunaba en la frontera entre México y Estados Unidos.
La resistencia pública fue inmediata, desde manifestaciones y huelgas en las escuelas hasta cabildeo político y montones de juicios que eventualmente llegaron a la Corte Suprema. Periódicos, especialmente el New York Times, desestimaron a los que estaban en contra de las vacunas utilizando términos como “ignorantes y desquiciados” y “gente sin esperanza”.
La oposición manifestaba actitudes complejas frente a la medicina y el gobierno. Muchos afroamericanos, que habían sido maltratados e ignorados por la profesión médica de raza blanca, dudaban de los motivos de los vacunadores. Los Cristian Scientists protestaron las leyes por pensar que eran un asalto a la libertad religiosa. Los trabajadores temían, con razón, que las vacunas provocaran una inflamación de sus brazos y les costaran varios días de sueldo.
Hasta ahora, los defensores de la vacunación universal han tenido tendencia a ver solo el daño que les hacen los críticos. Pero en retrospectiva, esta preocupación está justificada: en ese tiempo, los profesionales de la salud ordenaron las vacunas sin asegurarse de que eran seguras y efectivas.
La confianza en las vacunas se desmoronó en otoño de 1901 cuando los periódicos vincularon la muerte de nueve escolares en Camden, New Jersey, a una vacuna comercial contaminada con tétanos. En San Luis otros 13 escolares murieron por tétanos tras recibir tratamiento con antitoxina diftérica. Se requirieron décadas para que los estadounidenses aceptaran someterse a campañas nacionales de vacunación.
Sin embargo, la controversia sobre las vacunas del último siglo dejo huellas positivas. Para restaurar la confianza después de las muertes de Camden y San Luis, el Congreso aprobó la ley de control de biológicos en 1902, autorizando al gobierno federal a regular la industria de las vacunas. En respuesta a varios juicios contra las vacunas, las cortes estatales y federales establecieron nuevos estándares para balancear el interés de la salud pública con las libertades civiles.
La resistencia popular mostró a los especialistas que en materia de salud pública la educación puede ser más efectiva que la fuerza. Este descubrimiento hizo que las vacunaciones contra la polio y la viruela que se llevaron a cabo a mediados de siglo fueran un éxito.
Se podría pensar que ya no es necesario seguir educando. Después de todo, las vacunas de hoy son seguras y están muy bien reguladas, y el número de inyecciones es mayor. El CDC recomienda que cada niño reciba 10 vacunas; para muchos estadounidenses las vacunas son parte de la vida.
Sin embargo, según el informe del CDC del 2010, el 40% de los padres que tienen niños pequeños han atrasado o rechazado una o más vacunas para sus hijos. Esto se debe en parte al éxito de las vacunas, y hacen que cualquier riesgo – por pequeño que sea- aparente ser mucho más importante.
Tampoco ayuda que gracias al Internet, se pueda fácilmente acceder a una gran cantidad de información equivocada, incluyendo el estudio del Dr. Wakefield. Esto significa que los especialistas de salud pública tienen que diseminar todavía más información positiva sobre las vacunas.
Los especialistas en salud se frustran con las percepciones erróneas sobre las vacunas. A principios del siglo pasado, un profesional de salud pública de Kentucky sufría por la llegada de un “loco asesino” – un brote de viruela lo suficientemente devastador para lograr convencer a su población rural dispersa del valor de vacunarse.
Pero así no se puede dirigir un sistema de salud. Nuestros líderes de salud pública tendrían más éxito si adoptaran la estrategia que utilizó un salubrista federal con visión de futuro a principios del siglo XX, C.P. Wertenbaker del Servicio de Salud Pública y Hospitales de la Marina. A medida que la viruela arrasaba el sur de Estados Unidos, Wertenbaker visitó las comunidades rurales e hizo montones de presentaciones sobre vacunas para la población general, los granjeros y las familias. Escuchó y respondió a los miedos de la gente. Les habló de los horrores de la viruela, presentó la información más reciente sobre los beneficios y riesgos de las vacunas, y animó a la audiencia a protegerse individualmente y a proteger a sus vecinos vacunándose. Para cuando terminaba sus presentaciones, los presentes ya estaban ofreciendo su brazo para recibir la vacuna.
Los líderes estadounidenses de salud pública tienen que hacer lo mismo, reclamar el centro de las plazas y tener una conversación sincera sobre los riesgos reales de las vacunas, que son minúsculos comparados con los beneficios. ¿Para qué gastar más energía vilipendiando a la minoría que está en contra de las vacunas cuando se puede apoyar a la mayoría que está a favor de ellas?
Los obstetras, comadronas y pediatras deberían explicar con frecuencia a los padres que están esperando a dar a luz a sus hijos lo que se sabe sobre las vacunas y las enfermedades que previenen. Las agencias locales de salud pública deberían movilizar a las asociaciones locales de padres para anunciar, en términos realistas, los peligros que los niños que no han recibido vacunas pueden representar para el resto y para sus comunidades. Los profesionales de salud deben redoblar su uso del Internet para impartir conocimiento sobre las bondades de las vacunas.