Covid lo ha dejado claro: las empresas como Pfizer, que los accionistas controlan, sólo se preocupan por sus enormes beneficios.
Pfizer ha tenido una pandemia excepcionalmente buena. Hoy ha anunciado que el año pasado su vacuna covid-19 generó US$37.000 millones, lo que la convierte en el medicamento más lucrativo de la historia.
Pero eso no es todo. El covid 19 ha tenido un gran impacto en las relaciones publicas de una empresa que hasta hace poco era la compañía menos confiable en el sector industrial menos confiable de EE UU. Pfizer se ha convertido en un nombre familiar en los últimos 12 meses. Se brindó por la empresa en las fiestas nocturnas de Tel Aviv, y hay cócteles en bares de todo el mundo que llevan el nombre de su vacuna. El presidente de EE UU se refirió al director general de Pfizer, Albert Bourla, como un “buen amigo” y, el año pasado, el gran hombre aparcó su avión junto al de Boris Johnson en la cumbre del G7 en Cornualles.
La distribución de las vacunas a nivel mundial ha generado niveles tan altos de desigualdad que muchos lo llaman “apartheid de las vacunas”. Las empresas farmacéuticas como Pfizer han liderado esta distribución, pues han establecido sus condiciones de venta y decidido a quién dar prioridad. En última instancia, su estrategia determina quiénes reciben o no las vacunas.
Desde el principio, Pfizer tenía claro que quería ganar mucho dinero con el covid. La empresa afirma que la producción de su vacuna cuesta algo menos de £5 libras por dosis. Otros han sugerido que podría ser mucho menos. En cualquier caso, la empresa está vendiendo las dosis con un enorme margen de beneficio: el gobierno británico pagó el primer pedido a £18 por dosis, y a £22 en su compra más reciente. Esto significa que el NHS le ha generado al menos £2.000 millones en beneficios, seis veces el coste del aumento salarial que el gobierno otorgó a las enfermeras el año pasado.
Se ha afirmado que la empresa trató inicialmente de ofrecer su medicamento al gobierno de EE UU por la friolera de US$100 por dosis. Tom Frieden, ex director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU., acusó a la empresa de “especulación bélica”.
Pfizer ha vendido la inmensa mayoría de sus dosis a los países más ricos del mundo, una estrategia que le ha permitido obtener beneficios elevados. Si se analiza la distribución mundial de sus dosis, Pfizer ha vendido una proporción ínfima de sus vacunas a los países de bajos ingresos. Hasta el pasado mes de octubre, Pfizer había vendido un mísero 1,3% de su suministro a Covax, el organismo internacional creado para intentar garantizar un acceso más justo a las vacunas.
Pfizer no estaba vendiendo muchas dosis a los países más pobres, y tampoco permitía que ellos mismos produjeran la vacuna que salva vidas, a través de la concesión de licencias o compartiendo las patentes.
Esto se debe a que el modelo de Pfizer responde a las normas de propiedad intelectual que se han establecido en los acuerdos comerciales. Éstas permiten que las grandes empresas farmacéuticas funcionen como monopolios, sin tener que compartir los conocimientos que poseen, por mucho que la sociedad los necesite.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció desde el principio que había que aumentar la producción muy rápidamente, y que empresas individuales como Pfizer no tendrían capacidad para hacerlo. Instaron a las empresas a compartir el proceso para producir las vacunas con el “banco de patentes” conocido como CTAP, lo que habría generado mayor transparencia y colaboración. Las empresas seguirían cobrando, pero no podrían restringir la producción.
En el pasado, era habitual que se suspendieran las reglas de funcionamiento empresarial en tiempos de gran necesidad, como ocurrió con la penicilina durante la segunda guerra mundial, o con el intercambio de conocimientos sobre la vacuna de la viruela en los años sesenta.
Pero en este caso, el jefe de Pfizer pasó a la ofensiva, ridiculizando el CTAP como un “sinsentido” y diciendo que compartir la propiedad intelectual de las empresas era “peligroso”. Se ha afirmado que 100 fábricas y laboratorios de todo el mundo podrían haber fabricado vacunas, pero no pudieron hacerlo por falta de acceso a las patentes y al conocimiento que tiene Pfizer sobre el proceso para hacer las vacunas.
Pfizer adoptó una postura similar con la nueva instalación que se ha establecido en Sudáfrica para tratar de hacer vacunas de ARNm y compartir esta revolucionaria tecnología médica con el mundo. Como ni Pfizer ni Moderna quieren compartir sus conocimientos, los científicos han tenido que empezar de cero. Las noticias de la semana pasada sugieren que lo están consiguiendo, desmintiendo las afirmaciones de la industria farmacéutica de que no es posible fabricar una vacuna de este tipo en los países más pobres.
Muchos argumentarán que, aunque las grandes empresas farmacéuticas se comportan de forma despiadada, lo debemos aceptar porque el servicio que prestan -inventar medicamentos que salvan vidas- es muy importante. Pero esto no se sostiene. Empresas como Pfizer se comportan más como fondos de inversión (hedge funds), comprando y controlando a otras empresas y la propiedad intelectual, que como empresas tradicionales de investigación médica.
La verdad es que ellos solos no han inventado la vacuna. Es un producto de la inversión pública, la investigación universitaria y la que hizo una empresa mucho más pequeña, la alemana BioNTech. Como se quejaba un antiguo funcionario del gobierno estadounidense, el hecho de llamarla vacuna “Pfizer” es “el mayor éxito de marketing de la historia de la industria farmacéutica estadounidense”.
Un análisis de Stat news de 2018 concluyó que Pfizer, internamente, solo desarrolló una fracción -alrededor del 23%- de sus medicamentos. Y un informe de la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos (US Government Accountability Office) del año anterior señalaba que el modelo de la industria consiste cada vez más en comprar empresas más pequeñas que ya han desarrollado productos. Esto les permite monopolizar ese conocimiento y maximizar el precio de los medicamentos resultantes. Pfizer ha canalizado US$70.000 millones (£52.000 millones) a sus accionistas, directamente a través del pago de dividendos y de la recompra de acciones. Esto es mucho más que su presupuesto de investigación para el mismo periodo.
Para poner las cifras de hoy en contexto, hasta ahora, el medicamento que en un año había generado mayores ganancias era Humira, para tratar las enfermedades autoinmunes, que en 2018 generó US$20.000 millones para AbbVie. Un comité del Congreso de Estados Unidos investigó el caso de Humira, es un ejemplo clásico de cómo trabajan las grandes farmacéuticas hoy en día: compran un medicamento ya inventado, lo patentan hasta la saciedad y aumentan su precio un 470% durante su vida útil.
Nunca se hubiera debido confiar la distribución mundial de vacunas a corporaciones como Pfizer, porque era inevitable que tomaran decisiones de vida o muerte en base a los intereses a corto plazo de sus accionistas. Tenemos que desmantelar los monopolios que han dado a estas empresas tal poder, y en su lugar invertir en establecer una nueva red de institutos de investigación y fábricas de productos médicos en todo el mundo que realmente puedan responder a las necesidades del público.