En febrero, el ministro federal de Sanidad, Greg Hunt, se jactó de que en los primeros análisis de los ensayos de fase III, la vacuna covid-19 de AstraZeneca “protegía al 100%” de la muerte [1]. El director general de AstraZeneca lo repitió y los principales medios de comunicación se hicieron eco de ello de forma acrítica; parecía un logro impresionante [2].
Sin embargo, el estudio publicado en The Lancet reveló una imagen más matizada [3]. En el ensayo que inscribió a 23.848 sujetos del Reino Unido, Brasil y Sudáfrica, hubo una muerte en el grupo placebo y ninguna en el grupo vacunado. Una muerte menos de un total de una, de hecho, fue una reducción relativa del 100%, pero la reducción absoluta fue del 0,01%. (1/11,724 – 0/12,021)
Asimismo, en febrero, la directora de los CDC, Rochelle Walensky, fue coautora de una publicación en JAMA [4], en la que se afirmaba de forma inequívoca: “Los ensayos clínicos han demostrado que las vacunas autorizadas en EE UU son muy eficaces contra la infección por covid-19, los casos de covid grave y la muerte”.
Sin embargo, hasta ese momento se habían registrado muy pocas muertes en los ensayos controlados para llegar a tal conclusión. Tras seis meses de seguimiento, en el ensayo ciego de Pfizer detectaron 15 muertes en el grupo que recibió la vacuna y 14 muertes en el grupo placebo (ver tabla S4) [5].
La semana pasada, en una mesa redonda celebrada en el Capitolio de los Estados Unidos, el profesor Peter Doshi, editor asociado de BMJ, expresó su preocupación por las declaraciones de la directora de los CDC [6].
“Los ensayos no mostraron una reducción de las muertes, ni siquiera en el caso de las muertes por covid. La evidencia era endeble”, afirmó el profesor Doshi. “Quienes afirmaron que los ensayos mostraban que las vacunas eran muy eficaces para salvar vidas se equivocaron. Los ensayos no lo demostraron”. El profesor Doshi no criticó a las vacunas, sino la forma en que las autoridades habían presentado los datos de los ensayos al público.
Los fabricantes de vacunas iniciaron todos los anuncios públicos sobre las vacunas a través de comunicados de prensa escritos muy cuidadosamente, y esto moldeó significativamente el discurso público, generando altas expectativas.
Por ejemplo, Pfizer publicó un comunicado de prensa en el que afirmaba que la vacuna era “95% efectiva contra el covid-19” [7]. Varias semanas después, los resultados reales del ensayo se publicaron en el New England Journal of Medicine [8].
La vacuna redujo el riesgo inicial del 0,88% al 0,04% después de dos meses. Es decir, una “reducción del riesgo relativo (RRR) del 95%, pero una reducción del riesgo absoluto (ARR) del 0,84%.
Por lo tanto, si el riesgo inicial de covid-19 es muy bajo (como lo es para la mayoría de las personas menores de 50 años), una reducción del riesgo del 100% es trivial.
Un editorial en The Lancet comparó la RRR de cada vacuna con la ARR [9]:
Vacuna | Reducción del riesgo relative (RRR) | Reducción del riesgo absoluto (ARR) |
Pfizer | 95% | 0,84% |
Moderna | 91% | 1,2% |
AstraZeneca | 67% | 1,3% |
Es interesante observar que, al citar los daños de la vacuna, las autoridades utilizan el porcentaje más pequeño, ARR, presumiblemente para minimizar la preocupación del público por los eventos adversos. Si las autoridades utilizan medidas distintas para transmitir los daños y los beneficios de una terapia médica, están engañando al público.
¿Exagerar los beneficios?
Está bien establecido que sólo citar la RRR sin citar la ARR, puede inflar o exagerar el tamaño del efecto de una intervención y su importancia clínica, así como aumentar la predisposición de la gente a recibir el tratamiento [10].
Gerd Gigerenzer, director del Centro Harding para la Alfabetización del Riesgo del Instituto Max Planck, lo ha calificado como el primer “pecado” contra la comunicación transparente [11]. Dice que puede utilizarse como “una táctica deliberada para manipular o persuadir a la gente. Muchos médicos, pacientes, periodistas de la salud y políticos no entienden las estadísticas de salud. Este analfabetismo estadístico colectivo ha tenido graves consecuencias para la salud”.
John Ioannidis, profesor de la Universidad de Stanford y el médico científico más citado, está de acuerdo. “Según mi experiencia, el analfabetismo está muy extendido”, afirma el profesor Ioannidis. “Esto no ocurre sólo con las vacunas. Durante muchas décadas, la RRR ha sido la forma más frecuente de comunicar los resultados de los ensayos clínicos. Casi siempre, la RRR logra que el producto parezca más efectivo que la reducción absoluta de riesgo”.
Cuando se le preguntó si estaba justificado engañar al público sobre los beneficios de la vacuna para fomentar su adopción, el profesor Ioannidis rechazó la idea. “No veo cómo se puede aumentar el consumo utilizando información engañosa. Estoy a favor de aumentar el consumo, pero para ello hay que utilizar información completa, pues de lo contrario, tarde o temprano, la información incompleta dará lugar a malentendidos y será contraproducente”, afirma Ioannidis.
Es probable que la forma en que las autoridades han comunicado el riesgo al público haya engañado y distorsionado la percepción del público sobre los beneficios de la vacuna y haya restado importancia a los daños.
Esto, en esencia, es una violación de las obligaciones éticas y legales del consentimiento informado.
Referencias