Contra la propiedad intelectual
Javier Herrero
Salud y otras cosas de comer, 14 de octubre de 2009
saludyotrascosasdecomer.blogspot.com/
El discurso constante de la industria farmacéutica es que las patentes son necesarias para poder seguir investigando nuevos fármacos: la industria defiende con uñas y dientes la propiedad intelectual y la vende como garantía de innovación. Pero, ¿sirven las patentes como estímulo a la investigación?
Against Intellectual Monopoly es un libro de Michele Boldrin y David K. Levine donde, tras estudiar la historia de la innovación en varias industrias, se sostiene que la propiedad intelectual siempre ha entorpecido el progreso. Los autores concluyen que los (necesarios) derechos de autor pueden ser protegidos sin los mecanismos de la propiedad intelectual (patentes, copyright), y que la propiedad intelectual no potencia ni incrementa la innovación. Al contrario, son la competencia, el intercambio de ideas y su copia los verdaderos motores de la innovación. La razón fundamental es que, una vez obtenidas patentes, los beneficios se basan en el inmovilismo, no en mejorar los productos.
Aunque el caso de la industria farmacéutica es especialmente complejo, la realidad es, como dice Philippe Pignarre en su libro El gran secreto de la industria farmacéutica (Gedisa 2005), que los países occidentales lograron en su momento edificar una industria farmacéutica poderosa porque no existía legislación que protegiera los medicamentos. Según Pignarre, la época dorada de la industria acabó a finales de los años 70, y es precisamente a partir de entonces, al comenzar a retroceder la innovación, cuando empiezan a cobrar importancia las patentes hasta el punto de hacerse imprescindibles.
Así, curiosamente la innovación ha ido disminuyendo a lo largo de los años mientras que los beneficios de las grandes empresas han ido aumentando. Esta situación (altos costes, altos beneficios y baja innovación) ha hecho que en algunos sectores se comiencen a hacer analogías con la reciente crisis de la banca y se propongan medidas de control. De hecho, el sistema actual de patentes no soportará mucho más tiempo el ritmo de ganancias que la industria asegura necesitar. La mayoría de los grandes laboratorios farmacéuticos depende de unos cuantos fármacos blockbusters cuyo monopolio no durará muchos años más (acaba de caer la atorvastatina, dentro de muy poco le toca al clopidogrel, etc).
Una píldora difícil de tragar es un informe elaborado por un gabinete estratégico próximo al Partido Laborista británico que estudia la situación de la industria en el Reino Unido. En el informe se propone por ejemplo reformar el sistema de adjudicación de precios de los medicamentos, de forma que se tenga en cuenta la eficacia clínica relativa del fármaco (su innovación real, a fin de cuentas) en la negociación del precio. Otras propuestas que encontramos en el informe son controlar las primas y sueldos de los máximos ejecutivos, que no han dejado de crecer al margen del declive de la innovación; o limitar el contacto de los médicos con la industria farmacéutica, a la par que se invierten fondos públicos en la formación continuada de los profesionales sanitarios.
Evidentemente, urge un cambio de modelo. A estas alturas nada prueba que extender la protección de las innovaciones estimule la investigación, por no hablar de que la defensa de las patentes supone en la práctica privar a poblaciones enteras de medicamentos indispensables. Siguiendo los argumentos actuales de la industria tenemos que el progreso no puede continuar sino a costa de millones de vidas humanas en el tercer mundo que no pueden pagar su preciosa investigación, y ello pese a saber que ese progreso es sólo una promesa.