Treinta y seis. Esta es la diferencia en el número de dosis de vacuna covid-19 por persona que se han administrado en los países de altos ingresos en comparación con las administradas en países de bajos ingresos; en junio esta diferencia era de casi 70. Mientras los países ricos aplican vacunas de refuerzo, la gran mayoría de los más vulnerables del mundo siguen sin protección, incluso los trabajadores de la salud arriesgan sus vidas para salvar a otros. Hasta ahora, las promesas del presidente Biden de hacer de EE UU “el arsenal mundial de vacunas” se han quedado vacías. Es una injusticia inconcebible y también una grave amenaza para los estadounidenses, ya que las peligrosas variantes del SARS-CoV-2 surgen en el extranjero y viajan aquí.
¿Cumplirá finalmente el presidente su promesa? Hoy, Biden fue el anfitrión de una Cumbre Global Covid-19, realizada de forma virtual, en la Asamblea General de las Naciones Unidas y solicitó el establecimiento de objetivos globales compartidos, aspirando a vacunar al 70% de la población mundial, de todos los niveles socioeconómicos, antes de septiembre de 2022. Eso sería transformador. Sin embargo, no podemos permitirnos esperar un año. La actual cartera de vacunas que tienen los países de altos ingresos y un aumento de la producción deberían ser suficientes para alcanzar el objetivo de Biden de vacunar al 70% en seis meses. Para septiembre próximo, deberíamos apuntar más alto, quizás al 80% de cobertura de vacunación en todo el mundo. Ofrecemos un plan para alcanzar ese objetivo.
Las naciones ricas son responsables de la desigualdad de las vacunas
EE UU y otros países de altos ingresos tienen la obligación moral de vacunar al mundo. De las más de 6.000 millones de dosis administradas en todo el mundo, el 79% han sido para países de altos y medianos-altos ingresos, y el 0,5% para los países de bajos ingresos. Solo el 2% de los residentes en países de bajos ingresos han recibido una sola dosis.
EE UU y otros países de altos ingresos son directamente responsables de estas inmensas brechas en la cobertura de vacunas. Antes de que los candidatos a vacunas completaran los ensayos clínicos, los países más ricos firmaron acuerdos de compra anticipada con los fabricantes de vacunas, asegurándose un puesto al principio de la fila. También se demostró que los controles europeos y estadounidenses a la exportación de vacunas, materias primas y equipos se convirtieron en obstáculos importantes para los países de menores ingresos.
Las desigualdades globales de acceso a la vacuna covid-19 reflejan lo que las naciones ricas no hicieron. La financiación de Covax, que debía ser el mecanismo para la distribución mundial equitativa de vacunas, fue inadecuada. Y los países ricos no utilizaron su influencia legal y económica para ampliar el suministro mundial de vacunas.
El plan de Biden debe ser grande y audaz
Los fondos y donaciones estadounidenses hasta ahora no alcanzan el nivel necesario para responder a la peor crisis del siglo y están muy lejos de parecerse a nuestra respuesta a la pandemia del SIDA, con PEPFAR (Plan de emergencia del presidente para el alivio del SIDA) y el Fondo Mundial. ¿Cómo sería un plan audaz?
Acelerar las donaciones. La necesidad más inmediata es tener más dosis, ¡ahora!. Biden propuso un objetivo global de donar 1.000 millones de dosis, pero sin un cronograma claro. Ese plazo debería ser a finales de este año y debería estar basado en las promesas que se han hecho, incluyendo el compromiso anterior del presidente Biden de comprar 500 millones de dosis de Pfizer para Covax y la Unión Africana. Coincidiendo con la Cumbre Global Covid-19, la administración Biden está comprando 500 millones de dosis adicionales de Pfizer para donar. Es un paso importante, pero no suficiente. El presidente Biden debería acelerar la entrega de las dosis de Pfizer que había prometido anteriormente, y donar el excedente de cientos de millones de dosis que EE UU debería tener a finales de año.
Limitar las dosis de recuerdo. Reconocemos la intensa presión política que pesa sobre Biden para priorizar a los estadounidenses. Pero su plan inicial de aplicar dosis de recuerdo a toda la población elegible de EE UU ignora el sufrimiento global y es una bofetada a la solicitud de la OMS de esperar a administrar las dosis de recuerdo. El viernes pasado, un comité asesor de la FDA discrepó y recomendó administrar los refuerzos solo a los más vulnerables. Esto debería liberar más de 100 millones de dosis adicionales este año.
Colocar a Covax al principio de la fila. Biden debería permitir que Covax obtenga más dosis antes de que EE UU lo haga, tal como proponen sus objetivos para la Cumbre Global Covid-19. Covax no ha funcionado como se esperaba, pero su plataforma de capital multilateral es inspiradora. Ahora, Biden debería entregar los fondos que prometió con anterioridad a Covax, al tiempo que aporta fondos adicionales significativos. Si levantara la prohibición de exportación de materias primas impuesta anteriormente en virtud de la Ley de Producción de Defensa (Defense Production Act o DPA) (la prohibición se suavizó en abril para permitir las exportaciones a India) ayudaría tanto a Covax como a los países de medianos y bajos ingresos (PMBI).
Ampliar la fabricación de vacunas en países de altos ingresos. Para vacunar al 70% de la población mundial se requieren alrededor de 11.000 millones de dosis. Con la capacidad actual, se alcanzaría esa cifra en 2022, aunque esa cifra incluye vacunas chinas con una efectividad incierta. También debemos anticiparnos a las necesidades de materias primas y a las interrupciones en la fabricación que podrían ralentizar la producción, por lo que hay que crear suficiente capacidad global para garantizar que en los próximos años todos los ciudadanos del mundo podrán recibir dosis de refuerzo oportunas o, si es necesario, vacunas para variantes específicas. Invertir en la fabricación nacional y utilizar herramientas legales, como la DPA, podrían generar el muy necesario exceso de suministro.
Empoderar a los centros regionales para fabricar vacunas de última generación. Hay que incrementar la producción nacional de vacunas, pero no es suficiente. Cuando un país rico dona una dosis, podría salvar una vida. Pero empoderar a los centros regionales para que produzcan sus propias vacunas podría acabar con la dependencia de la filantropía occidental, que es lo que genera la inequidad en el acceso a las vacunas. El borrador del presidente Biden sobre los compromisos compartidos menciona de pasada la ampliación de la fabricación en los países de medianos y bajos ingresos, pero sin detalles ni objetivos de producción. ¿Qué haría falta?
Biden debería poner mucha presión para lograr la exención de la propiedad intelectual en la Organización Mundial del Comercio (que la Unión Europea ha estado bloqueando), pero incluso una exención sería insuficiente. Biden debe presionar a los fabricantes de vacunas occidentales para que compartan su tecnología, secretos comerciales y conocimientos para fabricar vacunas de vanguardia; y EE UU debe invertir en la construcción y modernización de instalaciones de fabricación en los países de bajos y medianos ingresos. Las vacunas de ARNm son las más prometedoras. Se pueden fabricar a escala y son más fáciles de adaptar para combatir variantes emergentes. Países como India, Brasil y Vietnam han producido vacunas. Sudáfrica, respaldada por la OMS, ya está estableciendo el primer centro de transferencia de tecnología de vacunas covid-19 de ARNm. Los países asiáticos como Australia, Singapur y Corea del Sur quieren desarrollar capacidad de fabricación de ARNm, y podrían abastecer a toda la región. La Ley NOVID, respaldada por más de 100 miembros del Congreso, autorizaría US$25.000 millones para ampliar la fabricación nacional y la transferencia de tecnología.
Biden puede influir sobre los productores nacionales. Los NIH apoyaron la investigación básica para desarrollar plataformas de ARNm; EE UU pagó precios superiores a los fabricantes nacionales y financió generosamente a Moderna en el marco de la Operación Warp Speed; y el NIH también posee patentes clave. Además, nuestros productores de vacunas tienen la responsabilidad moral de ser buenos ciudadanos del mundo.
Lo más emocionante es que, en futuras crisis de salud, los centros regionales de vacunas podrían garantizar el acceso rápido y equitativo a las mismas. Los países de bajos recursos estarían empoderados para abordar sus propias necesidades sin tener que mendigar recursos médicos que salvan vidas, que nunca parecen llegar a tiempo o en la escala necesaria.
Construir infraestructura de vacunas. Tener suficiente suministro de vacunas no es suficiente; las dosis deben llegar a los brazos de la gente. En muchos PMBI, esto requiere grandes inversiones en vacunadores capacitados, almacenamiento en frío, cadenas de suministro y sistemas de información. La administración Biden debería proporcionar los miles de millones de dólares necesarios. Los objetivos incluyen US$3.000 millones este año y US$7.000 millones el próximo. Eso es demasiado lento, y la cantidad puede ser insuficiente. Además, las dudas sobre la eficacia y seguridad de las vacunas es un fenómeno mundial. El plan de la administración debe incluir fondos para campañas de educación local, que aseguren la aceptación de la vacuna.
El mundo necesita un plan
Lo más importante, el mundo necesita algo más que objetivos vagos. Necesita un plan. ¿Qué países proporcionarán financiación? ¿Cómo se aumentará la capacidad de producción y las donaciones, cómo se dirigirán las dosis a donde más se necesitan, y cómo se garantizará la equidad? ¿Qué recursos se necesitan para respaldar la entrega de un extremo a otro? Después de la Cumbre hay que trazar un plan sólido, es urgente. Y los países ricos deben ser responsables de financiar e implementar ampliamente ese plan. El panorama global de vacunas que acordó la Cumbre Global covid-19 es un comienzo y debe incluir información sobre los planes de producción y sus limitaciones. Sin embargo, se necesitará una mejor rendición de cuentas, incluyendo indicadores claros sobre las donaciones de tipo financiero y de dosis que hagan los países, y cualquier otro compromiso, y hay que avanzar hacia su consecución.
Un plan global debe afrontar el momento con la escala y creatividad necesarias. Salvará innumerables vidas y también es económicamente inteligente: ayudar a la economía mundial a recuperarse generará inmensos dividendos para los países de ingresos más altos. Y, sobre todo, cuanto más rápido se vacune a los ciudadanos del mundo, antes se acabará esta pandemia, y el riesgo continuo de que aparezcan variantes cada vez más peligrosas.