Investigaciones
Una editorial de NEJM reduce la resistencia a compartir datos
Ivan Oransky y Adam Marcus
Statnews 10 de agosto, el año 2016
https://www.statnews.com/2016/08/10/data-sharing-science-nejm/
Traducido por Salud y Fármacos
Cuando los editores del New England Journal of Medicine advirtieron en enero [1] que algunos científicos pensaban que el intercambio de datos daría lugar a “investigadores parásitos” [2] – una subespecie de investigadores que ganarían fama a costa de sus colegas que trabajan con dedicación – recibieron una gran cantidad de críticas humillantes de la comunidad científica.
Los críticos pusieron por los suelos a Dan Longo y Jeffrey Drazen, editor adjunto y editor jefe, respectivamente, acusándoles de mezquindad y miopía, de estar más preocupados por sus propios intereses que por la expansión del conocimiento. Un lector escribió: “Cuando no se comparten los datos, los investigadores pueden, (como se dice en inglés), ‘guardar su pastel’, acaparando datos y ‘también comérselo’ al recibir el reconocimiento del público”.
La revista ha vuelto a las andadas. Un nuevo editorial [3] firmado por más de 280 investigadores de más de 30 países, argumentó que la ciencia está pidiendo demasiado rápidamente que haya acceso público a los datos, lo que se ha convertido en una carrera loca, que no está bien pensada, y, portentosamente, los autores de la editorial predicen que atrasará el progreso y pondrá en peligro la salud humana.
El ensayo está dirigido a contrarrestar una propuesta reciente del Comité Internacional de Editores de Revistas Médicas (ICMJE, del cual Drazen es miembro) que exige que los datos de cualquier ensayo controlado aleatorizado – el estándar de oro de los estudios clínicos – estén completamente disponibles a los seis meses de su publicación.
El nuevo editorial dice que la propuesta es desastrosa, y que aunque los investigadores que llevan a cabo los ensayos recibirían el crédito inicial por su trabajo, podrían perder la oportunidad de publicar trabajos secundarios y otros análisis que ellos – y no otros – merecerían hacer.
“Una motivación clave para que los investigadores hagan ensayos clínicos aleatorios es la capacidad de publicar no sólo el informe principal del ensayo, sino también los principales artículos basados en los datos del estudio”, escribieron los investigadores. “Los investigadores originales casi siempre tienen la intención de llevar a cabo análisis adicionales de los datos y explorar nuevas hipótesis… Una vez que los investigadores que han llevado a cabo el ensayo pierden el acceso exclusivo a los datos, ellos estarán de facto compitiendo con personas que no han contribuido al enorme esfuerzo y a menudo años de trabajo necesarios para llevar a cabo el ensayo”.
Y advierten de los grandes riesgos y mínimas recompensas si se llegaran a hacer públicos los datos. “Por tanto, la propuesta actual de ICMJE conlleva el riesgo de reducir el incentivo para los co-investigadores e investigadores de centros de investigación de participar en los ensayos. Una reducción en el número de investigadores dispuestos a reclutar pacientes para un ensayo o supervisar su implementación en un país pondría en peligro la probabilidad de completar con éxito los grandes ensayos que abordan aspectos importantes de investigación”.
En otras palabras: el compartir los datos pondrá en peligro el progreso científico y perjudicará a los pacientes. Punto final.
Implícito en este sombrío panorama hay una impresionante arrogancia. ¿Realmente debemos creer que solo los investigadores que generan datos son competentes para analizarlos? Esta afirmación es muy difícil de aceptar si se tiene en cuenta el pobre historial de tantos estudios. Los científicos deberían querer que se verificaran los datos.
Y si bien el argumento sobre el costo-oportunidad es más fácil de aceptar, es un hombre de paja colgado de un andamio inexistente. Por supuesto, compartir datos tiene su precio y desvía recursos de “la gestión directa de los ensayos”. Pero, de nuevo, ¿es eso necesariamente malo? No cuando el estado de los ensayos clínicos es tan cuestionable – y muchos no se publican [4] porque los resultados no son los deseados. Tal vez lo que se necesita son menos ensayos pero más rigurosos.
La solución del consorcio es que durante dos años a partir de la publicación inicial de los datos no haya intercambio de datos, y hasta tres años más de exclusividad dependiendo de cuánto tiempo se tardó en realizar el ensayo. Lo que es más, piden que los que usen los datos después de esos periodos paguen al menos una parte del coste de hacerlos accesibles – que es como decir “Vamos a construir un muro, y vamos a hacer que paguen por ello”.
El tono del editorial – que se compensa con los ensayos de la senadora Elizabeth Warren (D-Mass.) [5] y de dos escritores que apoyan que se compartan los datos [6] – es como si el Instituto Cato abogara por un gobierno pequeño (nota de los traductores: el Instituto Cato es una organización libertaria). Y, de hecho, dos de los co-autores de la editorial, P. J. Devereaux y Salim Yusuf, de la Universidad de McMaster en Hamilton, Ontario, ya habían exigido lo mismo antes. Los dos aparecen entre los co-autores de un comentario publicado en el NEJM en 2013 [7] en el que se pedía que se eliminaran todos los “obstáculos innecesarios” para realizar ensayos clínicos aleatorios.
Entre las barreras identificadas: un proceso largo y costoso para lograr la aprobación de los estudios; un acercamiento único (una “talla única para todos”) para los ensayos clínicos de bajo o de alto riesgo; y directrices excesivamente onerosas para proteger la seguridad y los derechos de los sujetos que participan en los ensayos. “A no ser que se hagan mejoras radicales al marco regulador”, escribieron, “se perderá el potencial que ofrecen los ensayos clínicos para evaluar la seguridad y eficacia de los tratamientos nuevos y existentes, consecuentemente no habrá posibilidades de obtener mejoras sustanciales para el cuidado a la salud”.
He aquí otra idea: Impedir el acceso a los datos es también un obstáculo innecesario. Al parecer, sin embargo, para los autores de la nueva editorial, está muy bien poner obstáculos para que se beneficien los que llegaron primero- aunque tengan que confiar en la participación de voluntarios. Y en última instancia, esas son las personas que se deben beneficiar de los ensayos.
El activista paciente, Dave deBronkart, en el blog “e-Patient Dave” dijo: “Algunos científicos parecen creer que como personas con capacidad divina de salvar vidas – como la mía – son los únicos que importan” dijo [8]. DeBronkart atribuye su supervivencia a un cáncer metastásico de riñón a su participación en un ensayo de una terapia experimental. “Y estoy profundamente en desacuerdo. Creo que esa actitud, comprensible por nuestro pasado común, está moribunda”.
Estamos todos en favor de ecuanimidad en la ciencia, pero esta nueva propuesta sólo se refiere a la ecuanimidad para un grupo: los investigadores. Lo que falta es el segundo, y, sin duda, el grupo más importante: el público, incluidas las personas que han participado en los ensayos. Se merecen un sistema en el que los frutos de los estudios se materialicen tan rápido como sea posible.
Referencias