Ética
Frente a la avalancha de los manuscritos, las revistas tienen dificultades para mantener sus estándares
Desde que emergió el COVID-19 como una posible amenaza a la salud global, se ha ejercido una presión constante sobre los investigadores para que descubran los mejores tratamientos y las formas de evitar su propagación, y para que lo hagan de forma rápida. En marzo pasado, rondaba un gran abanico de preguntas científicas urgentes: ¿De cuántas maneras diferentes puede transmitirse el virus? ¿Qué medidas preventivas son más eficaces para reducir el riesgo de contagio? ¿Qué medicamentos dentro del arsenal farmacéutico pueden ayudar a combatir la enfermedad? ¿Cuánto tiempo llevará desarrollar, fabricar y distribuir una vacuna eficaz?
En la misma línea, una gran variedad de grupos, desde profesionales de la salud que trataban a pacientes con la enfermedad, organizaciones de salud pública, agencias gubernamentales hasta un público lógicamente ansioso, han buscado respuestas inmediatas a esas preguntas.
La necesidad urgente de llevar a cabo investigaciones y de informar los descubrimientos deprisa ha provocado una explosión inaudita de comunicaciones. El 6 de julio de 2020, una búsqueda de PubMed generó alrededor de 30.000 informes relacionados con COVID. A esto le siguió un abrumador número de comunicaciones orientadas al público. Lamentablemente, los periodistas, los programas de entrevistas, las entidades gubernamentales y los comunicados de prensa de la industria y del ámbito académico no lograron comunicar los resultados de manera exitosa.
En su reciente artículo publicado en JAMA [1], los autores Richard Saitz y Gary Schwitzer describen las fallas que ocurrieron durante la pandemia y sus consecuencias. Observaron tres causas principales de comunicaciones defectuosas:
Un ejemplo clásico de las fallas en comunicación es la tan conocida historia de la hidroxicloroquina. Todo comenzó con los resultados alentadores registrados en un pequeño ensayo clínico (20 pacientes en el grupo intervención/16 pacientes en el control). Los informes periodísticos indicaban que el fármaco reducía el índice de mortalidad de manera significativa y favorecía las posibilidades de supervivencia de los pacientes. Enseguida, el presidente de EE UU anunció que estaba consumiendo el medicamento y promovió su uso. La FDA aprobó una autorización de uso en emergencia. Un aumento drástico en el consumo del medicamento ocasionó rápidamente escasez, y el Gobierno de EE UU almacenó 63 millones de dosis. En las semanas y los meses siguientes, estudios posteriores demostraron de manera concluyente la ineficacia del fármaco.
La población está impaciente, y están en su derecho, y quieren escuchar información y explicaciones científicas sobre las soluciones a los problemas de salud. ¿Cuál es la función de los responsables de relaciones públicas de las industrias en la comunicación clara e imparcial de la información científica? ¿Los periodistas son responsables de la claridad y la precisión con la que escriben? ¿La información compartida en conferencias de prensa o programas de entrevistas es fiable?
Es posible que la pregunta más importante sea aquella que solo pueden responder los redactores científicos. ¿Cómo hacen las revistas para mantener sus estándares rigurosos durante una pandemia bajo este ritmo acelerado y gran volumen de investigación que se está desarrollando en poco tiempo? La respuesta de una de las primeras revistas médicas de EE UU sirve como ejemplo. Desde el 1 de enero hasta el 1 de junio de 2020, JAMA publicó 11. 000 manuscritos, comparado con los usuales 4000 en el mismo período. El médico Howard Bauchner y sus colegas, publicaron unn artículo [2] hace poco sobre el método de la revista para mantener, a pesar de la avalancha de información, los estándares editoriales y una revisión por pares de acuerdo a los estádares esperados.
La evaluación y opinión de los revisores con conocimiento sobre la materia y experiencia metodológica y estadística es esencial para determinar el rigor científico de los estudios y la verosimilitud de los resultados. Por consiguiente, un clásico proceso de revisión por pares es escrupulosamente exhaustivo y demandante. El trabajo apresurado trae como consecuencia errores que resultan en el inevitable debilitamiento de la confianza del público. La publicación rápida es posible si los autores, los redactores científicos y los redactores de manuscritos cuentan con el tiempo para examinar y revisar los escritos.
La gran cantidad de manuscritos que se presentaron a JAMA durante la pandemia requirió cambios en su proceso editorial habitual; principalmente, la evaluación por revisores externos se limitó a solo aquellos manuscritos cuyos resultados podían influir en la práctica médica o en las políticas de salud pública (o que podían ser de interés público o revelar un problema para la sociedad). Además, los revisores internos hicieron una revisión más ágil de otros manuscritos. En todos los casos, la publicación se retrasa si es necesario realizar un análisis adecuado.
La buena comunicación es esencial, pero es especialmente importante durante una pandemia nacional. Por último, aquellos que se desempeñan como redactores de revistas científicas tienen la responsabilidad de proteger la integridad de la revisión por pares y garantizar la completa transparencia sobre lo que se publica. Como redactores, entendemos esto. Nuestra respuesta a la pregunta: «¿Podemos confiar en el proceso?» siempre debería ser un estridente «¡Sí!».
David Nash MD, MBA [3], es decano emérito fundador y profesor de Política Sanitaria Dr. Raymond C. and Doris N. Grandon en la facultad de Salud Poblacional de la Universidad Thomas Jeffesorn. Se desempeña como asistente especial de Bruce Meyer, MD, MBA presidente de Jefferson Health, También es redactor jefe de las revistas estadounidenses American Journal of Medical Quality y Population Health Management.
Última actualización: 30 de octubre de 2020
Referencias