La Asociación de Alzheimer (Alzheimer’s Association), decayendo aún más en el menoscabo de los intereses de los pacientes, recomienda diagnosticar con Alzheimer a personas perfectamente normales. Las nuevas guías [1] proponen definir el Alzheimer “biológicamente” [2], utilizando biomarcadores plasmáticos: Una persona con biomarcadores anormales será diagnosticada con Alzheimer, tenga pérdida cognitiva o no.
Se supone que las personas con niveles anormales de amiloide y proteína tau acabarán sufriendo un deterioro cognitivo, y si viven toda su vida sin desarrollar nunca problemas cognitivos, eso significa que no han vivido lo suficiente como para experimentar el deterioro cognitivo preprogramado. Esto es simplemente falso. De hecho, la mayoría de las personas con placa beta-amiloide no sufren deterioro cognitivo. Y aunque la beta-amiloide es un rasgo distintivo del Alzheimer, no hay suficiente evidencia [3] para confirmar la teoría de que realmente causa la enfermedad [4].
Las guías propuestas coinciden con la llegada de nuevos fármacos para las primeras fases de la enfermedad de Alzheimer que eliminan la placa beta amiloide. El lecanemab (Leqembi) de Eisai/Biogen obtuvo la aprobación regular [5] en julio, y el donanemab [6] de Eli Lilly probablemente la obtenga a finales de año. Medicare [7] cubrirá el lecanemab para los pacientes elegibles inscritos en un registro, y se espera que los principales sistemas de salud [8] ofrezcan el medicamento.
Al mismo tiempo, ya se dispone de unos cuantos análisis de sangre para evaluar la beta amiloide [9], entre ellos uno que los consumidores pueden comprar directamente en línea [10]. Ninguna prueba diagnóstica ha recibido aún la aprobación de la FDA [11]. Aunque por el momento ni las empresas que realizan las pruebas ni los grupos de defensa recomiendan que el diagnóstico se realice únicamente mediante análisis de sangre, prevén la posibilidad de que así sea, y ya están manifestando su entusiasmo por las pruebas que creen que revolucionarán el proceso de diagnóstico [12].
Hasta la fecha, la evaluación de la placa amiloide se determina o bien a través de una tomografía por emisión de positrones (PET scan) o de un análisis del líquido cefalorraquídeo (LCR) recogido por punción lumbar. Los escáneres para la tomografía por emisión de positrones son caros y solo están disponibles en áreas metropolitanas; las punciones lumbares son invasivas, incómodas y pueden causar fuertes dolores de cabeza y otros efectos secundarios.
La reciente disponibilidad de fármacos y análisis de sangre explica por qué la Alzheimer’s Association ha elegido este momento para hacer la actualización [13]. Como explicó uno de los autores, ahora “es completamente factible diagnosticar la enfermedad biológicamente a escala masiva” y “hay algo que realmente se puede hacer contra la enfermedad”. En otras palabras, el acceso a los análisis de sangre conducirá a los pacientes a los caros fármacos antiamiloides.
Desgraciadamente, conducir a los pacientes a estos fármacos tendrá como consecuencia muertes y discapacidades, sin ninguna posibilidad real de mejora. En los ensayos clínicos, tanto los pacientes del grupo que recibió el tratamiento como los del grupo placebo siguieron empeorando, y la pequeña diferencia entre ellos en cuanto a la tasa de deterioro no fue clínicamente significativa. Los fármacos antiamiloides causan graves daños, como sangrados cerebrales y reducción del tamaño del cerebro. Un mínimo de tres pacientes murió en los ensayos clínicos con cada uno de los medicamentos nuevos, lo que sugiere una tasa de 1 a 2 muertes por cada 1.000 pacientes [14] en la población más saludable de lo normal que participa en los ensayos clínicos. Entre la población general, es probable que esta tasa de mortalidad sea mayor. Además, se espera que los pacientes gasten US$82.500 [15] al año en los fármacos y en los costes asociados al tratamiento. Casi todos los pacientes que reciben este medicamento están afiliados a Medicare, por lo que la mayor parte de estos costes correrán a cargo de los contribuyentes.
Los comentarios de la Sociedad Americana de Geriatría (AGS o American Geriatrics Society) sobre las guías propuestas [16] cuestionan el pasar de utilizar las guías de la Asociación de Alzheimer en la investigación a incorporarlas en la atención clínica, afirmando la falta de evidencia que las respalde y advirtiendo de un posible sobrediagnóstico. La AGS también cuestionó la fuerte inclusión de participantes de la industria —así como de otros que tenían importantes conflictos de intereses— en el grupo de trabajo. Y, a diferencia de guías anteriores que utilizaban grupos de trabajo convocados conjuntamente con el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento (National Institute forAging o NIA) de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), parece que el contenido de las guías propuestas ahora está controlado únicamente por la Asociación de Alzheimer. Sin embargo, el documento propuesto sigue incluyendo al NIA como copatrocinador. Dado que la ampliación del uso que proponen las guías es inconsistente con la misión del NIA, la AGS recomendó al NIA que reconsiderara si el documento debía seguir incluyendo el nombre de la organización.
El diagnóstico mediante análisis de sangre tiene sentido si el objetivo es detectar a muchos pacientes lo antes posible. Por supuesto, las empresas farmacéuticas quieren ampliar el grupo de personas elegibles para el diagnóstico temprano de Alzheimer, ya que los nuevos fármacos solo están aprobados para las fases iniciales de la enfermedad. En la actualidad, el diagnóstico de Alzheimer implica múltiples pasos, incluyendo evaluaciones cognitivas, y hay un número limitado de especialistas con los conocimientos necesarios para confirmar el diagnóstico. Así es como debería ser. Los nuevos medicamentos antiamiloides solo están indicados para las primeras fases del Alzheimer y, con la esperanza empresarial de que estos fármacos se utilicen para el tratamiento presintomático [17], la industria y los grupos de defensa financiados por la industria han decidido agilizar el proceso de forma que se maximice el número de pacientes elegibles para el tratamiento.
Pero si muchos pacientes con un biomarcador nunca experimentan deterioro cognitivo, entonces qué es exactamente lo que se está diagnosticando, argumenta un geriatra [18]. Y como a los pacientes lo que más les preocupa son los síntomas reales, y no la cantidad de un biomarcador que hay en su organismo, un epidemiólogo señala que la eliminación del biomarcador puede “curar” la enfermedad sin que se produzca ninguna mejora en la vida del paciente [19].
Es poco sensato invertir miles de millones de dólares para eliminar un biomarcador (se prevé que tan solo las ventas de los dos nuevos medicamentos alcancen los US$5.500 millones [20] en todo el mundo para 2030), sin que haya evidencia de que sea un factor causal de una enfermedad. En lugar de ello, esos dólares se podrían invertir en recursos para mejorar factores de riesgo que se sabe que son modificables [21], como la hipertensión, la discapacidad auditiva y la diabetes, que son responsables de alrededor del 40% de los casos de demencia en todo el mundo. Sin embargo, lo que es peor que el dinero malgastado es la falsa esperanza que se da a los pacientes y a sus familias cuando se les administran medicamentos que no han demostrado aportar ningún beneficio clínicamente significativo y que acarrean importantes efectos nocivos.
Referencias