En medicina sabemos desde hace tiempo que la industria ha pervertido la metodología del ensayo clínico para obtener los resultados deseados [1]: Fundamentalmente, demostrar que sus productos son eficaces y seguros. Pero esta estrategia es solo el primer peldaño de la escalera de presión.
Para poder utilizar la ciencia con fines comerciales -sin que se note- es necesario, además, que se trasmita la idea de que la ciencia es incontrovertible y, por tanto, inatacable. Una ciencia humilde, que acepte su falibilidad, vende menos productos. Hay un mensaje clave para la ciencia comercial, al servicio de los intereses de la gran industria: sus conclusiones son objetivas, ciertas, verdaderas. Por eso, para los intereses económicos que teledirigen la ciencia es fundamental neutralizar cualquier crítica metodológica, epistémica o que provenga de campos como la sociología de la ciencia.
Pero la epistemología crítica cada vez ha de desarrollar nuevas y mejores herramientas intelectuales. Hoy vamos a analizar una especialmente profunda en su enfoque.
Hace unos meses el profesor Silvio Funtowicz llamó la atención en tuiter sobre un trabajo publicado por autores posnormales con un más que interesante título: «Ciencia, la última frontera en la captura del regulador» [2]. Los autores describen con cinco ejemplos como los grupos de presión ya no se contentan con manipular la ciencia, poner a su servicio a los comités de ética (lavado ético) o controlar los sistemas de gobernanza de la ciencia (lavado democrático) sino que ahora redefinen el concepto de ciencia e innovación (captura cultural):
«…la estrategia de los grupos de presión ha pasado progresivamente de apropiarse de la ciencia a influir en la relación entre la ciencia y regulación, la gobernanza de la propia ciencia y, en última instancia, la relación entre ciencia y sociedad.»
La captura cultural implica que los reguladores y políticos comienzan a ver el mundo como lo hacen las empresas, no porque hayan sido captados mediante incentivos, sino porque, realmente, han sido convencidos.
Esta captura cultural tiene uno de sus hitos en los fact checkers. En el texto que estamos comentando se referencia un reciente libro francés: «Los guardianes de la razón» que ilustra cómo educadores bien intencionados, animadores de cafés científicos, blogueros o influencers científicos, e incluso asociaciones impulsadas por el deseo de mantener y defender las virtudes de una visión científica del mundo, son secuestrados por los grupos de presión de las empresas con el fin de defender las posiciones industriales en cuestiones que van desde la regulación de los herbicidas a los cultivos modificados genéticamente, desde la energía nuclear al clima y los medicamentos.
Todos estos actores se convierten en los nuevos «guardianes de la razón», patrocinados, estimulados y/o defendidos por las organizaciones financiadas por la industria. Los autores franceses consideran que el objetivo último es colonizar todo el espacio de intermediación científica.
Foucart y sus coautores describen como un ejército de autoproclamados «fact checkers» se moviliza en defensa de un credo neoliberal y conservador, haciéndose pasar por víctimas de un asalto a la ciencia perpetrado por supuestos enemigos de la razón. Para los autores franceses, un elemento importante de este credo es un neorracionalismo de orientación libertaria, por el que quienes expresan su preocupación por las amenazas a la salud y al medio ambiente debidas a los agentes industriales son tachados de retrógrados, anticientíficos o propagadores de «fake news». Tal visión del mundo, señalan los autores, se sustenta en disciplinas científicas como la psicología evolutiva y la psicología cognitiva.
El artículo también advierte de la redefinición del concepto de innovación. En la narrativa política de la UE, la innovación es clave para mejorar la competitividad de la industria europea, el crecimiento económico y la creación de empleo. Los actores industriales exigen dos cosas a las instituciones de la UE: financiación pública para la investigación y el desarrollo privado, así como menos «burocracia» que restrinja la comercialización de sus productos.
Para apoyar este enfoque, el sector industrial ha desarrollado un nuevo concepto: el principio de innovación. Este principio aboga por una nueva forma de evaluación de las políticas públicas que contemple siempre su potencial impacto en la innovación: ¿Se reducen las ayudas a la investigación privada? Malo para la innovación. ¿Se establecen objetivos de interés público en la investigación? Malo para la innovación ¿Se ponen exigencias más estrictas para comercializar un medicamento? Malo para la innovación.
El principio de innovación fue elaborado por un grupo de presión industrial intersectorial, el European Regulation and Innovation Forum (ERIF) [3], que representa a empresas de combustibles fósiles, productos químicos y, hasta 2018, del tabaco. El principio de innovación ha llegado a aparecer en el preámbulo del nuevo reglamento «Horizonte Europa», que reguló la financiación quinquenal europea para la investigación: €100.000 millones. Más de un tercio de los diputados del Parlamento Europeo que votaron sobre este reglamento el 12 de diciembre de 2018 apoyaron una enmienda que proponía eliminar la referencia al principio de innovación.
Los documentos obtenidos a través de una solicitud de información pública a la Comisión Europea indican que los arquitectos industriales del principio de innovación en realidad pretenden desafiar la normativa de la UE sobre productos químicos (REACH), así como las normas de la UE sobre nuevos alimentos, plaguicidas, nanomateriales, productos farmacéuticos, dispositivos médicos y biotecnologías, con el fin de lograr lo que la industria llama «regulación de apoyo» («supportive regulations»).
Los autores denuncian que, más allá de la narrativa oficial de la ERIF y la Comisión Europea cuando afirman que el principio de precaución solo se vería «complementado» y no socavado por el principio de innovación, la realidad es que hay una narrativa convergente entre la UE y la industria, mediante la que se afirma que el principio de precaución es «incoherente con los enfoques científicos en la elaboración de políticas» y por «no tener suficientemente en cuenta la eficiencia económica».
Los fenómenos de dominio del interés privado sobre la vida política -hasta la captura de los partidos políticos- están ampliamente documentados.
También el sometimiento de la ciencia a las agendas privadas ha sido objeto de una amplia literatura.
Al igual que el fenómeno denominado “mercado de la duda”, donde la ciencia y los expertos financiados por las multinacionales han debilitado, aprovechando la inevitable incertidumbre de las evidencias científicas, procesos regulatorios y sociales tendentes a controlar los dañinos efectos del desarrollo industrial.
Lo que los autores de este artículo establecen es una nueva frontera en este proceso de dominación. La captura cultural de la ciencia engloba formas de dominio intelectual, ideológico y político favorecidas por:
En este clima, quienes dudan de algunos aspectos de la tecnología, como la eficacia de los nuevos antineoplásicos, la pertinencia de la financiación pública de la vacuna para VPH, la conveniencia de la energía nuclear o de los productos genéticamente modificados, pueden ser etiquetados enemigos de la ciencia o víctimas del “pesimismo cultural” [4].
La popularidad de las herramientas periodísticas como las «fact check», con unos fines loables, puede esconder una agenda al servicio de las corporaciones cuando defienden sus productos sin un mínimo equilibrio [5]. A la larga lista de perfiles profesionales al servicio de los intereses corporativos -desde científicos hasta abogados-, hay que añadir ahora científicos de datos, psicólogos cognitivos y evolutivos, trolls y expertos en tecnologías de bots, para hacer realidad lo que Foucart et al. llaman «la trolización del espacio público».
Estamos ante una nueva versión, más profunda, de la captura del regulador que los autores denominan acertadamente «captura cultural»:
«Mientras que la captura del regulador, como nos enseña la literatura económica clásica, es un proceso por el cual los grupos de interés juegan un papel en la formación de la política pública, ahora estamos observando una nueva forma de captura regulatoria que se logra y se mantiene al obtener el control de la evidencia científica que es considerada necesaria y suficiente; y del personal e instituciones que revisan la evidencia.
La captura cultural establece un control sobre la imagen y la retórica de la «ciencia», su ética y la definición del marco que establece las relaciones entre ciencia y sociedad.
Los autores denominan escalera epistémica a las etapas incrementales de «presión organizada» que definen la captura cultural de la ciencia:
La etapa última de este proyecto de dominación, la culminación de la escalera de presión epistémica, es la captación y consolidación de un imaginario sociotécnico, aquel que defiende una visión radicalmente optimista de la ciencia y la tecnología en su capacidad de producir progreso y bienestar universal, incluso una forma superior de humanidad.
Este imaginario sociotécnico se acopla perfectamente a las fuerzas económicas e intelectuales que proponen una visión del mundo centrada en el mercado:
«Capital y la ciencia avanzan hacia la conquista de la nueva frontera, aparentemente interminable, de la explotación de datos, colonizando cada vez más ámbitos de nuestra vida, las relaciones sociales, las comunicaciones y mercantilizando la vida privada.»
Referencias
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