La pandemia de COVID 19, ha puesto de presente la necesidad de contar con políticas de autonomía farmacéutica y biotecnológica para cada país [1,2]. Esta autonomía es necesaria porque en eventos ocasionados por agentes de riesgo biológico, la afectación masiva de la población mundial hace imposible que se cubran las necesidades para todos los países [3]. Muchos medicamentos de interés en salud pública no son producidos por la industria farmacéutica privada dado que los márgenes de ganancia no son importantes para ellos y se encuentran situaciones de desabastecimiento ante brotes de infecciones inusitados [2]. En estas situaciones lo que ocurre es que los países con la infraestructura y desarrollo propio privilegian sus propias poblaciones [4].
Colombia estableció una política farmacéutica nacional en el año 2.000, pero esta no tuvo en cuenta la infraestructura para la producción estatal de medicamentos esenciales, que garantizaran la autonomía farmacéutica [5]. Varios países cuentan con industria farmacéutica pública destinada a producir los medicamentos esenciales para enfermedades de interés en salud pública, tales como Argentina que instituyó la Ley 26.688 [6,7] o Brasil [8].
Colombia por su posición geográfica está expuesta a microorganismos únicos de países tropicales e incluso de distribución limitada a Suramérica [9]. La aparición reciente de infecciones en zonas urbanas, antes casi exclusivas de medios silvestres, ha llevado a situaciones de vulnerabilidad por la ausencia de reservas en fármacos estratégicos para la seguridad del país. Esto ha ocurrido con los brotes de enfermedad de Chagas y la aparición de brotes cada vez más frecuentes de leishmaniasis visceral en zonas urbanas como Neiva, Cartagena o Sincelejo [2]. Colombia no está preparada para atender esta situación ni la potencial aparición de brotes mayores. Nuestro país depende de importaciones de medicamentos como el nifurtimox o el benznidazol o pirimetamina sulfadiazina, que ya no son producidos por empresas farmacéuticas privadas, sino por empresas estatales en Argentina y Brasil [2].
Evidentemente los países no arriesgan un desabastecimiento para sus nacionales atendiendo necesidades de otros países. Es totalmente válido que la producción sea prioritaria para ellos. Esto ocurrió, por ejemplo, durante la epidemia por el virus de la influenza H1N1 cuando los países norteamericanos y europeos realizaron reservas de vacunas para sus nacionales e hicieron oídos sordos, bajo criterios de seguridad nacional, a los pedidos de los países donde estaban ocurriendo los casos, como Colombia [2]. Hemos tenido antecedentes de situaciones previas como la que ocurrió en los años 80, cuando equivocadamente Colombia dejó de producir sueros antirrábicos, sueros antiofídicos, vacuna para fiebre amarilla y otros productos biológicos esenciales, con el argumento de que, para el país, bajo preceptos de costo-eficacia, era mejor estrategia comprar a otros países que lo producían. El resultado fue que ocurrieron muchas muertes por rabia y mordedura de serpientes en ausencia de biológicos y que se produjo pánico gubernamental cuando hubo un inicio de brote de fiebre amarilla y Brasil no estaba en capacidad de suministrar suficientes dosis de vacuna [2]. El país aprendió la lección por lo menos en los que respecta a sueros antiofídicos y hoy en día se ha retomado su producción [10].
Finalmente, es importante tener en cuenta que la producción de medicamentos y vacunas requiere una infraestructura básica y una experiencia y procesos de calidad para los cuales los países deben estar preparados, es un proceso complejo para el cual no se deben escatimar esfuerzos.
Referencias