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PRESCRIPCIÓN, FARMACIA Y UTILIZACIÓN

Breves

Medicalización, farmacologización e imperialismo sanitario (Medicalização, farmacologização e imperialismo sanitario)
Kenneth Rochel de Camargo Jr.
Cad Saúde Pública 2013; 29 (5): 844-846
Traducido por Antonio Alfau

El punto de partida para la discusión que propongo consiste en tener en cuenta los factores que contribuyen a la búsqueda de servicios de salud. En un primer momento, este es el resultado de la interacción entre la sensación subjetiva de que algo va mal con los patrones culturales de expresión de los problemas de salud y la disponibilidad de los servicios de salud. En las sociedades industriales contemporáneas esta interacción consiste en la búsqueda de hospitales o clínicas, donde se espera que alguna enfermedad sea diagnosticada y se proponga un tratamiento para la misma.

Fue al estudiar el proceso históricamente contingente de la estructuración de esa respuesta que se formuló el concepto de medicalización. Un primer problema que se plantea es que existen diferentes conceptos de medicalización,  no siempre compatibles entre sí, por estar vinculados a diferentes formas de entender las complejas relaciones entre salud y sociedad.

Para Zola [1],  por ejemplo, la medicalización es una manera de controlar la sociedad; para Foucault [2], una consecuencia inevitable de los procesos de transformación social que crean la medicina moderna y que al mismo tiempo se someten a ella.  Conrad [3], por último, adopta una definición operacional del concepto, de gran utilidad para los estudios empíricos; para este último la medicalización es el proceso de transformación de problemas  previamente no considerados “médicos” (o “de salud” añadiría) en problemas médicos, por lo general bajo la forma de trastornos o enfermedades.

Explícitamente ausente en esta definición es el tono de condena moral de las tesis más radicales sobre la medicalización. Este es uno de los aspectos diferenciales importantes en las distintas narrativas agrupadas bajo la palabra “medicalización”,  en un espectro que considera por un lado que las medicinas no pueden ocupar un  lugar legítimo en el cuidado de las personas (como por ejemplo, Illich [4]) hasta el otro que reconoce la posibilidad de hacer contribuciones éticamente justificadas al mismo saber-práctica-institución.

Esta variabilidad conceptual fue a lo largo del tiempo diluida en apropiaciones poco rigurosas, que transformaron la medicalización en una especie de principio explicativo universal, casi en una teoría conspiratoria de aplicación general, vaciando el concepto de su significado y potencial.

En lo restante de esta discusión vamos a adoptar la definición de Conrad por  considerar que es la más precisa y más fácil de utilizar en un contexto empírico; al mismo tiempo ésta lanza el desafío de pensar en qué circunstancias podría justificarse o no la medicalización. Aunque la exploración de este aspecto en profundidad va más allá del ámbito de nuestro examen, la utilización de ejemplos puede aclarar este punto.

Antes de 1981 el Sida y el VIH no existían en el horizonte de los conocimientos médicos; después de relacionar dos grupos de enfermedades previamente no identificadas en grupos similares – hombres jóvenes, homosexuales, previamente sanos – se activó un proceso de investigación que en un tiempo relativamente corto, forjó y estabilizó una nueva categoría diagnóstica, produjo un mecanismo explicativo,  identificó el agente infeccioso a cuya acción se le atribuyó el origen de la enfermedad, se desarrollaron pruebas y finalmente medicamentos capaces de prolongar considerablemente la vida de los afectados. Según la definición de Conrad [3], se trata claramente de un proceso de medicalización, pero con una connotación ética positiva. En el otro extremo del espectro, podríamos tener, por ejemplo, las tentativas de crear una “disfunción sexual femenina”,  fuertemente  influidas por intereses comerciales vinculados a la industria farmacéutica [5].

Este es, por lo tanto, un primer desafío que el concepto de medicalización tal como es propuesto por Conrad [3], nos lanza: examinar en casos concretos cómo se da  la (re)construcción o ampliación de categorías diagnósticas, explicando los procesos subyacentes y exponiendo la contribución de intereses desconectados e incluso contrapuestos al bienestar de las poblaciones.

Pero fenómenos similares también exigen atención, sobre todo en cuanto a lo último señalado, la extensión de posibilidades de intervención al servicio de intereses económicos no comprometidos con los propósitos éticos asociados a la lógica de la salud.

Williams et al. [6] apoyan la idea de que hay procesos de ese orden que escapan a la conceptualización estricta de medicalización discutida anteriormente; según estos autores es necesario también pensar en la “farmacologización” (“pharmaceuticalization ” en el original), conceptualizada por ellos como las condiciones de traducción o transformación de condiciones, capacidades y potencialidades humanas en oportunidades para intervenciones farmacológicas. Aunque con grandes similitudes con la medicalización, la farmacologización se distinguiría por no estar necesariamente relacionada a algún tipo de diagnóstico médico, como se muestra en el fenómeno del uso cada vez más presente de fármacos sin indicación terapéutica, pero para lograr una cierta “supernormalidad” mediante el perfeccionamiento farmacológico (“enhancement”). Según estos autores, la farmacologización es un proceso socio-técnico complejo que interactúa con los procesos de medicalización. La farmacologización crea identidades en torno al uso de ciertos fármacos, además de reforzar la idea de que “para cada mal hay una pastilla”, lo que lleva a la expansión del mercado farmacéutico más allá de las áreas tradicionales, incluyendo el uso por individuos sanos, al debilitamiento del predominio de la profesión médica creando relaciones directas de la industria con los “consumidores” y la colonización de la vida humana por los productos farmacéuticos.

Por último, un tercer proceso por lo general incluido en la discusión de la medicalización carece todavía de nombre apropiado; en intentos anteriores [7] propusimos como alternativa la palabra sanitarización, mientras que Conrad sugirió “Healthicization” (algo así como “saludización”). Independientemente de la palabra, lo que se pretende es apuntar a lo que podría llamarse tiranía de la “salud”, que abarca un conjunto de componentes ocultos por la idea de “concepto positivo de salud “[8]:

  1. Una expansión indefinida, potencialmente infinita, del concepto de salud, que pasa a abarcar toda la experiencia humana;
  2. El estrechamiento paradójico de los ideales ético-estéticos de una “buena vida”, reducida a vivir muchos años con el mínimo de enfermedades, sin consideraciones de placer o aspiraciones más allá del individuo, una salud “miedosa y restrictiva” como la llamó Sayd [9];
  3. La expansión de un mercado de consumo de productos de “salud”: alimentos funcionales, academias de gimnasia, aparatos de uso doméstico.

Es este proceso, en particular, que amplia, en nuestra opinión, el potencial panóptico del dispositivo de la “salud”, ya que la vida humana pasa a ser demarcada apenas en este registro; no se come o se bebe más por placer, sino porque ciertos alimentos y bebidas protegen contra ciertas enfermedades, cómo dejar de beber o comer para evitar los riesgos asociados a otros alimentos y bebidas; no se hace ejercicio por el placer de la experiencia corporal, pero para “cuidarse”.

Esta lógica está muy influenciada por una concepción equivocada  de la llamada epidemiología de los factores de riesgo [10], que culpa a los individuos por sus enfermedades, dejándonos más dispuestos a asumir el papel de los consumidores en el gran supermercado de  la salud, al mismo tiempo que escamotea, aunque no de forma intencional, las determinaciones sociales de los procesos de enfermedad.

Por último, resaltamos que, a pesar de la abrumadora naturaleza de estos procesos, la resistencia es posible, y ese es el mayor sentido de traer a la discusión pública las herramientas conceptuales discutidas aquí. El anteriormente citado Conrad, por ejemplo, habla del proceso de des-medicalización, tomando como ejemplo el éxito de la acción del movimiento gay para excluir a la homosexualidad como una categoría diagnóstica psiquiátrica; Tiefer [5] informa de la resistencia, con relativo éxito, de feministas y profesionales de la salud pública a la creación de la “disfunción sexual femenina”. Lo que esperamos es que los futuros estudios arrojen nueva luz sobre este conjunto de procesos, posibiliten el desarrollo de prácticas efectivas de cuidados de salud que no sean  simplemente la extensión cada vez mayor de un mercado de consumidores cautivos.

Referencias
1. Zola IK. Medicine as an institution of social control.In: Conrad P, editor. The sociology of health and illness: critical perspectives. 6th Ed. New York: Worth Publishers; 2001. p. 404-14.
2. Foucault M. Historia de la medicalización. Educ Méd Salud 1977; 11:3-25.
3. Conrad P. The medicalization of society: on the transformation of human conditions into treatable disorders. Baltimore: The Johns Hopkins University Press; 2007.
4. Illich I. Némésis médicale. Paris: Seuil; 1975.
5. Tiefer L. Female sexual dysfunction: a case study of disease mongering and activist resistance. PLoS Med 2006; 3:e178.
6. Williams SJ, Martin P, Gabe J. The pharmaceuticalisation of society? A framework for analysis. Sociol Health Illn 2011; 33:710-25.
7. Camargo Jr. KR. Medicina, medicalização e produção simbólica. In: Pitta AMR, organizador. Saúde & comunicação: visibilidades e silêncios. São Paulo: Editora Hucitec; 1995. p. 13-24.
8. Camargo Jr. KR. As armadilhas da concepção positiva de saúde. Physis (Rio J.) 2007; 17:63-76.
9. Sayd JD. Novos paradigmas e saúde: notas de leitura.Physis (Rio J.) 1999; 9:113-21.
10. Taubes G. Epidemiology faces its limits. Science 1995; 269:164-9.

 

 

modificado el 28 de noviembre de 2013