Siguiendo con la política que el BMJ ha defendido durante décadas, Abbasi enfatiza los serios riesgos que plantean los conflictos de compromiso, no revelados, que tienen los médicos y extiende ese mismo principio a los científicos, los responsables de la formulación de políticas y a los políticos, lo cual es útil [1]. A esta lista se podrían agregar los “think tanks” y los cabilderos que abogan por políticas que afectan a la salud pública y están financiados por empresas [2]. Si bien reconoce la relevancia potencial de los intereses “menos tangibles” (no financieros) para tener un registro de los intereses de los médicos de todo el Reino Unido, Abbasi parece contentarse con centrarse en el dinero. Este es sin duda un primer paso práctico y alcanzable, pero es problemático en dos aspectos.
Primero, trazar la línea divisoria entre intereses financieros y otros no siempre es sencillo. Muchos médicos e investigadores obtienen importantes beneficios por colaborar con la industria, incluyendo los gastos de viajes, el apoyo a la investigación, el acceso a los datos y las oportunidades de autoría. Es posible que estos no incluyan “efectivo en mano”, pero son fuentes importantes de sesgo. Hoy en día, quienes reciben tales beneficios son conscientes de los conflictos de compromiso y, comprensiblemente, tienen interés en restar importancia a cualquier efecto que estos puedan tener. Un ejemplo frecuente es utilizar, en las declaraciones de conflictos que solicitan las revistas, eufemismos como “consultores no remunerados” o recibir apoyo “no financiero” de la industria [3]. Para tener fuerza, las declaraciones de conflictos deben incluir un cálculo de los beneficios materiales, no solo los abiertamente financieros.
En segundo lugar, la divulgación de intereses puede tener consecuencias no deseadas; en algunas circunstancias, puede exacerbar perversamente el sesgo. Esto podría ocurrir porque quienes los declaran tienen menos restricciones en sus opiniones o porque somos menos escépticos a la luz de las revelaciones que se han hecho [4]. Un ejemplo familiar para muchos son los presentadores en conferencias que revelan múltiples relaciones con la industria en diapositivas que se pasan rápidamente y utilizan letra pequeña. Al igual que con las declaraciones en las revistas, estos presentadores casi nunca consideran explícitamente cómo el patrocinio u otros beneficios podrían haber influido en el diseño de estudios, y en la recopilación, análisis o interpretación de datos. Al igual que con nuestra tendencia a suspender el escepticismo cuando los autores y profesores declaran sus intereses, nos gusta imaginar que no nos afecta la publicidad de medicamentos y dispositivos [5].
Abbasi sostiene que “el requisito no es de pureza sino de transparencia”, pero en algunas circunstancias la divulgación es insuficiente para gestionar eficazmente los prejuicios [2]. Dejando de lado la preocupación por las divulgaciones engañosas y falsamente tranquilizadoras, un enfoque más básico requiere que los autores de las guías clínicas no tengan importantes intereses de compromiso que compitan entre ellos, financieros y de otro tipo [6].
Referencias