En ningún momento se ha estado tan cerca de contar con una vacuna contra la tuberculosis, la enfermedad contagiosa más mortífera en el mundo, que podría salvar millones de vidas. Pero se retrasó su desarrollo cuando la empresa propietaria decidió concentrarse en vacunas más lucrativas.
Desde que estudiaba medicina, el doctor Neil Martinson ha estado enfrentando los horrores de la tuberculosis, la pandemia más antigua y mortífera del mundo. Durante más de 30 años, han acudido pacientes tosiendo sangre, trabajadores migrantes, niños desnutridos, y mujeres embarazadas e infectadas con VIH, a los centros de salud de Sudáfrica donde él trabajaba.
Algunos estaban tan demacrados que podía ver sus costillas. Se habían infectado con esta bacteria a través de alguien que tosió en un autobús repleto o en los hogares de seres queridos que no sabían que tenían tuberculosis. Una vez infectados, la mejor opción era pasar meses tomando pastillas que a menudo provocaban terribles efectos secundarios. Muchos murieron.
Por eso, cuando Martinson se unió a una llamada en abril de 2018, estaba ansioso por la decisión que se tomaría sobre la vacuna contra la tuberculosis; él había colaborado probándola en cientos de personas.
Los resultados lo sorprendieron muchísimo: la vacuna previno que se enfermaran más de la mitad de los infectados. Era el mayor avance en vacunas contra la tuberculosis en un siglo. Colgó, emocionado, y esperó el siguiente paso: un ensayo clínico que determinaría que era suficientemente segura y eficaz para comercializarla.
Pasaron semanas. Luego meses.
Más de cinco años después de esa llamada, continúa esperando, porque la empresa propietaria de la vacuna decidió dar prioridad a otros negocios más lucrativos.
El gigante farmacéutico GSK dio marcha atrás a su compromiso con la atención de la salud global y se inclinó por servir al mercado más lucrativo del mundo, EE UU, al que la CEO Emma Walmsley calificó como su “prioridad máxima”. Cuando esta empresa radicada en Londres abandonó la vacuna contra la tuberculosis, una enfermedad que mata anualmente a 1,6 millones de personas, en su mayoría pobres, se concentró en una vacuna contra el herpes zóster, una infección viral que provoca un sarpullido doloroso. Afecta sobre todo a adultos mayores que, en EE UU, están cubiertos en gran medida por el seguro de salud del gobierno.
Es importante mencionar que la vacuna contra el zóster compartía un ingrediente importante con la vacuna contra la tuberculosis: un componente que aumentaba la eficacia de ambas, pero cuya disponibilidad era limitada.
Desde el punto de vista comercial, la decisión de GSK tenía sentido. Shingrix se convertiría en lo que la empresa llama “la joya de la corona”, con la que han ingresado más de US$14.000 millones desde 2018.
Que una empresa permita que se desvanezca una vacuna que podría salvar vidas revela la angustiante realidad de comercializar vacunas para la salud pública. Al tener recursos limitados, hace mucho tiempo que los gobiernos no han tenido más opción que colaborar con las farmacéuticas para desarrollar vacunas para enfrentar las calamidades globales. Pero, cuando el gobierno proporciona el dinero de los contribuyentes y otros recursos para apoyar estas causas, las empresas toman el control de los productos, protegen su propiedad intelectual y priorizan sus propias ganancias.
Eso es exactamente lo que GSK hizo con la vacuna contra la tuberculosis. Hace algunas décadas, el ejército de EE UU convocó a GSK para trabajar en una vacuna contra el paludismo y colaboró en el desarrollo de un ingrediente que representaría un gran avance para la empresa. Se trataba de un adyuvante, una sustancia que preparaba al sistema inmunitario para responder con éxito a la vacuna contra el paludismo y, como descubriría la empresa, también funcionaba contra otras enfermedades.
GSK patentó el adyuvante y se apoderó del suministro de los ingredientes que contiene. Aceptó el financiamiento del gobierno y de organizaciones sin fines de lucro para desarrollar una vacuna contra la tuberculosis usando este adyuvante. Pero, a pesar de que no continúa con el desarrollo de la vacuna, tampoco la abandona por completo, sino que mantiene el control de ese valioso ingrediente.
Mientras la tuberculosis siguió causando estragos en el mundo, GSK tardó casi dos años para concretar un acuerdo con el Instituto de Investigación Médica Bill & Melinda Gates (Bill & Melinda Gates Medical Research Institute), la organización sin fines de lucro conocida también como Gates MRI, por sus siglas en inglés, para continuar con el desarrollo de la vacuna. Si bien la organización Gates se comprometió a aportar fondos para continuar con la investigación, GSK se reservó el derecho de comercializar la vacuna en países acaudalados.
El ensayo clínico que determinará si se aprueba esta vacuna comenzará en 2024, y no se espera que finalice hasta por lo menos el 2028. “No podemos actuar de esta manera con una enfermedad que requiere atención urgente”, aseguró Thomas Scriba, un científico de Sudáfrica y experto en tuberculosis que también trabajó en el estudio.
GSK niega que se esté retrasado el desarrollo de la vacuna contra la tuberculosis y asegura que sigue dedicada a investigar enfermedades que afectan a las comunidades que no reciben suficiente atención. “Cualquier comentario que indique que hemos disminuido nuestro compromiso de invertir continuamente en la salud global es fundamentalmente falso”, escribió en un comunicado el doctor Thomas Breuer, el ejecutivo principal de salud global de la empresa [1].
La empresa aseguró a ProPublica que no puede encargarse de todo y entiende que su lugar en la salud global implica trabajar en las etapas iniciales del desarrollo de los productos y delegar en otros los ensayos clínicos finales y su fabricación. También opina que la vacuna contra la tuberculosis es radicalmente diferente a las demás vacunas de la empresa porque no se puede vender a gran escala en países acaudalados.
A pesar de que decenas de millones de personas usarían una buena vacuna contra la tuberculosis, en la jerga de la industria “no tiene mercado” porque quienes la compran son principalmente organizaciones sin fines de lucro y países que no pueden permitirse gastar mucho. Esto no quiere decir que la vacuna no sería lucrativa, sino que jamás sería igual de lucrativa que un producto como la vacuna contra el zóster, que se puede vender en países de altos ingresos.
Para los expertos, la historia de la vacuna contra la tuberculosis de GSK y sus oscilaciones entre la esperanza y la desilusión exponen un sistema fallido que, durante demasiado tiempo, ha priorizado las necesidades de las empresas por encima de las de los pobres y los enfermos.
“No pedimos un trato justo de nuestros socios farmacéuticos”, afirma Mike Frick, director del programa de tuberculosis del Grupo de Acción a favor del Tratamiento (Treatment Action Group) y experto global en los planes de desarrollo de la vacuna contra la tuberculosis. “Les permitimos fijar los términos, pero no les pedimos que cubran el costo. Y, para mí, francamente es un poco humillante”.
Steven Reed, coinventor de la vacuna, presentó su idea a GSK hace varias décadas: creía que era imprescindible trabajar con una gran farmacéutica para que las vacunas llegaran a las personas que las necesitaban desesperadamente. Está desilusionado porque al final no resultó ser así y ahora opina que, en muchas partes del mundo, las farmacéuticas no son el medio para salvar vidas con las vacunas. Comentó: “¿Necesita llegar a un acuerdo con una gran empresa para avanzar? ¡Es una mentira! Ese modelo desapareció, fracasó, murió. Necesitamos crear uno nuevo”.
Cómo tomar el control
A comienzos de la década de 1980, el ejército de EE UU buscaba desesperadamente una manera de proteger a los soldados del parásito que causa el paludismo. Los científicos militares tenían algunas ideas prometedoras, pero querían encontrar a una empresa que colaborara con el desarrollo y la fabricación del antígeno —el compuesto de la vacuna que activa la respuesta inmune—. Convocaron a SmithKline Beckman (ahora parte de GSK), que tenía una instalación en las afueras de Filadelfia dedicada exactamente al tipo de tecnología de antígenos que estaban investigando.
Trabajar con el ejército le daba a la empresa acceso a novedades científicas y, sobre todo, le confería la capacidad de realizar investigaciones especializadas. El ejército tenía laboratorios para hacer pruebas con animales y dirigía centros de ensayos clínicos en diferentes partes del mundo. Por lo general, cuando se trabaja con el gobierno es más fácil que los productos experimentales obtengan la aprobación regulatoria, y los científicos del ejército estaban dispuestos a infectarse con paludismo y a hacer las primeras pruebas de las vacunas en ellos mismos.
El coronel Carl Alving —que por entonces era investigador en el Instituto de Investigación del Ejército Walter Reed— aseguró que fue la primera persona que se inyectó con un compuesto llamado MPL, un adyuvante que se añadió a la vacuna. En la actualidad, se sabe que los adyuvantes son un compuesto principal de muchas vacunas modernas. Pero en ese momento, solo se había aprobado el uso de un adyuvante: el alumbre. Alving publicó resultados prometedores que demostraban que el MPL aumentaba el éxito de la vacuna en el organismo.
Los científicos de la empresa tomaron nota y comenzaron a agregar el MPL a otros componentes. Si un adyuvante era bueno, tal vez dos adyuvantes juntos, que estimularan diferentes partes del sistema inmune, serían aun mejores.
Alving comentó en una entrevista que el desarrollo fue emocionante: se combinaron varios adyuvantes. Pero más tarde supieron que los científicos de la empresa habían solicitado la patente de la combinación en Europa, lo que limitaba el uso que él y sus colegas podrían dar al MPL. “Tal vez el ejército se sintió algo frustrado por ello, ya que fueron quienes introdujeron a Glaxo en el área”.
Aun así, el ejército quería la vacuna contra el paludismo. En una instalación militar en Tailandia, el personal militar empezó a comparar las combinaciones de adyuvantes en macacos de la India, y ejecutó ensayos clínicos que probaron las combinaciones más prometedoras en humanos y desarrollaron estrategias de administración.
El ejército descubrió que una de las combinaciones sobresalía: la de MPL y el extracto de la corteza de un árbol que crece en Chile. El extracto de la corteza ya se empleaba en vacunas de uso veterinario, pero un científico de una de las empresas biotecnológicas más importantes del mundo había descubierto recientemente que se podía purificar para obtener un material que fuera lo bastante seguro para usar en humanos.
Alving aseguró que, en ese momento, no patentó el trabajo que él y sus colegas estaban haciendo ni solicitó una licencia exclusiva para el MPL. “Es porque el ejército es el ejército, no es una empresa”, afirmó. En realidad, fue la segunda vez que el gobierno no aseguró sus derechos sobre el MPL. Décadas antes, los científicos que trabajaban para el Departamento de Asuntos de los Veteranos y un laboratorio de los Institutos Nacionales de Salud en Montana descubrieron y formularon este compuesto. Uno de los científicos, frustrado porque sus superiores en Bethesda (Maryland) no permitían que el producto se probara en humanos, renunció, formó una empresa y se llevó consigo la investigación. Aunque al comienzo su empresa sostuvo que el MPL era de dominio público y que no se podía patentar, se las arregló para patentarlo.
Los expertos opinan que el desarrollo de medicamentos en EE UU está plagado de este tipo de oportunidades desperdiciadas, que permiten que las empresas privadas tomen el control y se aprovechen del trabajo realizado por investigadores financiados por el sector público. Aseguran que los gobiernos deben ser más agresivos para mantener ese trabajo en el dominio público. Eso es exactamente lo que Alving ha hecho desde entonces: recientemente obtuvo su 30 patente de propiedad militar.
En el mundo de las farmacéuticas, es un secreto a voces que las empresas participan en investigaciones relacionadas con la salud global porque es donde pueden probar nuevas tecnologías que se pueden aplicar a otras enfermedades más lucrativas.
En una presentación para inversores realizada en 2016, un ejecutivo de GSK usó la vacuna contra el paludismo como ejemplo de los beneficios que se obtienen de este tipo de trabajo. “Para los que piensen que es solo filantropía, no lo es”, aseguró Luc Debrubyne, el entonces presidente del área de vacunas en GSK. Explicó que fue a través del trabajo contra el paludismo que la empresa inventó el adyuvante que se encuentra en su famosa vacuna contra el zóster. Agregó que las vacunas son productos que se venden en grandes cantidades y, con el tiempo, generan un flujo constante de ganancias. “Por eso, hacer buenos negocios, innovar y hacer un bien al mundo sí pueden ir de la mano”.
A medida que evolucionaba la investigación del ejército sobre la combinación del MPL y el extracto de la corteza, y que se empezaba a ver claramente su potencial para el mercado, GSK se movilizó para arrasar con las empresas que poseían los componentes del adyuvante.
En 2005, compró por US$300 millones a la empresa que tenía los derechos del MPL. En 2012, llegó a un acuerdo para quedarse con los derechos de casi todo el suministro del extracto de la corteza del árbol chileno.
Así, la empresa obtuvo el control total del adyuvante.
Cómo elegir un ganador
GSK empezó a probar ávidamente su nuevo adyuvante en varias enfermedades (a saber, hepatitis, enfermedad de Lyme, VIH, gripe). Steven Reed, microbiólogo e inmunólogo, había llegado a la empresa en 1994 con una idea para desarrollar una vacuna contra la tuberculosis. En el mundo, se estima que hay dos mil millones de personas infectadas con tuberculosis [2], pero quienes se enferman son en su mayoría los que tienen un sistema inmune debilitado. La vacuna BCG, que ya tiene un siglo, protege a los niños pequeños, pero la inmunidad se pierde con el tiempo, y la vacuna no tiene mucha eficacia para prevenir la forma más frecuente de infección pulmonar.
Reed contaba con la experiencia y los recursos para intentar hacer un gran avance. Era profesor adjunto en la Escuela de Medicina de la Universidad de Cornell. También dirigía una organización de investigación sin fines de lucro que trabajaba con enfermedades infecciosas y, junto con otros, había fundado una empresa biotécnológica para crear y comercializar ciertos productos.
Él y sus colegas estaban haciendo una colección de las proteínas que conforman la micobacteria que causa la tuberculosis. También tenía acceso a un banco de sangre de Brasil, donde la tuberculosis era más prevalente, contra cuyas muestras podía comparar las proteínas para determinar cuál generaba una respuesta inmune que previniera la enfermedad en algunas personas.
Mientras Reed armaba la vacuna, los investigadores de la empresa decidieron incluirlo, según dijo Michel De Wilde, quien fue vicepresidente del área de investigación y desarrollo en la empresa que se asoció con Reed y que más tarde llegó a ser parte de GSK. Agregó que, en la actualidad, en toda la industria, las unidades financieras participan mucho más en la toma de decisiones sobre los planes de la empresa.
GSK apoyó la idea y solicitó a Reed que incluyera el nuevo y prometedor adyuvante a su idea para desarrollar una vacuna contra la tuberculosis.
Reed y sus colegas invirtieron más de US$2 millones, provenientes de fondos federales, para ejecutar ensayos clínicos entre 1995 y 2005. GSK también invirtió, pero, según Reed, el dinero y los recursos del NIH fueron la clave. A medida que el desarrollo progresaba y se acercaba la etapa de los ensayos, se unieron la Fundación Bill & Melinda Gates, y también los gobiernos del Reino Unido, los Países Bajos y Australia, entre otros.
En 2003, mientras todo eso sucedía, GSK comenzó a probar el adyuvante en sus vacunas contra el zóster, según los informes anuales, pero a una velocidad mucho mayor. Para la tuberculosis, hizo un pequeño estudio preliminar de eficacia para justificar la realización de otro mayor. No existe evidencia de que haya hecho lo mismo con el zóster. En 2010, la vacuna contra el zóster de GSK estaba en las últimas etapas de los ensayos clínicos; en 2017, la FDA autorizó su uso.
Para los empleados y para quienes entienden cómo funciona la industria, GSK estaba dejando claras sus prioridades. La empresa construyó un centro de investigación de vacunas en Rockville, Maryland, para estar más cerca del NIH y de la FDA. Al mismo tiempo, se alejaba de la tuberculosis y de otros proyectos de salud pública global, según antiguos empleados del sector de vacunas.
Durante todo ese tiempo, el suministro del adyuvante era limitado. GSK se esforzaba por aumentar la producción del MPL, según cuentan antiguos empleados; el proceso de manufactura era engorroso. Y no estaba claro si había suficiente suministro del árbol chileno, que es esencial para fabricar ambas vacunas.
Después de que los investigadores obtuvieran resultados satisfactorios en el estudio preliminar de eficacia en 2018, GSK no dijo ni una palabra sobre qué pasaría después.
“Habrías pensado que la gente diría: ‘¡Cielos, es factible! Dupliquemos el esfuerzo, cuadrupliquémoslo’”, dijo el doctor Tom Evans, antiguo presidente y CEO de Aeras, una organización sin fines de lucro que dirigía y financiaba la mitad del estudio preliminar de eficacia. “Pero eso no ocurrió”.
Scriba, quien trabajó en el estudio de Sudáfrica, afirmó que nunca imaginó que GSK no continuaría con la investigación. “Para ser honesto, nunca se nos ocurrió que no lo harían. Las personas de GSK con las que trabajábamos eran el equipo de la tuberculosis. Era algo que los apasionaba. Es extremadamente frustrante”.
Pero Reed afirmó que, cuando aprobaron la vacuna contra el zóster, tuvo el presentimiento de que GSK abandonaría el trabajo en la tuberculosis.
“La empresa que la abandonó usó una tecnología similar para ganar miles de millones de dólares con el zóster, que no mata a nadie”, aseguró Reed.
Los que trabajaban en esta área se preocuparon tanto por el porvenir de la vacuna contra la tuberculosis que la OMS organizó una serie de reuniones durante 2019.
Breuer, que en ese momento era el oficial médico principal de la división de vacunas en GSK, explicó que la empresa estaba dispuesta a entregar la vacuna a una organización o empresa que cubriera el costo de los siguientes pasos: el desarrollo, la licencia, la fabricación y la responsabilidad por daños. Si el siguiente ensayo clínico tenía éxito, comercializarían la vacuna en los “países en desarrollo” y GSK se reservaría los derechos de venta en los países más acaudalados.
No obstante, GSK retendría el control del adyuvante, dijo Breuer. Y la empresa solo tenía lo suficiente para sus otras vacunas, por lo que la empresa que se encargara del desarrollo de la vacuna contra la tuberculosis tendría que pagarle a GSK para aumentar la producción, y Breuer estimó que eso costaría alrededor de US$200 millones.
En ese momento, el doctor Julio Croda era director de enfermedades contagiosas para Brasil y asistió a la reunión. Afirmó que lo habían autorizado a invertir sumas considerables de fondos públicos en ensayos de una vacuna contra la tuberculosis, pero que necesitaba garantías de que GSK transferiría la tecnología y la propiedad intelectual si los gobiernos financiaban su desarrollo. “Pero, cuando terminó la reunión, no teníamos un acuerdo”, comentó.
La doctora Glenda Gray, una experta líder en VIH que asistió a la reunión en representación de Sudáfrica, indicó que no había podido obtener una respuesta directa sobre la disponibilidad del adyuvante.
El año después de la reunión de la OMS, después de lo que un representante de Gates describió como “mucha negociación”, GSK entregó la licencia de la vacuna a Gates MRI, una organización sin fines de lucro creada por la Fundación Gates para desarrollar fármacos y vacunas para atender problemas globales de salud que las organizaciones con fines de lucro no atenderían.
GSK le comunicó a ProPublica que no había recibido pagos por adelantado ni derechos de propiedad industrial como parte del arreglo, pero que Gates MRI pagó un pequeño incentivo para invertir en los proyectos de salud global de la empresa. GSK y Gates MRI no quisieron informar la suma.
Las declaraciones de renta de Gates MRI muestran un pago designado como “regalías o derechos de propiedad industrial, pagos por licencia y sumas similares que permiten a la organización usar la propiedad intelectual, como patentes y derechos de autor” el año que finalizó el acuerdo. Entre las declaraciones de renta disponibles, ese es el único año en que la organización hizo un pago de esa categoría.
La suma: US$10 millones.
Un futuro incierto
En junio de este año, la Fundación Gates y el Wellcome Trust [3] anunciaron que invertirían US$550 millones [4] para financiar el ensayo clínico de Fase 3 que demostraría finalmente si la vacuna funcionaba. Seleccionaron diferentes sitios y, en este momento, la están probando en un subgrupo más pequeño de pacientes (los que padecen VIH).
Jeremy Farrar, jefe científico en el OMS, dijo que se siente más optimista que nunca, o que en toda su carrera profesional, y cree que tendremos una nueva vacuna contra la tuberculosis durante esta década.
Gates MRI y GSK se negaron a hacer declaraciones sobre quién tenía los derechos para vender las vacunas en determinados países, pero Gates MRI afirmó que “trabajará con socios para garantizar que la vacuna sea accesible para las personas en países de ingresos bajos a medios con una gran incidencia de tuberculosis”, y GSK reconoció que sus derechos abarcan América del Sur y Europa del Este, dos regiones con una gran incidencia de casos de tuberculosis.
Como era de esperar, Gates MRI dependerá de que GSK suministre el adyuvante: quienes esperan la vacuna se preocupan por la falta de transparencia en cuanto a su disponibilidad. Uno de los ingredientes más importantes, el extracto de la corteza, proviene de un árbol cuya cosecha y exportación ha sido controlada por el gobierno de Chile desde la década de 1970, por su sobreexplotación. En la actualidad, una gran sequía, además de los incendios forestales, amenazan a los bosques nativos. El principal exportador de la corteza afirma que ha resuelto los cuellos de botella del pasado, y GSK asegura que está trabajando en una versión sintética como parte de su plan a largo plazo.
Cuando se cuestionó por qué retuvo el control del adyuvante, GSK sostuvo que su fabricación era complicada, que sería costoso producirlo en más de un sitio y que era un componente muy importante en varias vacunas de la empresa, por lo que no estaban dispuestos a compartir el conocimiento técnico.
Para la empresa, el adyuvante es cada vez más valioso, ya que aporta otra vacuna lucrativa a su cartera de productos que requieren este componente. En mayo, la FDA aprobó una vacuna de GSK para el virus sincitial respiratorio conocido como VSR. Los analistas proyectan que esta vacuna representará una ganancia que puede llegar hasta los US$4.000 millones. GSK sigue estudiando el uso del adyuvante en otras vacunas e insiste en que tiene suficiente cantidad para abastecer las necesidades estimadas para el VSR, el zóster, el paludismo y las vacunas contra la tuberculosis hasta 2035.
La empresa y Gates MRI afirman que su acuerdo incluye suficiente adyuvante para la investigación y el suministro inicial de la vacuna contra la tuberculosis, si es aprobada. Sin embargo, las organizaciones se negaron a especificar cuántas personas se podrían vacunar. GSK también sostuvo que estaban dispuestos a suministrar más adyuvante después de eso, pero necesitarían más negociaciones, y Gates MRI tal vez tendría que pagar para aumentar la capacidad de fabricación del adyuvante. Por su parte, Gates MRI afirmó que está evaluando varias estrategias para garantizar el suministro a largo plazo.
Varios expertos afirmaron que Gates MRI debería probar otros adyuvantes con el antígeno de la vacuna. En ese grupo se encuentra Farrar, quien dijo que sería “muy sabio” empezar a buscar un nuevo adyuvante. Él es una de las pocas personas que han tenido acceso al acuerdo entre Gates MRI y GSK, gracias a que fue director de Wellcome Trust. Ahora Farrar está colaborando en la dirección de un nuevo Consejo Acelerador de la Vacuna contra la tuberculosis (TB Vaccine Accelerator Council) en la OMS y afirma que cree que uno de los objetivos del grupo sería encontrar soluciones para cualquier posible problema futuro con el adyuvante.
Gates MRI se negó a responder si estaban considerando probar otros adyuvantes con el antígeno de la vacuna. GSK, junto con varios científicos y reguladores con los que habló ProPublica, afirmaron que, para usar un nuevo adyuvante, sería necesario rehacer todos los largos y costosos ensayos clínicos.
Mientras tanto, los funcionarios del gobierno de EE UU están trabajando para identificar adyuvantes que no estén bajo el control de las grandes farmacéuticas.
Para una empresa, la preocupación principal es “cuál es el beneficio que aporta este adyuvante a mis resultados (financieros) finales”, comentó Wolfgang Leitner, quien comenzó su carrera trabajando como consultor de GSK en la vacuna contra el paludismo en el Instituto de Investigación del Ejército Walter Reed. Ahora es director ejecutivo de la sección de inmunidad innata del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas. Su trabajo consiste en impulsar el desarrollo de nuevos adyuvantes y garantizar que los investigadores tengan acceso a los que no están bajo el control estricto de las empresas.
La OMS también ha estado colaborando en el establecimiento de una red global de fabricantes de vacunas que puedan desarrollar y suministrar vacunas a países con menos recursos, fuera de la sombra de las farmacéuticas. Está empleando una tecnología que debutó durante la pandemia de covid-19, llamada ARNm, que utiliza fragmentos de código genético para provocar una respuesta inmune. Reed, uno de los inventores de la vacuna contra la tuberculosis de GSK, también fue cofundador de la empresa que está en el centro de ese proyecto (Afrigen), después de que surgiera preocupación sobre el destino de la vacuna que había desarrollado para GSK.
Reed participó en la creación de una segunda vacuna contra la tuberculosis, y Afrigen tiene los derechos para fabricarla y comercializarla en África, pero aún se debe comenzar el estudio preliminar de eficacia de esa vacuna.
Durante los últimos cinco años, a nivel mundial, solo se ha invertido un promedio de US$120 millones anuales en investigación sobre la tuberculosis: la cifra incluye el financiamiento de gobiernos, empresas farmacéuticas y organizaciones filantrópicas, según estadísticas anuales del Treatment Action Group [5]. Para ponerlo en perspectiva, solo EE UU gastó más de US$2.000 millones [6] en el desarrollo de vacunas contra la covid-19 entre 2020 y 2022. En 2018, en una reunión especial de la ONU sobre la tuberculosis, las naciones del mundo se comprometieron a garantizar un gasto de US$3.000 millones en la investigación y el desarrollo de vacunas contra la tuberculosis durante los cinco años siguientes. De esa cifra, solo han entregado el 20%.
Mientras que el sector del ARNm es prometedor, según opinan las personas involucradas, pasarán años antes de que una vacuna de ARNm ingrese en un estudio preliminar de eficacia. Las farmacéuticas que fabricaron vacunas exitosas contra la covid-19 se negaron a compartir la tecnología y las técnicas de fabricación que logran que funcionen. Moderna, una de estas empresas, aseguró que no haría valer las patentes de las vacunas de ARNm contra la covid-19 que Afrigen fabrique, pero no está claro lo que harían si Afrigen aplica estas técnicas a una enfermedad como la tuberculosis. (Paul Sagan, director del consejo de ProPublica, es miembro de la junta de Moderna).
A la fecha, la vacuna contra la tuberculosis de GSK —que no usa tecnología de ARNm— es la única que cumple con un conjunto de características que la OMS considera necesarias para una vacuna viable contra la tuberculosis.
El inicio del ensayo clínico de fase tres está previsto para comienzos del año próximo. Durante el tiempo entre los dos ensayos clínicos, aproximadamente nueve millones de personas habrán muerto de tuberculosis.
Referencias