Ética
Conducta de la industria
Pensé que entendía el imperio opioide de los Sacklers. Los sorprendentes documentos que encontré muestran que estaba equivocado (I thought I understood the Sacklers’ opioid empire. Startling documents I found showed I was wrong)
Gerald Posner
Statnews, 10 de marzo de 2020
https://www.statnews.com/2020/03/10/startling-documents-reveal-new-facets-sackler-opioid-empire/
Traducido por Salud y Fármacos
¿Qué podría haber de nuevo sobre la familia Sackler, los propietarios multimillonarios de Purdue Pharma?
Esa fue la pregunta que me hice a fines de otoño de 2015, cuando comencé a investigar para el libro que se convertiría en “Pharma“. El proyecto que había presentado a mi editor era una historia completa de la industria farmacéutica estadounidense, comenzando con medicamentos patentados y terminando con avances biotecnológicos. Cubrir la totalidad de la industria farmacéutica nacional en un solo volumen legible significaba que tendría que comprimir en capítulos individuales muchas cuestiones consecuentes que habían llenado libros completos.
Mi primer bosquejo incluyó dos capítulos sobre la epidemia de opioides y la familia que en 2015 Forbes denominó “el Clan Oxycontin”, al dar la bienvenida a los Sacklers a la lista de las familias más ricas de EE UU que anualmente publica la revista.
No esperaba aportar ninguna noticia sobre la familia porque muchos periodistas buenos ya habían escrito mucho sobre ellos. Para entonces era una historia familiar: tres patriarcas, los hermanos psiquíatras Arthur, Mortimer y Raymond Sackler, décadas antes de que alguien soñara con OxyContin, habían jugado un papel en la industria farmacéutica. Arthur, el mayor, había revolucionado la publicidad farmacéutica y, al hacerlo, ayudó a Valoff de Hoffman LaRoche a convertirse en el primero en vender US$100 millones en este tipo de industria.
Entonces, ¿por qué la mitad de “Pharma” acabó convirtiéndose en los Sacklers y la epidemia de opioides? Nuevas entrevistas y documentos que hasta entonces no eran accesibles, porque estaban clasificados, dieron vida al trasfondo de su historia. Lo que surgió en mi informe fue una mirada íntima y a veces sorprendente al interior de la familia. También, inesperadamente, proporcionó una perspectiva para analizar temas más trascendentes sobre el crecimiento explosivo de la industria farmacéutica tras la Segunda Guerra Mundial.
Una de las primeras revelaciones provino de un memorando inédito del gobierno que encontré en los Archivos Nacionales. Se trataba de una investigación del Senado sobre “un imperio Sackler”. Esto, ahora, podría no parecer que no tiene nada extraordinario, excepto por su fecha, 16 de marzo de 1962, 34 años antes de que alguien hubiera oído hablar de OxyContin. John Blair, economista jefe en la investigación del senador Estes Kefauver sobre el antimonopolio y la fijación de precios en la industria farmacéutica, escribió que “de vez en cuando [escuché] rumores sobre los ‘Sackler Brothers’ o ‘Sackler Empire’. Al principio, tenía la impresión de que se trataba de una operación “marginal”, de interés pasajero debido a su carácter único, pero de poca importancia sustantiva. Sin embargo, al ir reuniendo más información, me ví obligado a modificar esta primera impresión. Los hermanos Sackler no [son] apenas una operación marginal … [el] número de organizaciones que tienen, controlan o sobre las que ejercen algún nivel de influencia, que abarcan todas las facetas de la industria farmacéutica, es tal que deben considerarse como una operación a gran escala”.
Blair adjuntó una lista de 20 compañías que sus investigadores sospechaban que, “eran propiedad o estaban bajo el control de los hermanos Sackler”, que estaban bajo el nombre de representantes.
Lo utilicé como punto de partida para recuperar cientos de registros de incorporación que comparé con las listas telefónicas y los registros públicos de las décadas de 1950 y 1960. A partir de eso, compilé una lista de varias docenas de empresas controladas por los Sackler con las mismas direcciones y números de teléfono. Algunas eran firmas publicitarias, otras se dedicaban a la investigación médica, a las pruebas clínicas e incluso a las publicaciones médicas.
A veces, los hermanos incrementaban sus probabilidades de obtener una subvención del gobierno para hacer investigación haciendo que varias de sus compañías “compitieran” por las mismas becas como si fueran totalmente independientes. Otras veces ocultaron sus roles en empresas de recopilación de datos o en empresas que producían anuncios estandardizados, disfrazados como editoriales. Una vez, los hermanos ocultaron múltiples conflictos de interés en la promoción de vitaminas de venta libre, un estudio clínico cuestionable y una eventual oferta pública de acciones que les devengó su primer pago multimillonario en 1958.
El Senado no fue la única organización federal que atrajo atención sobre los Sacklers. Los archivos del FBI, desclasificados en respuesta a mis solicitudes a través de la Ley de Libertad de Información, revelaron que los hermanos eran izquierdistas de línea dura. Cuando un informante confidencial del FBI tomó fotos de la lista de miembros del Partido Comunista del Club América Kensington en Church Avenue en Brooklyn en 1944, figuraban los nombres de Raymond Sackler, el hermano más joven, y su esposa, Beverly. (Raymond era el CEO de Purdue cuando la compañía lanzó OxyContin en 1996, y Beverly era la directora).
El FBI investigó a los Sacklers muchas veces durante casi un cuarto de siglo. Arthur levantó sospechas porque dio dinero a causas radicales de izquierda y, durante el susto rojo de la década de 1950, brindó una segunda oportunidad a muchos periodistas que estaban en la lista negra para que trabajaran en sus compañías de publicidad y en las que elaboraban publicaciones. La oficina estableció relaciones con un informante que trabajaba en la principal agencia de publicidad de Arthur. Sonaron las alarmas cuando el FBI se enteró de la amistad de Arthur con Alfred Stern y la esposa de Stern, Martha Dodd, quienes habían huido de EE UU como presuntos espías soviéticos. Según los archivos, la investigación sobre el posible espionaje por parte de Arthur no llegó a ninguna parte, aunque estoy esperando que el FBI divulgue otros documentos en los próximos meses.
Los Sacklers aportaron nuevos conceptos al negocio de los medicamentos y luego los aplicaron en Purdue. Uno de los antiguos socios comerciales de Arthur me contó cómo el mayor de los Sackler había subrayado dos oraciones de un artículo en la revista New York Times de 1976 sobre Valium: “Un medicamento no tiene cualidades morales o inmorales. Estos son monopolio del usuario o abusador”. Veinticinco años más tarde, Richard Sackler, sobrino de Arthur y luego presidente de Purdue, escribió un correo electrónico en respuesta a un artículo del New York Times sobre el abuso y el desvío de OxyContin: “Tenemos que criticar a los abusadores de todas las formas posibles”. Ellos son los culpables y el problema. Son delincuentes imprudentes”.
El avance más significativo en mi informe no fue el resultado de tocar puertas o examinar cajas en los Archivos Nacionales. Sino en un sobre manila marrón, sellado, con matasellos de Nueva York sin remitente que llegó a mi oficina en el área de Miami. En su interior había varios cientos de páginas, incluyendo copias de documentos gubernamentales, las había enviado un denunciante anónimo y demostraban que, en 2002, OxyContin ya era una crisis nacional cada vez más profunda.
Una presentación inédita de PowerPoint de 45 páginas ayudó a completar los detalles de un enfrentamiento que ocurrió en 2002 entre la Administración de Control de Drogas (DEA) y la FDA sobre la mejor manera de controlar el creciente abuso y desvío de OxyContin. El PowerPoint, que había sido elaborado por la DEA, se presentó a tres altos ejecutivos de Purdue y a Deborah Leiderman, directora de sustancias controladas en el Centro de Evaluación e Investigación de Medicamentos de la FDA. En esa cumbre, los funcionarios de la DEA esperaban que los ejecutivos de Purdue desestimaran la evidencia como “escogida de forma intencionada, ignorando el contexto y aportando una imagen tergiversada”. Lo que no esperaban, según un ex funcionario de la DEA familiarizado con lo sucedido, fue que el funcionario de la FDA los sorprendiera respaldando a Purdue. Para la FDA, fue una forma de rechazar lo que consideró como la invasión de la DEA en su territorio regulatorio.
La consecuencia involuntaria de esta lucha por el poder burocrático fue que Purdue se sintió envalentonado y lanzó un marketing aún más agresivo para su analgésico de gran éxito. El precio que los estadounidenses pagaron por ese enfrentamiento se ha ido poniendo en evidencia a medida que el número de muertes por sobredosis con opioides de venta con receta ha ido creciendo anualmente. Cuando la DEA instó infructuosamente a la FDA para que impusiera restricciones a la dispensación de OxyContin, poco más de 10,000 estadounidenses habían muerto a causa de los opioides de venta con receta. Ese número ahora ha superado los 200.000.
“Era como si ellos [la FDA] estuvieran haciendo lo imposible para darle a Purdue un pase gratis”, me dijo un ex funcionario de la DEA. “¿Qué demonios estaba pasando allí?”
Es una pregunta sin resolver, para la que muchos estadounidenses deberían tener una respuesta, en particular las familias de las víctimas de los opioides.