Según ha informado Statnews [1] en el artículo que resumimos, hay serias dudas sobre la base científica para utilizar simufilam en el tratamiento del Alzheimer, como se está haciendo en investigaciones que realiza la City University of New York (CUNY). Consecuentemente, dado que la FDA debe proteger la seguridad de los pacientes, lo éticamente correcto sería parar los dos ensayos clínicos de Fase III que se están realizando con dicho producto.
La FDA está facultada para suspender los ensayos clínicos con medicamentos experimentales cuando hay evidencia de que podrían representar un riesgo inaceptable para la seguridad de los participantes en el estudio. El simufilam no parece ser tóxico, ni causar efectos secundarios peligrosos. Sin embargo, los participantes también pueden verse perjudicados cuando aceptan participar en un ensayo tras haber recibido información falsa o engañosa sobre la posible eficacia de un fármaco.
El comité de la CUNY que investiga al principal colaborador científico de Cassava, el neurocientífico Hoau-Yan Wang, no pudo demostrar de forma definitiva que Wang hubiera falsificado la información sobre el simufilam, porque se negó a entregar los datos originales y los registros primarios de la investigación que el comité quería analizar. Wang también afirmó que se habían tirado a la basura cajas de registros relacionados con la investigación.
El comité determinó que el hecho de que Wang no conservara o mantuviera adecuadamente los registros de la investigación era “muy sugestivo de mala conducta científica deliberada” para casi la mitad de las acusaciones formuladas contra él, incluyendo las relativas al supuesto mecanismo de acción del simufilam. “Así pues, la integridad del trabajo del Dr. Wang sigue siendo muy cuestionable”, concluye el informe.
El informe también implica a Lindsay Burns, vicepresidenta senior de neurociencia de Cassava, que trabajó estrechamente con Wang en el simufilam, y que está casada con el director ejecutivo de Cassava, Remi Barbier.
La empresa sigue defendiendo al simufilam, su principal candidato a fármaco.
Los dos ensayos con simufilam están reclutando, en total, a poco más de 1.900 personas con enfermedad de Alzheimer, y asignándolas al azar al tratamiento con simufilam o a un placebo.
Tras detener el estudio, la FDA debería realizar una investigación independiente de la información recabada, y hacer un análisis de futilidad. Si el análisis provisional de los datos no fuera concluyente, la FDA podría levantar la suspensión de los ensayos clínicos, cuyos resultados definitivos deberían estar disponibles a finales de 2024.
En mayo de 2020, Cassava comunicó los resultados preliminares de un ensayo clínico en el que, comparado con el placebo, el simufilam no logró reducir los niveles de proteína tau y otros biomarcadores detectados en el líquido cefalorraquídeo de pacientes con Alzheimer. Pero en lugar de aceptar el resultado, Barbier, dijo que el análisis de los datos estaba mal hecho. La empresa contrató a un centro académico (el laboratorio de Wang) para que hiciera otro análisis, y esta vez los resultados fueron positivos para el simufilam, ya que mostraba reducciones significativas de la proteína tau y otros biomarcadores de la enfermedad de Alzheimer en comparación con el placebo.
Según Statnews, todo gira en torno al dinero. El proyecto no tiene nada que ver con ayudar a los enfermos de Alzheimer, sino con el deseo de Barbier y de los ejecutivos que trabajan para él, de enriquecerse, a expensas de los inversores y, lo que es peor, de las personas que padecen Alzheimer.
Antes de que Cassava revelara datos clínicos sobre el simufilam, la empresa creó un “plan de incentivos en efectivo”, diseñado para pagar millones de dólares a Barbier y a otros ejecutivos basándose únicamente en el aumento de la capitalización bursátil de la empresa. Este tipo de planes incentivan a las empresas a aumentar el precio de sus acciones, en lugar de centrarse en desarrollar un fármaco eficaz y garantizar su aprobación.
Barbier no goza de buena reputación. En la década de 2000, Cassava se llamaba Pain Therapeutics y estaba tratando de desarrollar un opioide resistente al abuso, Remoxy, que la FDA rechazó cuatro veces entre 2008 y 2018. El precio de las acciones de Pain Therapeutics perdió el 98% de su valor durante esos 10 años, pero Barbier, como CEO, ganó casi US$27 millones en salarios, bonos y concesiones de opciones sobre acciones, según los archivos de la SEC (Securites and Exchange Commission o Bolsa de Valores).
Ese debería haber sido el final de Pain Therapeutics y de la carrera biotecnológica de Barbier. En su lugar, Barbier buscó un oscuro fármaco contra el Alzheimer que llevaba años casi inactivo en el laboratorio de la empresa. Pain Therapeutics se convirtió en Cassava Sciences, y el simufilam sustituyó al Remoxy.
Ignorado por las instituciones que invierten en salud, Barbier cultivó estrechos vínculos con inversores minoristas, que se tragaron la disparatada historia de que el simufilam era una cura mágica para el Alzheimer. El valor de mercado de Cassava superó los US$5.000 millones durante un breve periodo. Sin embargo, promover las acciones en ausencia de un producto prometedor, no es sostenible. Desde que alcanzó su máximo a mediados de 2021, el precio de las acciones de Cassava ha caído un 90%. El valor de mercado de la empresa hoy en día es de apenas US$500 millones, que sigue siendo demasiado alto porque el simufilam no funciona y no tienen ningún otro producto en desarrollo que sea prometedor.
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