Els Torreele es PhD en ciencias biomédicas y hoy investigadora del Instituto para la Innovación y la Utilidad Pública del University College de Londres. Tiene una larga trayectoria en el desarrollo de medicinas y en luchar para que su acceso sea más equitativo. A sus ojos, países como Colombia deben invertir ya en fabricación local o, de lo contrario, prolongarán su dependencia farmacéutica.
En los primeros meses de la pandemia hubo un gran llamado a la solidaridad para hacer una distribución equitativa de vacunas y tratamientos contra el COVID-19. Hoy, después de un año, parece que ese propósito fue solo una ilusión: muchos países aún no tienen vacunas, mientras otros acapararon parte de la producción. ¿Usted esperaba que esto sucediera? ¿Por qué cree que fue tan difícil lograr ese objetivo global?
Hemos aprendido que, lamentablemente, los llamados a la solidaridad mundial de los responsables políticos fueron en su mayoría palabras vacías. En lo que respecta a la acción, los ricos y poderosos han utilizado despiadadamente su poder y su dinero para comprar un acceso prioritario, de manera que hacen que el concepto de solidaridad parezca una broma. También han acogido a las empresas farmacéuticas como salvadoras y, sin ser críticos, han cedido a todas sus demandas sobre financiación, secretismo, contratos de suministro e, incluso, exenciones de responsabilidad en caso de que algo salga mal. Y participaron en el juego de la competencia y acumularon tantas vacunas como pudieron. No estoy totalmente sorprendida por esto, pero sí me sorprende que incluso los países europeos con fuertes raíces socialdemócratas y sistemas de salud con bases solidarias no se disculpen por su comportamiento de “nosotros primero”, y que esto sea apoyado por su población. Es muy decepcionante.
¿Por qué no fuimos capaces de declarar las vacunas como bien público?
Como todos los productos farmacéuticos, las vacunas se han convertido desde hace mucho tiempo en productos de mercado, en gran parte en manos del sector privado, cuyo precio y disponibilidad están sujetos a las lógicas del mercado. Es interesante que hoy, más que nunca, haya un creciente reconocimiento y aceptación de que tal vez deberíamos considerar las vacunas como bienes públicos globales, especialmente dado que “nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo”, como repite el doctor Tedros, y que el acceso mundial a las vacunas puede desempeñar un papel importante para controlar la pandemia. Al mismo tiempo, la industria farmacéutica está viendo oportunidades comerciales y de ganancias sin precedentes (con la probabilidad de que las vacunas se vendan en todo el mundo), por lo que harán todo lo posible para mantener las vacunas como productos de mercado. Pero dadas las importantes inversiones públicas en investigación y desarrollo de vacunas, en la ampliación de la capacidad de manufactura y en la compra de estos biológicos, tengo la esperanza de que podamos lograr un mejor equilibrio entre la propiedad pública y privada y el control de las vacunas, y estar un poco más cerca de convertirlas en bienes públicos mundiales.
La OMS propuso un ensayo colaborativo de eficacia, denominado “Solidaridad”, que iba a permitir comparar directamente el desempeño de diferentes vacunas. ¿Por qué falló?
No conozco los detalles, pero un elemento crítico fue que las empresas no deseaban que la OMS u otros probaran sus vacunas de forma independiente. En cambio, como es habitual en el sector farmacéutico, prefieren establecer sus propios ensayos, haciendo comparaciones con un placebo en lugar de hacerlo con sus competidores, y así conservar el control total tanto del diseño del estudio como de los datos y su comunicación. Hemos visto que todas las compañías primero compartieron sus resultados a través de comunicados de prensa, mucho antes de que se publicaran datos detallados en revistas médicas y que pudieran ser analizados por la comunidad científica. Pero los mercados financieros estaban felices e incluso los políticos tomaron decisiones de compra basadas en datos limitados y parciales. Entonces, ¿por qué las empresas cederían ese control? Y, lamentablemente, la OMS no tiene el poder de obligar a las empresas a que hagan que sus vacunas estén disponibles para pruebas independientes; solo pueden recomendarlas.
El precio de las vacunas no es un punto sobre el que se discuta con frecuencia. ¿Es importante que también estemos hablando sobre ello? ¿Qué puntos, especialmente, le preocupan?
El precio de las vacunas es algo crítico y, de hecho, sorprendentemente, recibe muy poca atención. Dada la cantidad de dosis que están siendo fabricadas y vendidas, estamos hablando de grandes cantidades de dinero. Una de las dificultades ha sido la falta de transparencia sobre los precios reales. Nuevamente, esto no es nada nuevo: las compañías farmacéuticas siempre han sido muy reservadas sobre los precios, porque eso les permite cobrar diferentes valores dependiendo de quién paga (haciendo que todos crean que están obteniendo un buen trato), y han refinado el arte de maximizar cuánto pueden cobrar a los diferentes compradores. Y están haciendo lo mismo con las vacunas contra el COVID-19. Solo conocemos algunos precios debido a información filtrada accidentalmente, pero resulta que hay una variación de precio de al menos diez veces entre diferentes vacunas, pero no hay una buena razón relacionada con los costos de fabricación. Dada la escasez y el control monopólico de las empresas, los países han tenido muy poca influencia para negociar mejores precios, especialmente dada la falta de transparencia y el hecho de que ellos mismos compiten entre sí. Es importante tener en cuenta que la producción de la mayoría de las vacunas infantiles clásicas cuesta un dólar o menos, por lo que ese debería ser el rango que también podemos esperar para las vacunas contra el COVID-19.
Otro de los puntos importantes tiene que ver con la manera como se financia el desarrollo de vacunas. Si varias de estas compañías han recibido recursos públicos, ¿por qué los resultados y ganancias son para empresas privadas?
Es una muy buena pregunta, y la respuesta es porque así es como hemos permitido que la industria farmacéutica crezca y se convierta en corporaciones ricas. Durante muchos años los gobiernos han creado incentivos para que las empresas farmacéuticas inviertan en investigación y desarrollo, tanto financiando una parte, denominada eliminación de riesgos, como permitiendo que las empresas tomen monopolios (por ejemplo, a través de patentes y secretos comerciales) sobre los resultados de esa investigación, que luego les permitió cobrar altos precios (a menudo a los mismos gobiernos o a sus ciudadanos) que ya subsidiaban la investigación. Eso se consideró durante mucho tiempo una compensación aceptable en los países ricos (porque eso también creaba puestos de trabajo y PIB), incluso si esto a menudo significaba que solo los ricos podían pagar los medicamentos, mientras que muchos otros no tenían acceso, en particular en el resto del mundo. Y, de hecho, en los últimos años, el tema del control del monopolio y los altos precios y los consiguientes desafíos de acceso se ha elevado a la agenda política. Un ejemplo son los medicamentos contra la hepatitis C y los medicamentos contra el cáncer. En cualquier caso, con el COVID-19, a pesar de los niveles sin precedentes de financiación gubernamental, sucedió lo mismo: los financiadores no han impuesto ninguna condición a la financiación, por ejemplo, en torno a los precios, la disponibilidad y el acceso, o el intercambio de datos y tecnología. Creo que algunos gobiernos ahora están reconsiderando eso, mientras se percatan de que han dejado todo el control sobre las decisiones de suministro y precios a las empresas, que no necesariamente están cumpliendo sus promesas.
Muchos países en desarrollo, incluido Colombia, tienen dependencia farmacéutica. ¿Es posible tener en poco tiempo capacidad de producción de vacunas, por ejemplo? ¿Conoce alguna iniciativa que lo esté intentando?
Creo que esta es una de las discusiones más importantes actualmente: debemos, como planeta, encontrar formas de aumentar la capacidad de producción y, al mismo tiempo, construir una mayor autonomía y resiliencia, en particular en los países que ahora son totalmente dependientes. La salud y el acceso a las tecnologías sanitarias no pueden dejarse en manos de los monopolios comerciales. Es cierto que no sucederá rápido; puede tardar uno o dos años, pero no es mucho tiempo. Todas las empresas productoras de vacunas contra el COVID-19 nos han demostrado cuánto se puede lograr en un año, por lo que con voluntad política, financiación pública y apoyo técnico se puede lograr mucho en dos años.
La vacunación global ya empezó. ¿Cuáles son los principales desafíos que nos esperan en los próximos meses?
Creo que todo el mundo está cansado de lo que esta pandemia ha traído a nuestras vidas, y todos estamos desesperados por volver a la normalidad. Un desafío es que la gente espera demasiado de las vacunas; que serán las “balas de plata” o fórmula mágica que de repente nos permitirán volver a la “normalidad”. Desafortunadamente, eso es bastante improbable, ya que tomará mucho tiempo vacunar a suficientes personas para tener un verdadero impacto en la transmisión. Además, aún no sabemos cuánto tiempo dura la protección conferida por las vacunas actuales, pero posiblemente solo sea de seis, doce o 18 meses, especialmente dadas las nuevas variantes que seguirán apareciendo y pueden no ser detenidas por las vacunas. El otro desafío es que el curso de la epidemia parece tomar diferentes formas en países o regiones, y es necesario implementar estrategias adaptadas localmente que pueden evolucionar con el tiempo. Entonces, el punto es cómo podemos mantener a nuestras comunidades motivadas para adoptar un enfoque de reducción de daños que se adapte al contexto local, utilizando una combinación de lavado de manos, mascarillas, distanciamiento, vacunas, mejores tratamientos y atención para los enfermos, seguimiento y rastreo activo, etc., hasta que aprendamos a controlar la propagación del SARS-CoV-2 a niveles mínimos, tan bajos que podamos tener una vida normal con el virus entre nosotros.