Maggie Carmichael no se desarrollaba como los demás niños. De pequeña, no caminaba y tenía un vocabulario limitado para su edad.
Maggie fue diagnosticada con PMM2-CDG, una mutación genética potencialmente mortal que resulta en una actividad enzimática anormal y afecta a menos de 1.000 personas en todo el mundo [1]. Sus padres, Holly y Dan Carmichael, recaudaron US$250.000 para que los científicos estudiaran los fármacos existentes con el fin de encontrar un posible tratamiento y, en un ensayo de un solo paciente en el que Maggie fue el sujeto de prueba, el fármaco mostró resultados prometedores [2]. La niña dejó de caerse de cara al gatear, empezó a utilizar un andador en lugar de su silla de ruedas y su léxico se amplió.
Los Carmichael y su organización, Maggie’s Cure, podrían haber cedido el trabajo a una empresa de biotecnología. En lugar de ello, la familia de Sturgis, Michigan, formó una sociedad con Perlara PBC, una empresa de San Francisco que trata de identificar medicamentos nuevos y existentes para tratar enfermedades raras. La Clínica Mayo se uniría más tarde como copropietaria de Maggie’s Pearl [3].
La empresa consiguió el pasado diciembre la aprobación de un ensayo clínico con 40 pacientes que podría lograr que la FDA aprobara el fármaco para la PMM2-CDG. Este ensayo también podría desafiar lo que los médicos dijeron a los Carmichael sobre las perspectivas de tratamiento cuando diagnosticaron a Maggie a los 9 meses:
“Prácticamente imposible”.
La mitad de los pacientes con enfermedades raras son niños, y sus familias llevan mucho tiempo presionando para acelerar el descubrimiento de tratamientos curativos, para lo que suelen establecer fundaciones que aportan dinero para la investigación [4]. Si hay hallazgos prometedores, muchas ceden el trabajo a empresas de biotecnología para que desarrollen tratamientos. Ahora, algunas familias están creando sus propias empresas de biotecnología, actuando como desarrolladores de fármacos para encontrar tratamientos para enfermedades ultra raras que afectan a 1.000 pacientes o menos.
Pero sus posibilidades son escasas.
Sólo un 12% de los medicamentos que se utilizan en ensayos clínicos son aprobados por la FDA [5]. Y pocas empresas de biotecnología se centran en las enfermedades raras, dado el limitado tamaño del mercado de pacientes; el 12% de los ensayos clínicos se centran en enfermedades raras [6].
Esto significa que no es probable que las familias encuentren una cura, y mucho menos que obtengan beneficios.
James Geraghty, que forma parte de juntas directivas de empresas de biotecnología y es autor de “Inside the Orphan Drug Revolution: The Promise of Patient-Centered Biotechnology”, dijo: “Si se aprueba un medicamento para una enfermedad con 1.000 pacientes, la probabilidad de que haya beneficios materiales, diría yo que es realmente remota”.
Pero las familias dicen que lo que les motiva es encontrar una cura, no el lucro.
Según los Institutos Nacionales de Salud, hay aproximadamente 7.000 enfermedades raras, que afectan a casi 1 de cada 10 estadounidenses [7]. Por lo general, se considera que una enfermedad rara es aquella que en un momento dado afecta a menos de 200.000 personas en EE UU [8]. Sólo el 30% de los niños con enfermedades raras viven hasta su quinto cumpleaños [4].
Alrededor del 95% de las enfermedades raras no tienen un tratamiento o terapia que haya sido aprobado por la FDA [9].
Tras el diagnóstico de un niño, los padres suelen dejar sus trabajos y las familias reordenan sus vidas para encontrar un tratamiento, utilizando su propio dinero o recaudando fondos para iniciar la búsqueda. Dada la escasez de financiación pública y privada, docenas, si no cientos, de fundaciones familiares sin ánimo de lucro en todo el país se centran en los tratamientos para enfermedades raras.
Los fabricantes de medicamentos pueden cobrar precios exorbitantes por los fármacos para enfermedades raras, por lo que puede ser muy rentable dirigirse a enfermedades raras como la fibrosis quística, que afecta hasta 200.000 estadounidenses [10-12]. Pero el mercado es mucho menos atractivo para las enfermedades ultra raras, ya que el número de pacientes es mucho menor.
Joe Panetta, director general de Biocom California, un grupo comercial dedicado a las ciencias de la vida, expresó: “Es lo más arriesgado entre lo arriesgado”.
La normativa sobre medicamentos prohíbe a los Carmichael compartir la situación actual de Maggie tras el ensayo clínico, pero Maggie’s Pearl, en el supuesto de que su fármaco obtenga la aprobación de la FDA, afirma que su objetivo es garantizar que todos los afectados por la enfermedad puedan acceder al tratamiento.
La familia Carmichael está ayudando a pagar un ensayo clínico cuyo costo estimado está entre US$3 millones y US$5 millones. La familia no quiere decir cuánto está contribuyendo, pero US$2 millones provienen de una subvención federal para la Investigación Innovadora en Pequeñas Empresas.
Holly Carmichael, directora de operaciones de Maggie’s Pearl, dice que se siente motivada por dirigir el desarrollo de un medicamento que se venderá a precios más bajos de lo que podrían ser y afirma: “No somos una empresa biotecnológica tradicional con accionistas que quieren determinados niveles de beneficios”.
La empresa se ha comprometido a reinvertir una parte de sus beneficios en investigación y desarrollo. El resto iría a parar a los propietarios de la empresa, incluyendo a la familia Carmichael.
En ese sentido, Ethan Perlstein, director general de Maggie’s Pearl y Perlara, que entre sus primeros inversores cuenta con el gigante farmacéutico suizo Novartis AG y el empresario Mark Cuban, expresó que Maggie’s Pearl es “como cualquier otra empresa”. La participación inicial del ejecutivo farmacéutico convicto Martin Shkreli en la empresa de Perlstein fue comprada [13].
El mes pasado, una empresa de Boston llamada Vibe Biotechnology anunció un modelo basado en criptomoneda para recaudar fondos para desarrollar medicamentos para enfermedades raras [14]. Los inversores tendrán el poder de votar sobre las propuestas de investigación sobre enfermedades raras, y las familias de los pacientes tendrán una participación en la propiedad de las terapias prometedoras.
Alok Tayi, director general y cofundador de Vibe Biotechnology, dijo en un comunicado: “El reto de las enfermedades raras no es necesariamente encontrar un tratamiento, sino financiarlo… Por primera vez, Vibe Bio está dando a los pacientes con enfermedades raras y olvidadas acceso a la financiación y al apoyo de la comunidad que necesitan para desarrollar curas y ser dueños de los resultados”.
La compañía ha lanzado dos empresas de biotecnología en asociación con dos fundaciones: Chelsea’s Hope, centrada en la enfermedad de Lafora, una forma mortal de epilepsia mioclónica progresiva, y NF2 BioSolutions, que espera acelerar una terapia génica para la neurofibromatosis tipo 2, que provoca el crecimiento de tumores no cancerosos en el sistema nervioso [15,16].
Una de las razones por las que cada vez más familias se lanzan por su cuenta es para tener un mayor control.
Normalmente, si la investigación avanza lo suficiente, las familias confían la comercialización de los medicamentos a las empresas de biotecnología. Una empresa suele obtener los derechos de propiedad intelectual como parte de la asunción de los riesgos financieros para el desarrollo de dichos tratamientos. Pero si esa empresa abandona el programa, los padres se quedan desamparados y con el corazón roto.
La Cure Mito Foundation -junto con otras fundaciones familiares- financió la investigación en el laboratorio de Steven Gray en el Centro Médico Southwestern de la Universidad de Texas.
Taysha Gene Therapies, una empresa formada en 2019 se comprometió a acelerar la investigación sobre Gray y a aliviar la presión financiera de las familias. A cambio, Taysha obtuvo licencias de investigación potencialmente lucrativas y controla los derechos de estos programas [17].
En marzo, Taysha anunció que recortaría el 35% de su equipo y abandonaría gran parte de su cartera, lo que reflejaba una recesión del sector [18]. La pausa incluía la campaña de Cure Mito para desarrollar un tratamiento para el síndrome de Leigh, una enfermedad neurogenerativa que deja a algunos niños sin capacidad para caminar y respirar por sí mismos.
La pausa de Taysha ha desgastado a Courtney Boggs, miembro de la Fundación Cure Mito. Su hija, Emma, es una niña alegre de 6 años a la que le encanta leer y jugar con muñecas. Se alimenta a través de una sonda y no puede caminar sin ayuda, y sin tratamiento su condición empeorará.
Boggs, que vive en El Paso (Texas), afirma: “Necesitamos algo para nuestros hijos, y no sólo para nuestros hijos, sino para las generaciones futuras”.
Taysha, que forma parte de un pequeño número de empresas que invierten en tratamientos para enfermedades ultra raras, redujo su objetivo de trabajar en más de 20 programas de medicamentos raros a cuatro.
La empresa dijo: “Compartimos la decepción y la frustración de nuestros pacientes y sus familias en este momento… pero realmente creemos que las duras decisiones que estamos tomando hoy nos posicionarán mejor para realizar nuevos ensayos en el futuro.”
Otras familias están tratando de evitar ese escenario asegurando condiciones más favorables al negociar con las empresas de biotecnología, como los pagos de licencias y la capacidad de recuperar los derechos sobre los medicamentos si los fabricantes de los mismos tardan demasiado.
Craig Benson, un ejecutivo de finanzas de Austin (Texas), y su esposa, Charlotte, crearon la Beyond Batten Disease Foundation para encontrar un tratamiento para su hija de 19 años, Christiane, que padece la enfermedad de Batten, que provoca pérdida de visión y convulsiones.
La fundación de los Benson financió una terapia, la empresa farmacéutica francesa Theranexus obtuvo su licencia en 2020 y se está probando en ensayos clínicos de fases tempranas. Como parte del acuerdo, Theranexus asumió los costes de desarrollo y pagó a la fundación una suma inicial no revelada. Si el fármaco obtiene la aprobación reglamentaria, la fundación podría recibir pagos adicionales y regalías sobre las ventas. Beyond Batten está reinvirtiendo su dinero en la búsqueda de otros tratamientos que puedan complementar la terapia potencial.
“No dependemos de organizar actividades para recaudar fondos”, dijo Benson.
Referencias