Nota de los editores: El artículo que sigue incluye información sobre el uso de psicofármaco en niños y adolescentes en acogida en: EE UU, Chile (muy breve), España y Portugal. El artículo termina con una sección que consideramos particularmente importante que incluye: una discusión sobre las razones por las que se prescriben estos fármacos, y otra en cómo mejorar su uso.
Ya en 1999 se encontró que el 16% de 255 niños entre 6 y 12 años, en hogares de acogida durante 6 o más meses, habían recibido prescripciones de psicofármacos. Los psicoestimulantes fueron los agentes más prescritos en este grupo. Los niños mayores y los acogidos en grupos de hogares tuvieron más probabilidad de recibir psicofármacos [2]. Sorprendentemente, se encontró que el 52% de los niños en sistemas de acogida cuyo estado clínico era merecedor del uso de fármacos, no los recibía [3].
Se estudió un grupo de 403 adolescentes que finalizaron el acogimiento residencial entre diciembre de 2001 y mayo de 2003, cuyos registros eran completos. Encontraron que el 36% tomaban algún psicofármaco, y el 10% informaron tomar 3 o más simultáneamente. Esta última situación se asoció con haber sufrido abuso sexual y con diagnóstico de depresión mayor o haber padecido un episodio maníaco. Por otra parte, una proporción sustancial de adolescentes con diagnósticos para los cuales los psicotrópicos están indicados no tomaban ningún medicamento, entre el 19% y el 41% según el trastorno considerado. Esta cohorte de adolescentes mostró tanto sobreutilización como infrautilización de psicofármacos [4].
Durante el año 2001, los niños en cuidados de acogida tuvieron significativamente más probabilidad que los niños con discapacidad de recibir neurolépticos (46% vs 31%), antidepresivos (36% vs 24%), estimulantes (37% vs 22%), y anticonvulsantes/litio (31% vs 21%). Además, el 29% de los niños en cuidados de acogida utilizaron ≥3 medicamentos, comparado con el 16% de los niños con discapacidad. Los niños en cuidados de acogida recibieron desproporcionadamente diagnósticos de trastorno por déficit de atención (36% vs 20%), trastorno de conducta (29% vs 12%), depresión (11% vs 3%), y trastorno bipolar (8% vs 3%). El 20,8% de los niños con diagnósticos del espectro autista (de la Drug Enforcement Administradion DEA) en cuidados de acogida recibían tres o más medicamentos concurrentemente, en comparación con el 10,1% de los niños con diagnósticos del espectro autista de la DEA que no precisaron acogida. Además, la variabilidad entre estados para esta diferencia fue notable. Estos datos son preocupantes [5].
Se dio seguimiento a una muestra de 252 niños en régimen de acogida en la ciudad de New York (anidados en 95 grupos de hermanos) durante tres años, hasta cuatro veces al año. El 89% de los niños cumplieron los criterios para al menos un diagnóstico psiquiátrico: 138 niños tenían diagnóstico de trastorno de hiperactividad por déficit de atención (THDA), 117 ansiedad por separación, 100 trastorno oposicional desafiante, 63 trastorno de conducta, 54 trastorno de eliminación, 29 depresión mayor, 20 ansiedad generalizada, y 15 trastorno por estrés postraumático. En cuanto a los medicamentos recibidos, 52 tomaban estimulantes, 19 medicamentos no estimulantes para el THDA, 49 antipsicóticos atípicos, 10 estabilizantes del humor, 5 antidepresivos/ansiolíticos, 1 antipsicóticos típicos y 3 tomaron otros fármacos psiquiátricos [6].
En ausencia de cualquier diagnóstico psiquiátrico comórbido, los jóvenes de 2 a 17 años enrolados en Medicaid en 2006 que vivían en hogares de acogida con diagnóstico de TDAH tenían probabilidades ajustadas más de tres veces mayores de uso de antipsicóticos atípicos que los jóvenes inscritos en Medicaid en otras categorías. Casi un tercio de estos jóvenes en hogares de acogida con diagnóstico de TDAH recibieron antipsicóticos atípicos independientemente del grupo de edad; con una duración anual >250 días en promedio en niños de 2 a 12 años y menor en los de mayor edad [7].
Al analizar los cambios temporales en los patrones de prescripción de antipsicóticos, se encontró que la tendencia de incremento rápido en el uso de antipsicóticos en niños asegurados por Medicaid alcanzó su máximo en el 2008 al 1,86%, declinando ligeramente al 1,73% en 2010 (la tasa por estado varió entre 1,02 y 2,19%). En el caso de niños asegurados privadamente, este aumento fue desde el 0,62% en 2005 hasta 0,77% en 2009, permaneciendo relativamente estable con posterioridad, encontrando una tasa del 0,75% en 2013. Entre los niños asegurados por Medicaid que también recibían cuidados de acogida, el uso de antipsicóticos, y su incremento, fueron notablemente superiores, creciendo desde el 8,73% en 2005 hasta el 9,26% en 2008, para reducirse hasta 8,92% en 2010 (la tasa por estado vario entre 4,90 y 16,49%). Paralelamente se produjo una mejora en la calidad del uso de antipsicóticos entre los niños de Medicaid en acogimiento. Entre los usuarios de antipsicóticos, la proporción de niños que recibieron polifarmacia antipsicótica declinó desde el 3,76% en 2009 al 3,02% en 2011, siendo más importante entre los que también estaban en acogida, cayendo desde el 3,98% al 2,76% [8].
En niños de 1 a 18 años, entre 2014 y 2016, el 35% de los jóvenes en acogimiento y el 8% de los jóvenes no acogidos, recibieron al menos una receta para un medicamento psicotrópico. Entre los niños a los que se les prescribió un medicamento psicotrópico, el número medio de clases de medicamentos prescritos fue 2,9 (DE 1,4) y 1,4 (DE 0,8) para jóvenes acogidos y no acogidos, respectivamente (p < 0,000). Los niños en hogares de acogida experimentaron 6,8 (IC 95%: 6,5-7,2) veces más probabilidades de que se les prescribiera un medicamento psicotrópico que sus compañeros no acogidos, después de controlar por grupo de edad, sexo y número de diagnósticos mentales y de desarrollo [9].
El sistema de cuidado de crianza de California implementó estrategias de supervisión para mejorar la práctica de prescripción y control de psicofármacos, particularmente de los antipsicóticos, para los jóvenes en acogida. Para valorar la eficacia de las mismas, estudió los datos existentes entre 2011 y 2020. Se encontró que mientras que en 2011 recibieron psicofármacos el 13,3% de los jóvenes acogidos y en 2020 el 12,2%, el consumo de antipsicóticos por este grupo se había reducido desde el 7,1% en 2011 al 3% en 2020. La mayor reducción del uso de antipsicóticos se produjo en los niños <10 años (del 2,3% al 0,8%). No obstante esta reducción, el uso de antipsicóticos aún pareció descuidado, ya que tan solo el 43,7% de los que los recibieron se sometieron a cribado metabólico [10].
Un estudio que utilizó la base de datos nacional de Medicaid, en 2023, encontró que al 26,25% y al 13,27% de los jóvenes en el “programa de bienestar infantil” se les había prescrito una medicación psicotrópica y recibían polifarmacia psicotrópica respectivamente. En el grupo de comparación (“otros jóvenes enrolados en Medicaid”) estas proporciones fueron respectivamente 9,06% y 3,11%. Estas tasas fueron más altas para el grupo en el “programa de bienestar infantil” que en el grupo “otros jóvenes” para todos los intervalos de edad analizados (3-17; 3-5; 6-11 y 12-17 años), pero especialmente el de 12-17, en los que estas tasas fueron 30,34% vs 12,81% para medicación psicotrópica y 19,10 % vs 5,05% para polifarmacia psicotrópica. Los grupos de medicamentos más consumidos entre los jóvenes del “programa de bienestar infantil” fueron los estimulantes, recibidos por el 15,95% de los chicos, antidepresivos por el 9,88% y antipsicóticos por el 7,87%. En cuanto a las tasas de diagnósticos, un 42,85% de los niños del “programa de bienestar infantil” habían sido diagnosticados con un problema de salud mental. Los diagnósticos más prevalentes fueron trauma o trastorno relacionado con el estrés en 22,93%, 21,49% de hiperactividad/déficit de atención y 11,67% de trastornos de conducta [11].
El Defensor del Pueblo, en 2009, informó que había tenido quejas, de educadores de centros para la acogida de menores con problemas de conducta, de vulneraciones de derechos, entre las cuales se incluyó la administración de medicación contra su voluntad, y sin la debida prescripción médica. Resulta terrible constatar que algunas de estas administraciones de medicación son solicitadas por el propio menor, para hacerle tolerable su encierro en celdas de aislamiento. Aunque todos los centros aseguraron que la medicación sólo se dispensa con el consentimiento del menor, en Can Rubió (Barcelona) se matizó “con excepciones”. En este mismo centro, varios pequeños se quejaron de estar sobremedicados. Cabe señalar que, en Baix Maestrat (Castellón), el enfermero y los menores informaron que, cuando se niegan a tomar fármacos o tienen alguna “crisis”, se les inyecta la medicación, a veces permanecen en la sala de aislamiento alrededor de una hora, lo que les genera una tremenda ansiedad, en otras ocasiones les inyectan medicación antes de encerrarles en dicha sala. En Picón de Jarama (Madrid), los menores afirmaron que se les obliga a tomar la medicación aun cuando se nieguen a ello. En el 75% de los centros se suministra tratamiento farmacológico a los menores en casos de grave alteración, a pesar de que es más segura la contención mecánica que el abuso de contención farmacológica, que en menores puede provocar efectos secundarios graves. Aunque el suministro de fármacos a los menores debería ajustarse en todo caso a un protocolo de intervención clínica previamente establecido, no siempre se cumple este procedimiento en todos los centros. También constató, la tendencia a medicar los trastornos psicosociales de los menores, con el grave riesgo que puede conllevar para su salud la ingesta continuada y en altas dosis de medicaciones psiquiátricas. La medicalización de estos trastornos parece enmascarar la falta de personal formado y recursos adecuados, y la incapacidad para ofrecer soluciones vitales.
En la mayoría de los centros no se informa a los menores del tratamiento farmacológico que se le dispensa, sin que haya constancia en algún caso de quién es la autoridad que toma la decisión de medicarles. Normalmente, los menores llegan con un diagnóstico y un tratamiento farmacológico previo, prescrito por los servicios especializados del sistema público de salud [15]. En el Informe del Defensor del Pueblo de 2022 se vuelven a citar nuevas incidencias relacionada con el uso de psicofármacos en menores tutelados por el estado y acogidos en instituciones. En el centro La Zarra (Avanilla-Murcia) se observó que el 40% de los menores que acogía estaban tomando psicofármacos, principalmente antipsicóticos, antidepresivos y medicamentos para el déficit de atención-hiperactividad, proporción que se consideró muy elevada. En el Centro de Protección de Menores Residencia especializada de adaptación psicosocial en Picón del Jarama (Madrid), que atiende a 50 jóvenes entre 12 y 15 años, se observó que 29 menores tomaban algún antipsicótico, y a 21 de estos 29 también se les habían prescrito antidepresivos, además de lo ya pautado, para la mayor parte de menores se había autorizado algún psicofármaco tranquilizante adicional como pauta de rescate para el caso de que sobrevenga algún episodio de ansiedad o agitación, situación que se consideró de elevado riesgo [16].
En Extremadura, en un colectivo de 291 niños, autóctonos o inmigrantes regularizados, con medidas de acogimiento residencial, se encontraron 64 casos (22%) en tratamiento por problemas de salud mental. De ellos, 42 niños (16% del total, pero el 72% de los que están en tratamiento) recibían psicofármacos. Por el contrario, solo el 5,5% del colectivo de inmigrantes irregulares menores no acompañados en esta área geográfica recibían tratamiento o tenían diagnóstico [17]. Los niños en acogimiento residencial presentaron con más frecuencia de problemas psiquiátricos que los niños adoptados, y estos últimos más que los compañeros de clase que viven con sus familias de origen [18].
En la Unidad de Hospitalización Infanto-Juvenil del Servicio de Psiquiatría del Hospital de Basurto, el73,5% de los ingresos de menores adoptados se ha realizado de manera urgente en comparación con el 60% de los no adoptados (p: 0,001). En ambos grupos el motivo de ingreso más común fue alteración de la conducta, pero existió una clara diferencia entre ellos, ya que entre los adoptados esta fue la causa en un 77.71%, mientras que en el grupo de no adoptados fue del 41.97 (p: 0,000). Además, en el grupo de no adoptados los trastornos de la conducta alimentaria supusieron un 13.79% de los ingresos, siendo el tercer motivo más común en este grupo, mientras que entre los adoptados correspondió al 1.81% de los ingresos (p: 0,003). No se encontraron diferencias significativas en cuanto a si recibieron psicofármacos o no, ya que, en ambos casos, casi el total de los pacientes que eran dados de alta los recibían, un 94.92% y un 98.19% de los no adoptados y de los adoptados respectivamente (p: 0,06). Entre los no adoptados los fármacos que más se prescribieron fueron neurolépticos (72.58%) y antidepresivos (40.1%); sin embargo, entre los adoptados los más prescritos fueron neurolépticos (88.55%) y eutimizantes (24.7%) [19].
Los informes CASA reflejan la situación de los niños en acogida en el país. En el correspondiente al año 2022, se informa que en el 1 de noviembre del 2022 había 6347 niños/adolescentes en acogimiento, de ellos el 84,4% en Casas de Acogimiento; 3,6% en Familias de Acogimiento; 2,6% en Acogimiento Autonomizado; 8,9 en otras residencias. Del total de niños/jóvenes, 1.590 (25%) mostraban problemas de comportamiento, 308 (4,9%) tenían al menos un trastorno mental diagnosticado y 607 (9,6%) deficiencia mental; 2.412 (38% del total) tuvieron un seguimiento psicológico regular, mientras que 1698 (26,8%) recibieron seguimiento psiquiátrico regularmente. Tomaban medicación 11% de los chicos en apartamentos para la vida autónoma, 16% de los niños en acogimiento familiar, el 27% los niños en acogimiento residencial generalista, el 73% de los chicos en colegios para educción especial, el 68% de los acogidos por problemas de salud y el 44% de los acogidos por problemas sociales. A lo largo de los años se ha producido un aumento progresivo de la proporción de niños/jóvenes con medicación psiquiátrica, desde el 21,8% en 2017 hasta el 28,3% (1795 niños/jóvenes) en 2022 [21].
En una cohorte de niños de 10 a 13 años que ingresaron a cuidados de acogida entre junio de 2009 y diciembre de 2016, el 34% ingresó con un medicamento psicotrópico preexistente, lo que representó el 69% de los adolescentes con cualquier reclamo de medicación psicotrópica durante el acogimiento [23]. Otros habían encontrado que el 63% de los jóvenes en acogida que recibieron la prescripción de un nuevo antipsicótico, fue para aumentar un régimen antipsicótico preexistente, mientras que el resto, 37% iniciaron el tratamiento antipsicótico después de una primera crisis [24].
Más de la mitad de las prescripciones de antipsicóticos en niños en acogida fueron para indicaciones no autorizadas. Solo el 38% de los jóvenes entre 2 y 17 años que recibieron antipsicóticos en el 2008, que llegó hasta el 45% en el 2016; lo fueron para una indicación pediátrica autorizada [25].
Los niños pequeños que iniciaron los medicamentos antipsicóticos y para el trastorno de atención por hiperactividad (TDAH) antes de los seis años, continuaron recibiéndolos durante períodos de tiempo más largos que aquellos en los que se iniciaron con más edad. La prevalencia de medicamentos para el TDAH, la medicación antipsicótica y la duración de los tratamientos, aumentó con cada año de edad [28], indicando un uso crónico. El aumento del tiempo transcurrido desde la incorporación a cuidados de acogida también se asoció significativamente con mayores tasas de dispensación de antidepresivos, medicamentos para el TDAH y múltiples clases de medicamentos [29].
En otro estudio retrospectivo de cohortes se analizó la relación entre la prescripción de antipsicóticos y los diagnósticos psiquiátricos, la utilización de servicios médicos y la inestabilidad en la colocación en hogares de acogida. Se encontró que el aumento de la prescripción de antipsicóticos entre los niños en hogares de acogida persistió a pesar de tener en cuenta la mayor prevalencia de problemas de salud mental y la mayor utilización de servicios médicos en este grupo. El mayor uso de cuidados médicos de atención primaria y cuidados especializados ambulatorios se asoció con menor prescripción de antipsicóticos, mientras que el uso de urgencias y hospitalizaciones se asoció con mayor prescripción de antipsicóticos. Pero el efecto de al menos dos cambios de hogar superó al efecto de participación en el sistema de acogida sobre la prescripción de antipsicóticos. Se concluyó que los cambios frecuentes de hogares de acogida se asociaba a una prescripción desproporcionada de antipsicóticos. Después de controlar los factores demográficos y clínicos, los jóvenes en hogares grupales tenían casi el doble de probabilidades que los jóvenes en cuidado de crianza terapéutica (hogares familiares) de recibir medicamentos [30].
Por otra parte, hay también factores que parecen impedir la prescripción. No todos los niños reciben los medicamentos que necesitan. Se ha observado que los niños en hogares de acogida que viven en comunidades de alta adversidad fueron significativamente menos propensos a usar medicamentos psicotrópicos [31].
En el año 2011, solo el 29% de los niños del programa Medicaid tratados con antipsicóticos recibían simultáneamente psicoterapia, pero el 65% de estos niños que también recibían cuidados de acogida sí la recibían. La provisión de servicios psicosociales a estos últimos había aumentado desde el 2009 (58%); mientras que se observó poco cambio entre los niños que no recibían cuidados de acogida. Se realizaron controles metabólicos (glucosa y colesterol séricos) al 28% de los niños en cuidados de acogida que recibían antipsicóticos en 2011, frente a solo el 18% de los otros niños [8]. Hallazgos de uso descuidado de antipsicóticos en cuanto a la seguridad se volvieron a encontrar en California [10]. Aunque se han producido notables mejorías en la calidad de uso de antipsicóticos entre los niños en cuidados de acogida, aún hay un enorme margen de mejoría.
Los niños en hogares de crianza tuvieron el doble de probabilidades de recibir dosis de antipsicóticos mayores a las recomendadas y de recibir múltiples fármacos antipsicóticos concurrentes, además existían deficiencias sustanciales de calidad, en particular en lo referente al cribado metabólico y la monitorización [33]. El cuidado de crianza se asoció con mayores probabilidades de polifarmacia psicotrópica multiclase concurrente, independientemente de la presencia de psicoterapia [34].
No hay suficientes estudios que avalen el uso de psicótropos en la población infantil, casi todos los estudios son con poblaciones adultas. Ello ha llevado a lo que se conoce como los cuatro “demasiado” en relación con el uso de psicofármacos en niños y adolescentes: I) se les dan demasiados psicofármacos, II) a una edad demasiado temprana, III) a unas dosis demasiado altas y IV) con demasiada frecuencia en indicaciones no autorizadas [35].
Los mecanismos que se han utilizado con mayor frecuencia para optimizar el uso de psicofármacos por los niños registrados en los sistemas de servicios sociales son: revisión secundaria colegiada, autorización previa y revisión de bases de datos [37]. Los programas de cuidados especializados para niños en cuidados de acogida lograron reducir el uso de antipsicóticos para condiciones en los que no estaban autorizados, mientras que no afectaron al uso de estos fármacos para indicaciones autorizadas por la agencia del medicamento [38]. Una evaluación de un programa para jóvenes en cuidados de crianza, que utilizó la revisión de casos atípicos seguida de una consulta entre pares (los médicos que prescriben) condujo a reducciones clínica y estadísticamente significativas en la polifarmacia, la prescripción fuera de indicación, las hospitalizaciones, los costos de atención médica y los resultados relacionados, entre los jóvenes asignados al azar a un grupo de intervención inmediata en comparación con ninguna mejoría en un grupo de control en lista de espera [39]. Anteriormente hemos comentado los resultados de otras intervenciones para mejorar el uso de psicofármacos en niños en acogida [8,10].
Las intervenciones del personal de enfermería mejoran la calidad de los cuidados de salud mental de los niños acogidos en residencias [40]. Los farmacéuticos son reconocidos como expertos en medicamentos por el equipo de cuidado de crianza, y consideran que su incorporación en los equipos asistenciales facilitaría la optimización del uso de medicamentos psicotrópicos en esta población de jóvenes [41]. Las pruebas farmacogenéticas ayudaron a mejorar el resultado clínico medido por la Escala de Impresiones Clínicas Globales (CGI) en prácticamente todos los niños (de acogida y no acogidos), ayudaron a reducir el número de niños que utilizan polifarmacia y los efectos secundarios relevantes autoinformados [42].
Los expupilos de cuidado de crianza priorizaron la “reducción del tratamiento antipsicótico” y el “aumento del tratamiento psicosocial”. Los trabajadores sociales, los prescriptores y los cuidadores priorizaron “un mayor seguimiento después del inicio del tratamiento” [43]. Se exploraron las perspectivas de personas clave del sistema de cuidados de crianza (cuidadores, trabajadores sociales, médicos prescriptores y expupilos) sobre la relación entre los medicamentos psicótropos y la relación entre los medicamentos y la atención al trauma en los jóvenes en el sistema de crianza. Se identificaron cinco temas: 1) reconocimiento del trauma, 2) papel de la medicación psicotrópica, 3) recursos psicosociales, 4) apoyos adicionales y 5) capacitación y educación. No se pudo lograr un consenso acerca de la función de la medicación psicotrópica en el tratamiento de trauma, pero la mayoría de los participantes consideraron que se utilizaban en exceso. Se evidenció la necesidad mejorar la identificación y los efectos del trauma y de una farmacoterapia segura, proponiendo enfatizar las interacciones con sensibilidad hacia el trauma y los apoyos psicosociales, mejorar la formación de las partes interesadas y proporcionar apoyos adicionales para los jóvenes acogidos al sistema de bienestar [44].
Resumen
Es evidente que hay una sobre prescripción de psicofármacos en niños que reciben cuidados de acogida. Aunque estos niños están expuestos a una situación que aumenta el riesgo de trastornos mentales, el tratamiento de estos con psicofármacos presenta problemas de seguridad. Además existe un uso muy importante en situaciones clínicas no incluidas entre las indicaciones autorizadas para el uso de estos fármacos, también se ha detectado el uso de dosis mayores a las recomendadas y de polifarmacia. Las medidas de vigilancia de los potenciales efectos adversos de los psicofármacos también parecen deficientes. Al parecer factores como los problemas de conducta externalizantes son responsables de la iniciación de estos tratamientos, incluso antes del primer contacto con los servicios de bienestar infantil. El tipo, el tiempo y los cambios de acogida parecen ser los principales determinantes de la prevalencia del uso de psicofármacos. Todo parece indicar que los psicofármacos son empleados como medio de tratamiento alternativo, dadas las deficiencias de personal y medios más racionales para el abordaje de los problemas de conducta de los niños en acogimiento.
Referencias