En agosto de este año Joanna McCarthy escribió un artículo dedicado a analizar con detalle la evolución de la hidroxicloroquina como potencial tratamiento para la covid-19, principalmente en Australia, hasta llegar al consenso científico de falta de evidencia para respaldar tal uso, explorando el rol de científicos y periodistas en la ola de desinformación que se generó [1]. McCarthy relata cómo la historia de la hidroxicloroquina en la Covid-19 muestra:
A continuación, resumimos su publicación.
McCarthy comienza su relato describiendo la explosión mediática de “curas” para la influenza que tuvo lugar hace más de 100 años en diferentes lugares del mundo, la difusión masiva que ocurrió a pesar de no contar con evidencia de la eficacia de las alternativas promocionadas. Y resulta paradójico que aún hoy, en la pandemia de covid-19, se haya presentado un fenómeno similar. Tras la declaración de la pandemia, hacia marzo del 2020, personas como Adam Marcus and Ivan Oransky, de Retraction Watch, alertaron sobre la proliferación científica que tendría lugar y dijeron que aunque gran parte de la misma estaría equivocada y eso no sería el problema, pero sin una comunicación clara de la incertidumbre, la situación se prestaba para ser explotada por diferentes actores.
Imprecisión científica
En la afanosa búsqueda de alternativas para superar la covid-19, se presentó a la hidroxicloroquina como una opción con características interesantes: ya se había utilizado en la terapéutica (tratamiento de malaria y condiciones autoinmunes), sus efectos secundarios eran conocidos y su patente había vencido hacía años, lo que reducía enormemente su precio. En febrero 2020 unos ensayos in vitro y en humanos de este medicamento realizados en China mostraron resultados promisorios, lo que llevó a Didier Raoult, respetado microbiólogo francés, a realizar su propio ensayo clínico. Los resultados de este último, interrumpido a los 6 días de haber sido iniciado debido a los hallazgos principales prometedores, fueron publicados en el International Journal of Antimicrobial Agents en marzo del mismo año, informando que “los seis pacientes tratados con hidroxicloroquina y el antibiótico azitromicina estaban ‘virológicamente curados'”.
A pesar de las limitaciones del estudio, particularmente que la muestra era de tamaño reducido, sus resultados fueron objeto de un gran despliegue publicitario, incluso antes de que el estudio fuera publicado. En tal difusión se usaron expresiones tales como “un estudio controlado apropiadamente y revisado por pares que mostró una tasa de curación del 100% contra el coronavirus”. Pocos días después, el presidente Donald Trump tuiteó afirmando que la hidroxicloroquina y la azitromicina “tienen una oportunidad real de ser uno de los que más han contribuido en la historia de la medicina”.
De manera paralela, hubo quienes miraron con cautela los hallazgos de Raoult. Por ejemplo, la microbióloca Elisabeth Bik publicó a las pocas semanas sus críticas sobre la rapidez de la revisión por pares, las diferencias significativas entre el grupo control y el grupo que recibió la intervención, la ausencia de aleatorización y la omisión de información en la presentación de resultados. Por su parte la Sociedad Internacional de Quimioterapia Antimicrobiana (International Society of Antimicrobial Chemotherapy) comunicó que el estudio conducido por Raoult y publicado en su revista no cumplía los estándares de la Sociedad.
Mientras tanto, las investigaciones de la hidroxicloroquina para la covid-19 estaban siguiendo su propio curso en Australia y los medios de comunicación también utilizaron expresiones imprecisas que propiciaron la desinformación. A manera de ejemplo, el profesor David Paterson, del Royal Brisbane and Women’s Hospital (RBWH) y de la Universidad de Queensland, describió a la hidroxicloroquina y a la azitromicina como una “potencial cura para todos” al anunciar el ensayo clínico que se llevaría a cabo. Ante casos como este, Lyndal Byford, jefe de noticias y asociaciones del Centro Australiano de Medios Científicos, expresó que las instituciones de investigación tienen la responsabilidad de no exagerar los estudios individuales ni la solidez de la evidencia y considera que hay una relación directa entre estas afirmaciones exageradas de parte de instituciones y científicos reconocidos y la desinformación posterior por el periodismo divulgativo. Byford expresó: “existe una línea delgada entre la esperanza y la exageración”.
Ampliando este hecho, McCarthy cita una investigación del 2016 que señala que los comunicados de prensa exagerados son un problema bien documentado en la ciencia. En tal ocasión se investigaron más de 500 comunicados de prensa sobre ciencia biomédica y relacionada con la salud emitidos por revistas revisadas por pares y se encontró que “casi una cuarta parte de las notas de prensa contenían ‘consejos más directos o explícitos’ que el artículo de la revista y más de una quinta parte contenían ‘afirmaciones causales exageradas’ sobre investigaciones correlacionadas”.
Una de las periodistas australianas que desde un comienzo tuvo cuidado con el anuncio de prensa del ensayo clínico de la hidroxicloroquina para la covid-19 por la Universidad de Queensland fue Melissa Davey, quien informó sobre las reservas que tenían expertos en infectología acerca de las expresiones utilizadas en el anuncio versus el momento en que se encontraban las evidencias de seguridad y eficacia.
Politización y desinformación mediática
La mala interpretación y desinformación alrededor de la hidroxicloroquina y la Covid-19 crecieron como una bola de nieve. El anuncio de prensa de la Universidad de Queensland y el profesor Paterson empezaron a ser citados fuera de contexto por Clive Palmer, multimillonario australiano líder del partido populista Australia Unida (United Australia Party, UAP), lo que llevó a la universidad en cuestión a editar la nota de prensa y agregar una nota aclaratoria en la que el profesor comunicaba que “nunca había sugerido que se utilizaran estos fármacos antes de que un ensayo estableciera su eficacia”. No obstante, Palmer continuó invirtiendo millones de dólares australianos en la compra de hidroxicloroquina para que la utilizaran en los hospitales.
A pesar de las alertas sobre la escasez de evidencia de que la hidroxicloroquina fuera una “cura” para la covid-19, entre marzo y agosto del 2020 los titulares mediáticos en Australia la seguían promoviendo como tal. Todas estas exageraciones lograron captar la atención de la comunidad llevando al desabastecimiento del medicamento, a su importación ilegal y a preguntar masivamente a los medios por su efectividad para superar la pandemia.
Esta situación refleja lo que los académicos de los medios de comunicación llaman el “periodismo problemático”, sea el resultado de una investigación débil, de una verificación falsa o de un sensacionalismo que exagera para que surja efecto. Tal fenómeno puede permitir que la desinformación se origine o se filtre en el ecosistema de noticias reales.
Por el contrario, apuntando hacia las buenas prácticas del periodismo, Apoorva Mandavilli, reportero de ciencia para The New York Times, mencionó: “Algunos científicos cometen el error de pensar que los periodistas son sus aliados a la hora de divulgar información sobre ciencia, y eso es un malentendido… Los periodistas no son amigos de los científicos, ni sus socios. En realidad, estamos ahí para exigirles responsabilidad”.
El rigor es a veces víctima de la velocidad
Para hacernos una idea del volumen de información a la que todos nos vimos expuestos, incluidos los periodistas, en el primer año de la pandemia, en Pubmed se registraron más de 74.000 artículos relacionados con covid-19. Y es ahí donde los mejores periodistas científicos jugaron dos roles de manera simultánea: ayudar a la audiencia a confiar en la “ciencia buena” e interrogar, develar y exponer la “ciencia mala”.
El compromiso con el escrutinio de la ciencia de Davey, a quién hemos mencionado, desencadenó “una de las más grandes retracciones en la historia moderna”. Se trata del hallazgo de la inexistencia de datos originales de dos artículos publicados en The Lancet y en The New England Journal of Medicine relacionados con la covid-19, datos que habían sido suministrados por Surgisphere*, firma de análisis de datos en salud; el estudio publicado en The Lancet afirmaba haber encontrado un aumento en la tasa de mortalidad y de problemas cardiacos en pacientes tratados con hidroxicloroquina.
McCarthy finaliza lo referente a este escándalo comentando que éste fue el ejemplo de más alta visibilidad, pero no el único de la ciencia “equivocándose” en la pandemia. Ella destaca el hecho de que, dado que la academia es un campo en el que el progreso profesional depende de lograr publicaciones y de ser citado frecuentemente, los científicos tienen un alto incentivo para llegar a resultados dramáticos y llamativos. A julio del 2022, más de 240 artículos científicos relacionados con covid-19 habían sido retractados o retirados.
Los periodistas deben tener presente estas alertas
Cuando la creencia en la ciencia se convierte en un marcador de identidad política
Si bien para agosto del 2020 las esperanzas de la comunidad científica en la hidroxicloroquina habían disminuido, el debate público se mantuvo gracias a la entrada de figuras políticas polarizadoras. Por ejemplo, columnistas conservadores animaban a las autoridades de salud de Australia a autorizar el uso del medicamento y a menudo asociaban la oposición al medicamento a la animadversión hacia el presidente Trump. Otro ejemplo lo encarna Craig Kelly quien ejercía como funcionario público en agosto del 2020 y presionaba insistentemente para que el gobierno incorporara el tratamiento con hidroxicloroquina, a pesar de la inexistencia de evidencia científica para tal uso. Kelly renunció en febrero de 2021 y a mediados del mismo año se convirtió en líder del partido político de Palmer, UAP.
Afirmaciones falsas y figuras públicas
La circulación de afirmaciones falsas plantea un desafío para los medios: informar al respecto demasiado temprano aviva rumores o contenidos engañosos que de otro modo podrían desvanecerse; informar demasiado tarde significa que el mensaje falso quedó sembrado y no hay manera de detenerlo.
El panorama se complica también con el hecho de que actores periféricos buscan activamente la atención de los medios y aprovechan la cobertura mediática aun negativa como evidencia de que “están cerca de descubrir una verdad oculta”. Pero el abordaje cambia cuando es un político o una figura pública quien circula una afirmación falsa, pues hay evidencia de que la información difundida por figuras públicas tiene una amplia difusión. Es por esta razón que muchos investigadores de la desinformación instan a los periodistas a integrar a su rutina la confirmación de hechos en las afirmaciones hechas por figuras públicas.
Comentarios finales
Concluimos este resumen con una cita utilizada por McCarthy: “Como dijo Ed Yong, que ganó un Premio Pulitzer por su reportaje sobre COVID-19: ‘Los mejores escritores científicos aprenden que la ciencia no es una procesión de hechos y descubrimientos, sino un tropiezo errático hacia una incertidumbre que disminuye gradualmente'”.
Referencia
Notas de Salud y Fármacos
* Hemos publicado en el pasado sobre este tema en particular. Ver: