Una vez que se pide que las revistas presten atención a posibles errores en artículos que han publicado, ¿por qué se tarda tanto en retractarlos? STAT describió este tema con detalle y conversó con editores y exeditores de revistas, responsables de garantizar la integridad de la información en las universidades y en las revistas, e investigadores. Resumimos su publicación [1].
El artículo empieza ilustrando el caso reciente de Marc Tessier-Lavigne (neurocientífico) de la Universdad de Stanford, cuyas publicaciones en las revistas Cell, EMBO, Nature y Science y 5 artículos de los que él es coautor han sido cuestionados. Por un lado, la universidad anunció a finales del 2022 la apertura de una indagación por presunta mala conducta de Tessier-Lavigne. Por otro lado, Cell y Science fueron alertadas hace años por el mismo investigador de problemas en las imágenes de los artículos que publicaron, pero las revistas no llegaron a hacer correcciones o retractaciones; se limitaron a emitir “expresiones editoriales de preocupación”.
A partir de este ejemplo, el artículo empieza ahondar en el problema: por un lado, editores inundados y sin los recursos necesarios para atajar con eficiencia una corriente en aumento de denuncias de errores en artículos y, por otro lado, una cultura del miedo a las correcciones y retractaciones que interfiere con la integridad de la ciencia.
Sobre el proceso de corrección o retractación
El artículo de STAT comenta que hay poco consenso sobre cómo deben ser los procesos de corrección y de retracción. Si bien el Comité de Ética de las Publicaciones (COPE) ha emitido guías sobre las consideraciones básicas para proceder con una corrección (sólo una pequeña parte del artículo presenta problema de validez) o con una retracción (cuando los datos o contenidos son tan defectuosos que pueden afectar los resultados y conclusiones), en la práctica, para hacerlo, hay que lidiar con los enfados, reticencias, burocracias y falta de comunicación entre actores.
James Heathers, una de las personas que cita el artículo y que es director científico de una empresa de tecnología en salud, describe diferentes guardianes de la ciencia (EE UU): los “detectives” independientes, que son personas que de manera voluntaria informan sobre los problemas con los datos y/o imágenes de los artículos a las revistas; los directores de las revistas, que son académicos de alto nivel con gran influencia en la cultura de la integridad en la investigación; los responsables de la integridad de la investigación en las revistas y en las universidades; y, el Congreso y organizaciones federales, que si bien dictan gran parte de la política y el destino de recursos a gran escala, por lo general sólo intervienen en casos muy específicos, cuando se requieren sanciones contra un investigador. Heathers concluye expresando que, en la práctica e independientemente del tipo de “guardián”, hay muy pocos recursos disponibles para abordar estos posibles problemas.
Transformación de la perspectiva de revistas frente a posibles errores de artículos
En el 2003, la idea comúnmente aceptada era que, dado que “la ciencia se autocorrige”, cualquier problema con los datos se resolvería por sí solo cuando en el futuro los investigadores encontraran inconsistencia en resultados o premisas y que, además, para evitar la difusión de datos errados era suficiente con los controles tipo revisión por pares y el escrutinio de los colegas de los autores principales.
Mucho ha cambiado en los últimos 20 años. Antes los denunciantes eran, en general, personas cercanas a la investigación; ahora las herramientas digitales de verificación abrieron la posibilidad de que toda la comunidad científica verifique los datos. Así, las notificaciones de preocupación empezaron a llegar en avalancha directamente a las revistas, lo enfrentó a los editores de revistas la magnitud del problema y con la necesidad de asumir la responsabilidad de corregir los datos que publican.
Susan Garfinkel, que trabajaba en el 2003 con la Oficina de Integridad de la Investigación en EEUU (ORI, agencia gubernamental), comenta que los directores de las revistas han tenido que cambiar la forma en que se relacionan con los autores, “abandonar la idea de que cuestionar lo que presentaban los investigadores indicaba falta de confianza”.
Mike Rossner, quien fue redactor jefe del Journal of Cell Biology en la década del 2000, lideró la iniciativa de transformación de esa mentalidad gracias a una casualidad, encontró un indicio de manipulación de imagen en un artículo. Esto llevó a que la revista pusiera en marcha una política de cribado de imágenes de los artículos aceptados y unos métodos que aún hoy Rossner sigue usando, ahora en su empresa de consultoría.
No obstante, en la actualidad la manipulación de imágenes es más sigilosa y, por ende, su escrutinio más exigente y voluminoso. Técnicas mediadas por inteligencia artificial (IA) contribuyen tanto al problema como a la solución.
Como parte de estos cambios planteados por la era digital, la visibilidad en Internet también puede incitar a las revistas a tomar medidas más rápidas en ciertos casos. Por ejemplo, según Meyerowitz-Katz, epidemiólogo de la Universidad de Wollongong, los artículos que se vuelven virales en Twiter por errores atroces tienden a retractarse muy rápidamente. No obstante, el epidemiólogo comenta que este mecanismo “no funcionaría si un estudio no se considera muy importante o si la persona que lo denuncia no tiene muchos seguidores en las redes sociales”.
Reputación de los investigadores
Otro de los obstáculos a la revisión expedita de posibles errores por parte de las revistas es el miedo a las demandas de investigadores cuya reputación se vea amenazada. Puesto que embarcarse en acciones legales es desgastante y costoso, las revistas también tienen que estudiar las acusaciones y evaluar los riesgos de seguir adelante con ellas, lo que en sí mismo puede ser complicado.
Además, como parte de esta cultura de miedo exagerado al fracaso posterior a la publicación, las revistas se han vuelto reacias a publicar una expresión de preocupación mientras toman una decisión sobre una corrección o retracción. Si los errores son involuntarios no tendría por qué haber tanta prevención, pero “ahora, con frecuencia, las posibles correcciones y retracciones se interpretan como algo más que datos incorrectos”.
Las pautas sobre lo que constituye una falta de ética científica, su abordaje (quién, cuándo) y cómo se demuestra difieren tanto entre revistas como entre universidades, dificultando así la articulación entre estos dos actores y ralentizando el proceso. En este mismo sentido, otro obstáculo es la escasez de recursos de parte de las universidades para contratar personas en el área de integridad de la investigación, mientras que, insinúa el artículo, para las revistas puede ser más atractivo invertir en esta área.
Según la COPE, ante denuncias de datos problemáticos, el primer paso de las revistas debe ser contactar a los autores y la segunda instancia serían las instituciones con las que trabajan los autores. Sólo cuando se acude a la institución ésta empieza a investigar las acusaciones de mala conducta en la investigación.
Otro obstáculo en la realización de correcciones pueden ser los requisitos de confidencialidad de las universidades en torno a los posibles procedimientos de mala conducta en la investigación. El proceso al interior de las instituciones académicas puede avanzar a velocidad glacial, mientras que los artículos publicados siguen estando disponibles con datos potencialmente incorrectos.
De manera que uno de los grandes desafíos en este proceso es lograr el equilibrio entre correcciones rápidas a los datos públicos y un proceso justo y completo en términos de ética científica. Holden Thorp, editor jefe de la familia de revistas Science, abordó esta encrucijada en una editorial publicada a comienzos del 2023, en la que propone una revisión de dos fases: la primera, “en la que las revistas evaluarían la validez del artículo sin asignar ninguna culpa, y una segunda fase en la que las universidades analizarían si hubo fraude o mala conducta en la investigación”. Esta propuesta busca facilitar la colaboración entre estos dos actores a lo largo de sus respectivos procesos.
Denuncias anónimas y venganza académica
Hay denunciantes con buena reputación, que a su vez son respetuosos con sus colegas y que no tienen conflictos de interés, y que, por tener todas estas cualidades, hacen denuncias públicas de contenidos de artículos sin temor y siendo escuchados. No obstante, muchas personas que detectan anomalías prefieren permanecer en el anonimato por miedo a las represalias que pudieran llegar a experimentar de parte de la comunidad científica, máxime, por ejemplo, si son investigadores jóvenes.
Gestionar las denuncias anónimas mientras se estudia si hay que corregir los artículos es un desafío. Las guías de la COPE y del centro de integridad en la investigación STM instan a los editores de revistas a tener en cuenta las denuncias incluso cuando la fuente es anónima. Si bien muchas no resultan ser válidas, las pocas que sí lo son hacen que merezca la pena revisarlas todas. A manera de ejemplo favorable, según Rossner, “las revistas y las instituciones han empezado a tomarse en serio los comentarios, en su mayoría anónimos, de PubPeer (foro en línea en que científicos participan voluntariamente), lo que supone un cambio… realmente positivo”. Sin embargo, no todas las revistas han aceptado las denuncias anónimas y exigen que el denunciante se identifique.
Cambio cultural
Thorpe, Jake Yeston y Valda Vinson, escribieron una editorial en el que explican que cuando, como editores, se ponen en contacto con los autores para plantearles dudas sobre sus artículos, “a menudo se encuentran con una actitud defensiva y de negación. Eso tiene que cambiar”.
Como parte de las estrategias de Science para fomentar este cambio cultural, la revista va a añadir un tercer criterio para las retracciones en el que se incluirán aquellos trabajos con suficientes correcciones o errores como para que los editores pierdan la confianza en él.
Garfinkel y los colegas con quienes ha formado un grupo de expertos en integridad en la investigación, considera que mayor cooperación entre universidades y revistas sería la base de la reconstrucción cultural. Este grupo coincide con Thorpe en la importancia de disociar las cuestiones de intencionalidad de las de validez científica. Plantean, por ejemplo, permitir correcciones incluso cuando las investigaciones están en curso y fomentar que los editores de revistas, ante casos sospechosos, se pongan directamente en contacto con las oficinas de integridad de la investigación de las universidades, antes de contactar a los autores del artículo en cuestión.
Este grupo considera que un diálogo más abierto entre ambos actores es el antídoto a, por un lado, los temores que tienen editores a enredos burocráticos y litigios y, por otro lado, los temores de las universidades a que se retracten artículos sin explicación adecuada y sin identificar las responsables. Estas recomendaciones se encuentran en una preimpresión que Garfinkel y sus colegas de la Universidad Estatal de Ohio, la Universidad Northwestern y la Universidad George Washington están distribuyendo ampliamente. Su meta es conseguir que más editores y responsables de integridad en la investigación de las universidades se sumen a esta apuesta por cambiar una cultura de integridad de la investigación estancada por el miedo.
Referencia