Nuestro país se convirtió en uno de los pocos del mundo donde se producirán parte de las dos vacunas contra el coronavirus. La capacidad del sistema científico/técnico, el rol del Estado y las posibilidades de ser protagonistas.
Elaboración local de la vacuna Sputnik vida
Una buena en medio de tanta de pálida. Mientras que el Gobierno nacional intentaba dar vuelta a la agenda que parecía volver a concentrarse alrededor de las intenciones del PRO y el Jefe de Gobierno porteño, una noticia sacudió la escena nacional el martes por la tarde. A través de un acuerdo entre la empresa farmacéutica Laboratorios Richmond y el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya de Rusia, la Argentina se convertirá en el primer país de Latinoamérica en producir la vacuna Sputnik V a gran escala a partir de mediados de año.
En los hechos, la empresa ya produjo el primer lote de las vacunas y los envió al centro ruso para que realice el control de calidad. De esa manera, se busca avanzar formalmente en el proceso de producción de la primera versión de la Sputnik fabricada fuera del gigante euroasiático.
Vale recordar un hecho que, por estas horas, no parece menor. Enfrentando una gran campaña de desprestigio que incluyó hasta denuncias por presunto “envenenamiento” presentadas ante la Justicia, Argentina fue el primer país latinoamericano en registrar oficialmente la Sputnik V. Con una efectividad cercana al 97,6%, la vacuna ya está registrada en 60 países de alrededor del mundo.
¿Cómo es el proceso?
Entre las 21.000 dosis que el laboratorio argentino envió a Rusia para su análisis se encuentran ambos componentes de la vacuna. Una vez que desde el Centro Gamaleya den el “ok” (estiman unas tres semanas para la respuesta) el trabajo conjunto consistirá en llegada de los principios activos desde Moscú para que en nuestro país se proceda al proceso de producción definitivo.
En los primeros días de abril vino de Moscú un cargamento con el elemento activo de la vacuna, el antígeno, con el que se trabajó en secreto para que Richmond pudiera mandar las muestras. Ese material está ahora en el Instituto Gamaleya que lo someterá al control de calidad que tarda entre dos y tres semanas.
El proceso que se realizará en Argentina no es nada sencillo, al menos en principio. Según explica el doctor en Ciencias Químicas Gabriel Morón, la vacuna requiere de dos etapas de producción:
“Es un procedimiento engorroso, que lleva tiempo y absorbe habilidades a las empresas”, explica el actual Secretario Académico de la Facultas de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba a La Nueva Mañana.
Los beneficios
“Para Gamaleya es más sencillo producir el producto y que se desarrolle en otra empresa que en este caso está en Argentina”, explica Morón que también destaca que, a partir del acuerdo con Richmond, el centro ruso podría concentrarse en una parte de la producción y derivar el resto en otras manos, lo que haría crecer su capacidad de producción. El convenio también serviría para agilizar la llegada de vacunas al país, aunque todavía no queda del todo claro cuáles son los puntos en materia de comercialización y distribución del producto terminado. De todos modos, vale señalar que Marcelo Figueiras, el presidente de esa empresa afirmó en las últimas horas que “en principio son para el Estado argentino, mientras dure esta pandemia”.
“Un punto muy importante para la Argentina es que el acuerdo implica una transferencia de tecnología de Gamaleya a Richmond, que permite que el personal de la empresa argentina se forme, tome experiencia y se capacite en procesos muy complejos de alto nivel tecnológico. Eso va a generar nuevas capacidades que los laboratorios argentinos podrán aplicar luego a otras producciones y otros medicamentos, al margen de lo que tiene que ver con la vacuna contra el coronavirus”, destaca Morón.
Todo ese proceso verá sus resultados definitivos cuando la Argentina alcance la capacidad para hacerse cargo de todo el proceso y ya no dependa de los pasos previos generados desde Rusia. Si bien no hay una fecha clara en el horizonte, los profesionales estiman que esa situación podría darse en “un año y medio o dos”.
La importancia de la ciencia argentina
De las tres vacunas que se aplican en el país (Sputnik V, Covishield – Oxford/AstraZeneca- y Sinopharm) dos tendrán parte del proceso protagonizado desde laboratorios locales, algo que no se da casi en ningún país del mundo por estas horas.
De hecho, el concepto de trabajo conjunto que se experimentará con los laboratorios de la Federación Rusa es el mismo que se trabaja (conjuntamente con México) con la vacuna producida por AstraZeneca, sólo cambian los actores y los factores. Así como en el caso de la Sputnik, Gamaleya lo produce y Richmond lo termina; en el caso precedente, la producción comienza en Argentina (en laboratorios mAbxience) y se termina en México. “El hecho de que las empresas que producen las vacunas hayan buscado socios argentinos y los hayan encontrado habla del nivel tecnológico creciente que existe en nuestro país”, asegura Morón que destaca que en los últimos años también creció en Argentina “una visión de que la biotecnología tiene un campo importante para crecer en el país”. Aunque no quiere “hacerse ilusiones, el investigador del Conicet entiende que “incluso empresarialmente, esa noción es cada vez más certera”.
Para el decano de la Facultad de Ciencias Química de la UNC, no cabe duda de que “este tipo de hechos ponen de manifiesto el reconocimiento mundial a la capacidad y la calidad del recurso humano argentino en el campo científico”. Al ser consultado por este medio, Gustavo Chiabrando también destaca “la capacidad instalada” existente en el país, que lo ubica a la vanguardia a nivel continental. “Argentina tiene todo un desarrollo de laboratorios nacionales que otros países no tienen”, y eso termina por dibujar un mapa de laboratorios farmacéuticos públicos y privados que sirven para explicar, también en parte, las razones del desarrollo destacado internacionalmente.
Lo que también expone a las alianzas con los laboratorios internacionales es la falta de recursos para generar procesos netamente propios, advierte Chiabrando. “Lamentablemente no tenemos las herramientas económicas para ser los generadores de todo el proceso. Producir una vacuna requiere una inversión de millones de dólares que hoy no tenemos”, explica.
El rol del Estado
Ni bien se conoció la noticia de la producción argentina de la vacuna contra el coronavirus, desde el Ministerio de Desarrollo Productivo se detalló el “apoyo técnico y financiero” que se brindó a los laboratorios Richmond “para mejorar su capacidad productiva, incorporar equipamiento y modernizar sus instalaciones para fabricar en Argentina la vacuna rusa Sputnik V”. Según explicaron, la cartera otorgó “un crédito para capital de trabajo por $29.978.089 financiado con el Fondo Nacional de Desarrollo Productivo (FONDEP)”, y todavía está prevista la “asistencia financiera a través del Programa Soluciona, por un total de otros 13 millones”.
“El Estado es la palanca fundamental de la inversión, en ningún país del mundo el Estado se desentiende de la inversión en la ciencia y la tecnología”, explica Chiabrando. “Siempre que se discuten los porcentajes de inversión entre lo público y lo estatal hay que preguntarse qué parte de la inversión le corresponde a cada uno, y allí nos vamos a dar cuenta de que el Estado cumple la función de generar los conocimientos básicos, algo que resulta fundamental. Pero también es el Estado el que invierte en la generación de conocimiento con una aplicabilidad específica hacia un sector productivo determinado. Recién ahí, se empieza a contar el rol de los privados, que por lo general arriesgan en la parte final de todo el proceso”, destaca el decano de Ciencias Químicas que asegura que, en esa dirección, resulta central la Ley de Financiamiento Del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, que se aprobó en el Congreso a comienzos del 2021 y que establece el incremento progresivo y sostenido del Presupuesto Nacional destinado a la ciencia y la tecnología hasta alcanzar, en el año 2032, el 1% del PBI.