Es frecuente que se ignore o ni siquiera se considere la posibilidad de que un medicamento participe en la aparición de un trastorno. Sin embargo, muchos trastornos son en ocasiones inducidos por medicamentos, y, en algunos casos, esta etiología fue insospechada o considerada improbable durante mucho tiempo. Este artículo analiza algunos ejemplos de problemas clínicos que al principio parecía poco probable se debieran al consumo de un medicamento, pero que con el tiempo se consideró posible.
Aortitis y aneurisma aórtico. Durante mucho tiempo, no se sospechaba que los medicamentos podían dañar vasos sanguíneos importantes, como la aorta [1].
Entre 2004 y 2017, se atribuyeron varios casos de aortitis— que en ocasiones provocaron aneurisma aórtico o disección aórtica— a factores estimulantes de colonias de granulocitos, como el filgrastin, el pegfilgrastim o el lenograstim. Se desconoce el mecanismo, pero se ha postulado la intervención de un componente autoinmune [2].
Desde 2015, los datos epidemiológicos han sugerido que las fluoroquinolonas participan en el aneurisma aórtico y la disección aórtica. El mecanismo que se ha sugerido es el daño a las fibras de colágeno. El mismo mecanismo parece ser responsable de los trastornos del tendón que estos antibióticos provocan [3].
Valvulopatías. Las descripciones de válvulas cardíacas dañadas se conocen desde hace mucho tiempo [4,5]. Las causas reconocidas de valvulopatía, dependiendo del tipo y de la localización de las lesiones, son principalmente la fiebre reumática, la arterioesclerosis y los cambios anatómicos locales: una gran proporción se atribuye a las llamadas enfermedades degenerativas (a menudo, cuando no se puede identificar otra causa) [6].
La evidencia de que ciertos trastornos de las válvulas pueden ser inducidos por medicamentos incluye informes de la década de 1960 que involucran a la metisergida, un derivado de la ergotamina [7,8].
Pasaron más de 20 años desde que se otorgó el permiso de comercialización al benfluorex en Francia, en 1976, con la marca Mediator —como tratamiento a largo plazo para la diabetes y la hiperlipidemia— hasta que surgieron las primeras notificaciones de casos de valvulopatía asociadas a este medicamento, en 1999. Un ensayo clínico comparativo (the Regulate study) mostró posteriormente la frecuencia con la que ocurrían: después de un año de exposición, se presentó una insuficiencia valvular o empeoró en un sexto de los pacientes (27% de los pacientes en el grupo benfluorex, frente al 11% en el grupo control; p<0,0001) [9,10]. No fue sino hasta el 2009 que las autoridades de la salud en Europa reconocieron su cardiotoxicidad y fue retirado del mercado francés [7,10-12].
En 2010, también se sugirió que los bisfosfonatos participan en las valvulopatías [13]. En 2023, aún persiste la preocupación sobre este riesgo.
Ludomanía. El primer informe de ludomanía inducida por medicamentos se conoció a principios de la década de 2000, cuando se notificaron ese tipo de comportamientos con dopaminérgicos usados para tratar el mal de Parkinson, como la levodopa, y los agonistas de la dopamina como la bromocriptina [14-16]. Sin embargo, la bromocriptina se había comercializado desde finales de la década de 1970 [17]. Durante décadas, los pacientes sufrieron ludomanía patológica o trastornos del control de los impulsos, que tenían consecuencias graves para ellos mismos y sus familias, sin que se reconociera la participación del medicamento. Según algunos informes, estos trastornos remitieron tras reducir la dosis o cambiar el tratamiento [15].
Trastornos frecuentes. Se han implicado algunos medicamentos en ciertos trastornos frecuentes para los que se había ignorado dicho mecanismo durante mucho tiempo. Un ejemplo es el síndrome de túnel carpiano, en el que ahora se ha establecido que participan los agonistas del estrógeno de la clase de los inhibidores de la aromatasa, como el anastrozol, o los bisfosfonatos, como el ácido alendrónico [18].
Otro ejemplo es la fibrilación auricular, que antes se atribuía a algunos medicamentos raros como la teofilina o a la sobredosis de hormona tiroidea, pero en la que después se ha implicado a otros medicamentos, a saber: los bisfosfonatos a finales de la década de 2000, los antiinflamatorios no esteroides (AINE) en 2014, y el mirabegrón y los descongestionantes nasofaríngeos a finales de la década de 2010 [19-23].
Mientras tanto, los datos de farmacovigilancia sobre las fluoroquinolonas también proporcionaron más detalles de las consecuencias de sus efectos adversos sobre el tejido conjuntivo, lo que sugiere su participación en el desarrollo de trastornos que rara vez se atribuyen a los medicamentos, como el dolor musculoesquelético que persiste después del período de exposición [24,25].
En resumen, es probable que, en ocasiones, los medicamentos induzcan otros trastornos, pero todavía no se ha reconocido su etiología. Y el número de medicamentos considerados responsables de un trastorno en particular aumentará con los años.
Es útil preguntarse sistemáticamente: “¿Podría ser que este trastorno sea causado por un medicamento?”. Se puede sustentar esta hipótesis estando atento a una posible relación temporal entre la aparición de un trastorno y el comienzo de la exposición a un medicamento, y escuchando al paciente. Cuando sea apropiado, se debería interrumpir el medicamento y reemplazarlo por otro, además de notificar el caso a un centro de farmacovigilancia. Estas medidas ayudan a mejorar la calidad del cuidado del paciente y benefician a la sociedad al aumentar la información disponible sobre los medicamentos.
Referencias