La empresa financió experimentos en hombres, en su mayoría negros, comparando los efectos del talco y el asbesto en su piel.
Según documentos desclasificados, hace más de 50 años, casi una docena de hombres encarcelados a las afueras de Filadelfia se inscribieron en un experimento financiado por Johnson & Johnson. Ahora, esos estudios persiguen al mayor fabricante de productos para la salud del mundo.
En un estudio, se pagó a los reclusos a cambio de inyectarles asbesto, un posible cancerígeno, para que la empresa pudiera comparar su efecto dermatológico con el del talco, un componente clave de sus emblemáticos polvos para bebés.
Albert Kligman, dermatólogo de la Universidad de Pensilvania, realizó durante dos décadas cientos de experimentos en humanos en la prisión de Holmesburg, en Pensilvania. El plan de experimentos, financiado por entidades como Dow Chemical y el gobierno de EE UU, incluyó principalmente a reclusos negros y salió por primera vez a la luz hace décadas, tanto en libros como en artículos de prensa. Pero la participación de J&J en los estudios sobre el talco centrados en el asbesto no se había divulgado en los medios de comunicación hasta ahora.
Los expedientes desclasificados de los experimentos penitenciarios salieron a la luz en dos juicios celebrados el año pasado en los que se alegaba que los polvos de talco de J&J producían cáncer; y los expertos jurídicos afirman que esa información se podría convertir en una poderosa prueba para futuros casos, justificando la imposición de penas.
Si bien no negaron que la empresa contratara a Kligman en la década de 1960 para realizar pruebas con talco para bebés, los funcionarios de J&J manifestaron que lamentaban que la firma se hubiera involucrado con el dermatólogo. No obstante, señalaron que las pruebas no infringieron las normas de investigación de la época.
“Lamentamos profundamente las condiciones en las que se llevaron a cabo estos estudios, que de ninguna manera reflejan los valores o las prácticas empleadas hoy en día”, dijo Kim Montagnino, portavoz de la compañía en un comunicado enviado por correo electrónico. “Siendo la mayor empresa mundial de atención en salud, nuestro acercamiento transparente y diligente a la bioética está en el centro de todo lo que prometemos a nuestros clientes y a la sociedad”.
Las demandas por talco están suspendidas
Desde 2013, J&J se ha defendido de las acusaciones de que sus polvos para bebés a base de talco, que durante años han sido un producto básico en las salas de baño de mujeres y bebés, contenían asbesto cancerígeno. J&J ha perdido algunos casos, incluyendo uno en el que pagó US$2.500 millones por daños y perjuicios, pero también ha ganado otros y ha conseguido que se desestimen algunas demandas.
En 2020, la empresa retiró del mercado estadounidense y canadiense su talco para bebés, alegando un descenso en sus ventas. En los últimos cinco años, las acciones de J&J han proporcionado una rentabilidad total de alrededor del 36%, lo que supone una diferencia de unos 55 puntos porcentuales con respecto al índice S&P 500. En 2021, J&J obtuvo un rendimiento inferior a la mitad del S&P.
Durante años, los abogados de los demandantes por el talco presionaron para que se divulgaran los archivos de los experimentos de J&J. No salieron a la luz hasta que un juez permitió que los jurados escucharan el testimonio sobre los documentos en un caso de California de 2021. El año pasado, ese jurado ordenó que J&J pagara a una mujer más de US$26 millones, una parte corresponde a daños punitivos por la forma en que la empresa gestionó su línea de talco para bebés.
Investigadores estadounidenses determinaron en la década de 1950 que el asbesto, un mineral que se suele encontrar en los lugares de donde se extrae el talco, es un carcinógeno. J&J ha mantenido firmemente que nunca ha habido asbesto en su talco, y no ha aceptado ser responsable de ninguna lesión atribuida a este producto.
Actualmente, el litigio sobre el talco está suspendido y una unidad de J&J está en bancarrota. El año pasado, la empresa ejecutó una controvertida maniobra conocida como el “Texas Two Step” con la esperanza de reducir los costes de los litigios por el talco. En virtud de una ley tejana favorable a las empresas, la compañía creó una unidad de cosméticos separada y la llevó a la quiebra. El mes pasado, el juez autorizó a J&J a seguir adelante con su esfuerzo por utilizar el capítulo 11 para saldar más de 40.000 casos de cáncer.
En su declaración de quiebra, los abogados de J&J señalaron que la empresa ya había pagado más de US$3.500 millones para cubrir los acuerdos y las sentencias adjudicadas durante los ocho años de litigio sobre el talco. En los cinco últimos años, la empresa pagó otros US$1.000 millones para cubrir los costos para defenderse en los juicios sobre el talco.
La conexión Kligman
Según Carl Tobias, profesor de derecho de la Universidad de Richmond que ha seguido el litigio, aunque J&J logre solventar la mayoría de los casos relacionados con el talco a través del procedimiento de quiebra, es probable que algunas de las víctimas opten por no participar en el acuerdo y acudan a los tribunales. El profesor afirmó que los archivos de los experimentos podrían acabar siendo incluidos en las descripciones sobre daños punitivos que se presenten en los próximos juicios.
“Es un asunto espantoso y los demandantes querrán utilizarlo para demostrar que la forma en que J&J ha manejado su línea de talco para bebés a lo largo de los años no ha sido la mejor”, dijo Tobias. “J&J se promociona a sí misma como una empresa familiar. Este tipo de experimentos no me parecen nada gratificantes para las familias”.
Aunque los miembros del jurado conocieron los resultados del estudio de Kligman sobre el asbesto, no se les informó de que el experimento se había realizado en reclusos ni se les mencionó la raza de los participantes, esto por temor a prejuzgar indebidamente a los jurados contra J&J. Esto podría cambiar en futuros juicios, señaló Tobias.
Joseph Satterley, abogado de los demandantes con sede en California, representó a Christina Prudencio, la profesora californiana que obtuvo US$26,4 millones de J&J el año pasado tras alegar que el uso de los polvos de talco durante toda su vida le provocó un cáncer relacionado con el asbesto. Sostiene que los experimentos con talco de Kligman en Holmesburg demuestran que la empresa estaba preocupada por la presencia de asbesto en su talco desde hace décadas.
“Si no, ¿por qué iban a pagar a Kligman para que inyectara asbesto a los presos?” preguntó Satterley. “No sacaron el asbesto de la nada”.
Pruebas de detección de asbesto
Kligman, que llegó por primera vez a Holmesburg en 1951 para tratar un brote de pie de atleta, reconoció rápidamente las oportunidades de investigación. A los presos se les pagaba entre US$10 y US$300 por participar en sus estudios, dijo Allen Hornblum, antiguo trabajador social de la cárcel que escribió el primer libro sobre los experimentos. En los otros trabajos de la cárcel se pagaban 25 centavos al día, señaló.
Según los archivos desclasificados, en 1971 Kligman reclutó a 10 presos para inyectarles asbesto tremolita y crisotilo, junto con una inyección de talco en la parte baja de la espalda.
David Egilman, profesor de medicina en la Universidad de Brown, testificó como experto a favor de los demandantes en varios casos relacionados con el talco, y se refirió al informe que escribió Kligman para la J&J en diciembre de 1971. La forma crisotílica del asbesto “tuvo el peor efecto” en la piel de los reclusos, causando “granulomas, que son células agrupadas que generan un bulto”, dijo Egilman. Estas protuberancias pueden ser un indicador de enfermedad pulmonar u otras dolencias relacionadas con la exposición al asbesto, señalan los investigadores.
Los archivos desclasificados demuestran también que Kligman y sus colegas realizaron otros estudios en Holmesburg para evaluar si el tipo de envases utilizados para almacenar el talco para bebés tenía algún efecto en la piel.
En un informe de 1968, Kligman señaló que “se seleccionaron 50 hombres adultos sanos entre los reclusos de la prisión del condado de Filadelfia en Holmesburg”. A los hombres, 44 de los cuales eran negros, se les aplicó talco de diferentes envases en la piel y se les cubrió con vendajes. Ninguna de las muestras de los distintos recipientes les provocó una reacción, escribió Kligman.
Leodus Jones, uno de los presos que participaron en algunos de los estudios de Kligman, dijo en una entrevista para un periódico a finales de los años 90 que las inyecciones le dejaron cicatrices blancas en la espalda. Su hija se quedó conmocionada la primera vez que vio las consecuencias humanas de los experimentos.
“Tenía cuatro o cinco años cuando vi por primera vez la espalda de mi padre y me asusté tanto que corrí en busca de mi madre y le dije que papá se había convertido en un monstruo”, dijo Adrianne Jones-Alston en una entrevista.
Jones, quien murió en 2018 a la edad de 74 años, no recordaba si había sido sometido a experimentos de J&J, dijo su hija. Ella está presionando a la Universidad de Pensilvania para que pague reparaciones a las familias de los prisioneros de Holmesburg que participaron en la investigación. Los experimentos de Kligman concluyeron en 1974, tras una protesta pública por los estudios.
El año pasado, la facultad de medicina de la Universidad de Pensilvania se disculpó por haber respaldado las pruebas de Kligman y cambió el nombre de su cátedra de dermatología por el de un colega negro. “Penn Medicine se disculpa por el dolor que el trabajo del Dr. Kligman causó a las personas encarceladas, a sus familias y a nuestra comunidad en general”, declaró J. Larry Jameson, decano de la facultad de medicina, en agosto de 2021.
Kligman, quien falleció en 2010, nunca reconoció haber actuado mal. “Mi uso de reclusos a sueldo como sujetos de investigación en los años 50 y 60 se ajustaba al protocolo estándar para realizar investigaciones científicas en este país en aquella época”, declaró al diario Baltimore Sun en 1998.