El acceso oportuno y universal a las tecnologías sanitarias que demuestren ser seguras y eficaces es un objetivo que ha estado en la mente de muchos y ha sido ampliamente discutido. Mucho antes de la pandemia por Covid 19, ya se venían haciendo denuncias sobre prácticas, deliberadas o no, que dificultaban el acceso a medicamentos esenciales, y que ahora se han intensificado.
Un llamado a la inteligencia colectiva, por Els Torreele
Els Torreele, quien ha trabajado con Médicos Sin Fronteras, Open Society Foundations y Drugs for Neglected Disease Initiatives ha escrito un editorial [1] en que critica las estrategias que se están utilizando para obtener una vacuna para el Covid-19. Salud y Fármacos comparte muchas de sus ideas y a continuación resumimos las más relevantes.
Els Torreele nos invita a imaginar qué pasaría si movilizáramos a las mentes más creativas e inteligentes- desde los que trabajan en empresas farmacéuticas y de biotecnología, pasando por las universidades y en el gobierno – para que trabajen juntos, y utilizando la infraestructura y todo el conocimiento disponible desarrollen una vacuna efectiva contra el Covid -19, sería una vacuna del pueblo, que posteriormente estaría disponible gratuitamente para todos, en todos los países del mundo. Este es el llamado que han hecho más de 140 líderes de todo el mundo.
Pero no es así como están funcionando las cosas. Las reglas del juego ignoran dos objetivos básicos: el de maximizar el impacto de la vacuna en la salud y hacerla accesible. Aunque hay más de 100 vacunas en desarrollo, no hay ninguna estrategia para priorizar el desarrollo de aquellas con mayor posibilidad de tener un impacto positivo en la salud pública. Estamos dejando que cada grupo y empresa desarrolle aisladamente su propio producto y compita por llegar al mercado, bajo la premisa de que el que gane la carrera comercializará la mejor vacuna para acabar con la pandemia.
Sin embargo, para que la ciencia avance con mayor eficiencia, es importante compartir e intercambiar el conocimiento, generando inteligencia colectiva y construyendo sobre los éxitos y fracasos de otros, en tiempo real. La competencia, con frecuencia, no ayuda a avanzar la ciencia ni a encontrar las mejores soluciones para la salud pública.
Por ejemplo, para desarrollar una vacuna efectiva, hay que tener los antígenos adecuados, una forma de administración efectiva, y todos los elementos que contribuirán a generar una respuesta inmunitaria en quién la reciba. Los que desarrollan vacunas invierten en sus propias plataformas tecnológicas, incluyendo los vectores, adyuvantes, formas de administración, y procesos de manufactura, y las van adaptando para las diversas patologías, en este caso para Covid-19. Es muy probable que los elementos de estas plataformas no sean ideales para la vacuna contra el Covid-19, pero los científicos que trabajen en su desarrollo, por brillantes que sean, trabajarán con esas tecnologías, porque no pueden utilizar las de sus competidores.
Lo más probable es que ninguna de las plataformas tecnológicas existentes tenga todos los elementos óptimos para producir la vacuna contra el Covid-19, por lo que esta forma de trabajo, casi por diseño, nos aboca a no obtener los mejores resultados. En cambio, si nadie se tuviera que preocupar por los secretos comerciales o por la propiedad intelectual, los científicos podrían escoger las mejores estrategias y los mejores elementos de cada una de las plataformas tecnológicas existentes. Esto permitiría desarrollar un portafolio verdaderamente innovador y diverso, con el objetivo de asegurar el acceso universal a una vacuna efectiva.
En esta carrera, es probable que el ganador sea aquel que cuente con mayor financiamiento y capacidad de producción. En este momento predominan las iniciativas de los países de altos ingresos, la industria farmacéutica y algunas fundaciones filantrópicas. Todos están haciendo sus apuestas e invirtiendo grandes cantidades de recursos para promover a sus candidatos y lograr su comercialización (por la vía de uso en emergencias) antes de conocer su verdadera efectividad. El objetivo es lograr el permiso de comercialización, y las agencias reguladoras no cuentan con una estrategia para responder una pregunta clave ¿Qué vacuna puede mejorar significativamente la salud pública global relacionada con el Covid-19?
Las agencias reguladoras revisan cada producto a medida que les van llegando; no priorizan ni evalúan qué candidato es mejor en términos de seguridad y eficacia, o cual es el más adecuado para realizar intervenciones de salud pública, incluyendo en los países de medianos y bajos ingresos. Tampoco tienen capacidad de evaluar como las empresas distribuirán las vacunas ni a qué precios.
Son pocas las empresas que tienen la capacidad y los recursos para lograr el permiso de comercialización de la FDA o la EMA (GSK, Merck, Johnson&Johnson, AstraZeneca, Pfizer y Sanofi), especialmente con los fondos adicionales que les están asignando los gobiernos. Estas compañías tienen ventajas y es probable que lleguen antes al final de la carrera, aunque no tengan la mejor vacuna. De hecho, podríamos acabar teniendo una serie de vacunas de primera generación no muy efectivas. Las presiones políticas y comerciales podrían lograr que esas vacunas se distribuyan ampliamente, dificultando aún más el desarrollo de mejores vacunas, ya que el apoyo político y financiero irá desapareciendo y será más difícil reclutar a participantes en los ensayos clínicos.
Lo mejor para las compañías pequeñas o los laboratorios académicos es asociarse con otros de mayor tamaño con capacidad de producción y distribución, como ha hecho Moderna con Lonza, BioNTech con Pfizer y Oxford University con AstraZeneca.
La solución a la pandemia requiere otro tipo de acercamiento. Hay que desarrollar un portafolio de vacunas Covid-19 que priorice aquellas que mejor respondan a las necesidades colectivas de salud pública, incluyendo el acceso equitativo. No tiene que ser un proceso dictado desde arriba, sobreregulado, sino un proceso de investigación y desarrollo abierto, colaborativo, guiado por las necesidades de salud pública, que permita priorizar las vacunas que se deben desarrollar. Esto significa que debemos decidir qué vacunas hay que probar y definir cómo mediremos su impacto.
Varios expertos han sugerido los criterios y procesos que se podrían utilizar, y la OMS ha propuesto un ensayo para comparar la eficacia de diversas vacunas. Sin embargo, lo más probable es que los grupos o empresas fuertes prefieran estudiar sus propias vacunas en vez de compararlas con otras.
Los gobiernos y fundaciones filantrópicas han donado grandes cantidades de dinero a diferentes empresas para acelerar el desarrollo de las vacunas. Preocupa que estemos derrochando grandes cantidades de dinero al utilizar un acercamiento comercial, competitivo, incapaz de producir los mejores resultados. Hay que repensar lo que se está haciendo y generar un modelo abierto y colaborativo para desarrollar la mejor vacuna contra Covid-19.
Bernard Pécoul, ante la creciente financiación pública para desarrollar tecnologías para la pandemia, recomienda a los gobiernos 5 principios
Bernard Pécoul, Director Ejecutivo de la Iniciativa por Medicamentos para Enfermedades Olvidades (DNDi) con años de experiencia como médico especialista en enfermedades infecciosas, a comienzos de mayo, propuso cinco ideas para que los Gobiernos puedan asegurar el acceso de todos a las tecnologías sanitarias que sean efectivas y seguras contra el COVID-19 [2].
Pécoul expresó estas propuestas a raíz del evento que recaudó €7.500 millones a nivel global para financiar la investigación en tecnologías en salud para responder a la pandemia. Y añadió “Con una estrategia audaz, el esfuerzo de financiación de covid-19 que ha lanzado la UE podría convertirse en un punto de inflexión: lo primero y más urgente para desarrollar nuevas herramientas de salud para la pandemia; pero también, desde una perspectiva más amplia, para encaminarnos hacia un sistema de innovación más sostenible, efectivo y equitativo para todos.”
Referencias